Di: ¿Qué haríais si vuestra agua se quedara en la profundidad de la tierra?
¿Quién podría traeros agua de manantial?
Sura de la Soberanía, ayat 30
El desierto crece, ¡ay de quien alberga desiertos!
Nietzsche, Así hablaba Zaratustra
Cuando viaje a Granada en julio del año antepasado después de 15 años, lo que me llamó la atención, aparte de un calor mayor del que hubiera podido recordar (y por lo que me han dicho, el último verano fue peor), fue la gran sequedad apreciable en sus alrededores, notoriamente mayor de la que había conocido hace una década y media. Pero esta observable tendencia hacia la sequía no es privativa del sur de la península, pues al norte del Ebro se observa algo semejante. Empero ni siquiera es privativa de la península ibérica, pues ha comenzado a manifestarse ostensiblemente incluso en el norte de Europa, en los ríos navegables de Alemania, que en algunos períodos del año han dejado de serlo, salvo -por ahora- que se reduzca el volumen de carga de los barcos.
No obstante, esta tendencia progresiva hacia la sequía ni siquiera es una problemática estrictamente europea, pues puede verificarse en demasiados lugares del mundo.
En mi país, y en la parte que de él habito, hay varios cursos de agua que se han visto igualmente reducidos la última década y media, algunos incluso hasta su extinción. Y esto, a pesar de que hace cuatro décadas durante mi niñez nos enseñaban que el agua era un “recurso” inagotable. Al sur de Chile, por ejemplo, una zona del país antaño abundantemente lluviosa, el Bío Bío, aquel río de un ancho de dos kilómetros, que fue durante dos siglos la frontera del territorio mapuche refractario al dominio español; en este tiempo ve su caudal esparcido entre montículos de arena gran parte del año. En Ciudad de México hay barrios céntricos a los que han de acercar agua en camiones aljibe. En Sudamérica junto a la deforestación del Amazonas y las zonas aledañas a los grandes ríos, en Paraguay, Uruguay y el área norte de Argentina, el paisaje también se va secando. En el norte de África hace décadas que el desierto del Sáhara avanza y empuja el Sahel, la zona semiárida, cada vez más hacia el sur, lo que, junto a las zonas áridas y semiáridas del sur, como el Kalahari, deja a este enorme continente con un menguante cinturón de verdor en la zona centro-sur que tiende a reducirse periódicamente en función de la llegada de las lluvias estacionales en un claro contraste con la exuberancia que encontraron los primeros exploradores europeos desde el siglo XV. Al norte de China se lucha hace tiempo, sino para ganar terreno al desierto, al menos para contenerlo. Y así una infinidad de ejemplos.
Ahora bien, junto al tantas veces mentado asunto del cambio climático, en los últimos años se ha instalado también la polémica -allí donde todavía puede haberla, en los aledaños del caudal de la prensa oficial y las versiones únicas- de si es antropogénico u obedece a ciclos solares independientes de lo que haga el ser humano.
Sin embargo, y a pesar de que en torno a este asunto, como en torno a tantos asuntos polémicos, hay una pléyade de intereses disímiles, desde una perspectiva de tawhid, del conocimiento de la unidad de Al-lah y de Su creación, no podrían separarse los factores antes mencionados para discutirlos como instancias independientes, puesto que según lo que sabemos, lo que hacemos lo hacemos a un entorno en el que somos, y lo que somos y cómo somos, por Al-lah, termina reflejándose en nuestro entorno.
De allí el ayat de Qur´an que dice en la surat 30, de Los romanos, ayat 41:
“La corrupción se ha hecho patente en la tierra y en el mar a causa de lo que las manos de los hombres han adquirido, para hacerles probar parte de lo que hicieron y para que puedan echarse atrás”.
Esta tendencia a la desertificación que se expresa simultáneamente en varios lugares del mundo, pareciera, en concordancia con la afirmación nietzscheana citada, hundir sus raíces en una suerte de desertificación de la interioridad humana, cuya amplitud y crecimiento está asociada a la aprehensión de los significados; pues el aserto nietzscheano el desierto crece, procura graficar el avance del nihilismo (definida por este autor como la devaluación de los valores superiores) y su efecto reductor del intelecto y las más altas capacidades humanas, pues, confluyendo con ésto, el agua representa en varias tradiciones al conocimiento. En la tradición islámica la lluvia, el agua que cae del cielo -de lo alto- que vivifica, que da vida a lo muerto, se identifica con el término rahma, misericordia.
En surat de la abeja, ayat 65:
Y Allah hace que caiga agua del cielo con la que vivifica la tierra después de muerta, realmente en eso hay un signo para la gente que escucha.
Y en la misma surat de la abeja, ayats 10 y 11:
“Él es Quien hace que caiga agua del cielo para vosotros, de ella tenéis de qué beber y arbustos en los que apacentáis.”
“Con ella hace que crezcan para vosotros cereales, aceitunas, palmeras, vides y todo tipo de frutos; es cierto que en eso hay un signo para gente que reflexiona.”
Y en surat del humo, 44, ayat 38
“Y no hemos creado los cielos y la tierra y lo que entre ambos hay para jugar.”
Y en surat 51, Los que levantan un torbellino, ayat 56:
“Y no he creado a los genios y a los hombres sino para que Me adoren.”
Pues, según dice un hadiz qudsi “Yo era un tesoro escondido y quise ser conocido e hice la creación”, la existencia ha sido desplegada por un deseo de conocimiento, por lo que se suele relacionar lo expresado en este hadiz, con lo que manifiesta la última ayat citada, de manera que la adoración que a Al-lah es debida se vincula a su conocimiento, que le da a la existencia un propósito y un sentido. Y, por el contrario, su pérdida, junto con la deshumanización, conlleva una reducción de los aspectos diversos que conforman lo humano, y la desertificación y reducción de la interioridad humana, de la sensibilidad y el intelecto, lo que termina reflejándose en el entorno de un tipo humano así, al que el mismo autor llamó “el último hombre”. De ahí el gran alcance intuitivo de la segunda parte del aserto nietzscheano citado: ¡ay de quien alberga desiertos!
Entonces, aunque no es sólo Europa la que se seca, sino que es el mundo en extensas zonas el que tiende a la sequía; la situación de nuestro sistema mundo proviene de Europa, del proceso que llamamos occidentalización y/o modernización y que puede ser entendido igualmente como el paso de la cultura occidental a su estadío civilizatorio, expansivo e imperial. Por algo, el primer título de la obra de Nietzsche publicada póstumamente como La voluntad de poder, fue originalmente El nihilismo europeo. Del mismo modo, en dicho autor, a diferencia de la línea de pensamiento progresista, naturalista racionalista e ilustrada y sus descendientes positivistas y kantianos, encontramos la oposición entre cultura y civilización, pues para Nietzsche estos términos están lejos de ser sinónimos, ya que para él la cultura es una fase de desarrollo con una fuerte vitalidad fundamentada en las características propias de cada pueblo, mientras que la civilización representa la imposición de un único patrón o modelo de vida sobre un conjunto de pueblos que, de esa manera van reduciendo sus diferencias, con lo que se va perdiendo la diversidad de lenguas y costumbres.
Por eso, cuando los europeos a partir del siglo XV decían estar llevando la civilización al resto del mundo, tenían razón, sólo que la valoración de dicha situación tiene sus bemoles.
Por supuesto, no se pueden hacer valoraciones absolutas, y en todo conjunto de situaciones hay pros y contras, regalos y pérdidas. Pero, en cuanto a lo que barajamos respecta, lo que importa es entender, y en esto la perspectiva spengleriana puede ayudarnos, ya que recoge la visión nietzscheana acerca de la cultura y la civilización y las incorpora en la comprensión de un ciclo de desarrollo en el que la cultura representa sus primeras etapas, y la civilización sus etapas postreras; lo que importa, decía, es comprender que esta tendencia hacia la sequía, corresponde también al ciclo en el que vivimos, el ocaso de una civilización, pero que, dicho ocaso podrìa implicar el comienzo de otro ciclo.
Si así fuera, y Al-lah Sabe más, lo que valdría la pena es albergar lo que es contrario al desierto y a la desertificación, la irrigación de la interioridad humana y su cuidado como el de delicados jardínes, imprescindibles oasis, en tiempos adversos; tiempos que en la alusión jungeriana representa el paso, el cruce de los desiertos, con lo que resulta de vital importancia el conocimiento de dónde pudieran hallarse las fuentes de agua.
Las fuentes de agua en este caso, los oasis, los manantiales en medio del desierto, los representan las pequeñas o grandes comunidades que se han reorientado en una dirección distinta a la predominante en esta época, distinta a la del nihilismo y su reduccionismo; la de la creencia, la certeza y la confianza, por la que Al-lah, Enaltecido Sea, jura:
“Por el tiempo, verdaderamente el ser humano está en pérdida, excepto quienes creen, hacen lo correcto, se aconsejan la verdad y se aconsejan la paciencia.”
Y en surat 61, Las filas, ayat 4:
“Es verdad que Allah ama a los que combaten en Su camino en filas, como si fueran un sólido edificio.”
Y en surat 3, La familia de Imran, ayat 103:
“Y aferráos todos juntos a la cuerda de Allah y no os separéis.”
Y, para finalizar, recordemos para qué es esta asociación, además de que nos beneficia a nosotros mismos.
Acerca de ello, dice Al-lah también en la surat de la abeja, ayats 68 y 69:
“Y tu Señor le inspiró a la abeja: Toma en las montañas morada y en los árboles y en lo que construyen*.
*[Es decir, en lo que construyen los hombres, como los panales.]
Luego, come de todo tipo de frutos y ve por los senderos de tu Señor dócilmente. De su vientre sale un jarabe de color diverso que contiene una cura para los hombres.
Es cierto que en eso hay un signo para gente que reflexiona.”