Corrupción, política y economía son un solo problema

Luqman Nieto

Granada

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La corrupción y la política se han convertido en dos de los principales problemas que preocupan a los españoles, tan solo precedidos por el paro y los problemas de índole económica, de acuerdo al último barómetro del CIS. Por debajo quedan la sanidad, la educación, los bancos, los recortes o los desahucios. El paro y los problemas de índole económica (en los que se podrían incluir, de forma general, los bancos y la devaluación de la moneda) son lógicos. Asociamos tener trabajo con tener dinero, y, por lo tanto, cuando nos falta uno (el trabajo) nos preocupa el otro (el dinero).

Lo que sorprende es que en los últimos meses la política y la corrupción, tercer y cuarto problema que nos preocupan respectivamente, hayan adquirido esta relevancia. La salida a la luz en los últimos meses de escándalos como el “caso Bárcenas”, que pone en jaque la reputación del partido en el Gobierno, y las supuestas cuentas suizas de la familia Pujol han ahondado en la desafección y en la desconfianza de los ciudadanos hacia la clase política.

El de España no es un caso aislado. Hace poco la comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, declaraba que la corrupción y la política son dos de los principales problemas sociales para tres cuartas partes de los europeos.

En los últimos años se ha puesto de manifiesto que la clase política está íntimamente ligada a la clase financiera. Esto es demostrable a través de una ecuación bastante sencilla y algo sabido por todo economista o persona que se interese por la política y la economía: los bancos centrales (en teoría independientes del Estado) no pueden emitir dinero directamente y dárselo al Estado (aunque cada vez se ve más probable está opción) porque quedaría como un burdo engaño de financiación; lo que hacen es prestar dinero a los bancos comerciales, que a su vez compran bonos del Estado. El Estado necesita de los bancos y los bancos se benefician enormemente del Estado. Lo que esta ecuación demuestra es que es complicado (e incluso peligroso) separar el problema económico del político, que la corrupción política está financiada por el dinero de los bancos y que el paro es un problema político-económico. Por lo tanto, la conclusión a la que llegamos es que muchos de los problemas sociales y económicos hoy en día se deben a uno solo: la economía; y, aunque no sería justo achacárselos todos, sí podemos decir que es el más acuciante y el que más nos preocupa, de acuerdo a la encuesta del CIS.

Si aceptamos esta proposición, entonces nos daremos cuenta de que lo que tenemos que hacer es encontrar soluciones y alternativas al sistema económico actual. El problema es que esto es muy difícil en el marco de debate que se da en la actualidad, puesto que toda perspectiva está polarizada por el discurso de hoy en día en el cual la democracia y el capitalismo de mercado libre son incuestionables. Toda proposición fuera de este discurso no solo no es aceptada sino que es tachada de anticuada o utópica.

Aun así, lo esperanzador de esto es que cada día surge más gente, más movimientos y más alternativas a este sistema, y que la propia necesidad hace que la gente se plantee cuestiones que hasta hace poco eran impensables para todo el mundo. Todo ello no está surgiendo de las clases políticas ni financieras −para ellos aceptar esto sería su propio fin−, sino de la gran mayoría de la población, que cada vez se encuentra menos representada por ellas y con quienes la brecha, tanto económica como de pensamiento, es cada día mayor.

Frente al paradigma actual, el Islam tiene mucho que ofrecer, puesto que nos brinda soluciones que cubren todos estos aspectos, especialmente con respecto a la economía y todo tipo de contratos. A estos asuntos se le dedican tres cuartas partes de muchos de los libros de jurisprudencia islámica tradicionales, tal como Al-Muwatta de Imam Malik.

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