No es un secreto para cualquiera que tenga un poquito de perspectiva y perspicacia. Estamos asistiendo al desmoronamiento de un mundo que no tiene ya como revertir su caída, lo que se expresa en muchos ámbitos: crisis financieras, crisis ambientales, sostenidas tensiones bélicas de gran envergadura, precarización de las masas a nivel económico, intelectual, moral, afectivo, identitario, etc.
En cuanto a la precarización intelectual, hay demasiadas maneras en que el nivel cognitivo de los seres humanos viene siendo degradado, como para no plantearse, al menos como posibilidad, si no sea un efecto buscado y perseguido con objetivos ulteriores; por envenenamiento gradual y paulatino de las aguas, el aire, los alimentos -por su degradación nutricional y adición de sustancias nocivas (de la agroindustria)-, la intoxicación psíquica, a través de un bombardeo continuo y “autoescogido” de “contenidos”-basura que tragan sin cesar y sin discriminación alguna los adictos a los “smartphone” (nombre paradójico para aparatos que carecen de la “inteligencia” sustraida sistemáticamente a sus usuarios)
Y este año y medio, la guinda del pastel, una ficción narrativa constituida por afirmaciones tan cínicas como grotescas -sólo aptas para un público que simplemente ha cesado de pensar-, erigiendo una “hiper-realidad” constituida por la hipnopedia propagandística de los medios, en conjunción con un nivel de estulticia mayúsculo de las masas, que más crédulas son mientras más incrédulas respecto al Único Digno de Alabanza. Pareciera ser su justo castigo. “Tienen corazones con los que no comprenden, ojos con los que no ven y oídos con los que no oyen. Son como animales de rebaño” (C. 7/179)
En Qué es la ilustración, Kant señalaba que ésta consiste en “la salida del ser humano de su minoría de edad” (aunque al parecer, a juzgar por nuestro tiempo, es justamente allí donde se le ha puesto), -y sigue- “es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro.” Aunque, mucho hace temer esta época oscura en la que hemos entrado, que tal imposibilidad reside simplemente en la ausencia u obliteración de dicha inteligencia (“hay inteligencia, pero asintomática” -oí decir en chanza a uno de los nuestros-) De modo que los frutos de una tal ilustración se muestran en consecuencias del todo opuestas a las propugnadas. Al igual que sucedió con el imaginario y el ideal del Renacimiento, tal y como lo señaló el filósofo ruso Berdiayev en sus tres paradojas: Fue un movimiento individualista que terminó en la masificación. Fue un movimiento naturalista que terminó en la máquina. Fue un movimiento humanista que terminó en la deshumanización. De manera que nos encontramos en el período final, en la etapa de decadencia de la civilización occidental, que habría comenzado aproximadamente en el siglo XV justamente con las corrientes humanistas que pretendían poner al ser humano, cual narciso, al centro de su propia atención (cuya principal implicación fue desplazar el concepto de lo trascendente, que es fundamento y pilar de toda cultura), proceso que va a devenir con posterioridad en las corrientes racionalistas e ilustradas del siglo XVII, con su mitología de sacar al ser humano de la oscuridad para llevarlo a la luz del conocimiento (pero hacia un conocimiento con unos caracteres enteramente determinados) para terminar cristalizando en aquel positivismo ramplón del finales del XIX aún vigente, consistente en negar la existencia de cualquier situación que no pueda ser experimentalmente “demostrada” y que hacen clamar con tanta candidez a gentes sin entendimiento y que no se dan cuenta de lo que dicen, cuando repiten el aserto tantas veces proferido este último año y medio de “yo creo en la ciencia”
Pero si la ciencia busca basarse en la evidencia, porque su objeto de estudio es el mundo fenoménico de sucesos manifiestos, ciencia y creencia en un mismo adagio trasuntan superstición en la que en lugar de ciencia hay superchería. Y no pensábamos que el mundo llegaría a este punto, pero aquí estamos, con la complicidad y la colaboración de tantos.
Hay psicólogos que explican que el miedo anula el neocórtex, produce disociación cognitiva y deja funcionando las partes más primarias y antiguas del cerebro, pero hay muchos colaboracionistas en toda esta situación que no parece que actúen por miedo, antes por cobardía, que no es lo mismo. Una cobardía miserable que sólo es compatible con las fases más avanzadas del nihilismo y el predominio del último hombre, el más feo de todos: cobarde y descomprometido, cuya pequeñez contrasta con los grandes medios que tiene a disposición, denigrador de todos los hombres superiores y de las ideas superiores, dispuesto a sacrificar a sus semejantes por un poco de comodidad o diversión.
Dentro de toda esta irracionalidad imperante y a ratos desesperanzadora, parecen haber aflorado los abismos que los seres humanos llevábamos dentro. El organismo mundial supuestamente autorizado para hablar de la salud, desdiciéndose tantas veces de lo que antes habían dicho, lo que al final da igual, porque tenemos a los gobiernos aplicando a rajatabla lo que primero dijeron (lo que da una impresión grotesca de políticas de doble rasero) La presión sostenida por inocular a la mayoría de la población a pesar de que no se entiende con qué fin, si con el 90% de la población inoculada el “problema” no cesa, por lo que pareciera que lo que no quieren cesar son las “vacunas” que van en su quinta dosis y nunca como antes aparecen “nuevas variantes” que “requieren más dosis (¿de qué?). La gente en su mayoría parece haber perdido la memoria y han olvidado que “con las vacunas se terminaba la pandemia”, pues en su lugar tenemos lo contrario, con ellas se eterniza. Los efectos adversos graves que están produciendo estas terapias génicas a corto plazo son evidentes y no excepcionales, pero la censura de los medios también lo es, excepto para quienes respecto al tema, parecen muñequitos con un botoncito que pulsas para oír punto por punto el incongruente relato oficial. Finalmente, la voluntad ciega y siniestra de inocular a los niños, a pesar de que no hay evidencia de que sea efectivo para poner fin “al problema”, ni evidencia de que los niños la necesitan, pues salvo que estén muy enfermos de otra cosa, la enfermedad de marras no es un peligro para ellos, ni hay evidencia de que sean seguras, como tanto repiten medios abyectos y vendidos a intereses foráneos.
En toda esta situación, cabe preguntarse si no habrá operando una voluntad inconsciente de muerte, pues una voluntad más vital estaría alerta a toda esta bola de bulos y engaños. Lo que no hace inverosímil ciertas advertencias acerca del uso de nuevas y sofisticadas tecnologías de manipulación, pues no es fortuito que se haya comenzado a debatir sobre “neuroderechos”, ni encontrar en algunos autores, como el israelì Yuval Noah Harari, y su obra Sapiens: De animales a dioses, disquisiciones acerca del “transhumanismo”.
Respecto a esto último, lo único que cabe comentar es que dichas disquisiciones develan un estado psicopàtico y una pretensión de control que sobrepase las bases constitutivas de la realidad, como creer que el ser humano pueda burlar la muerte, ayudado para ello de instrumentos creados por sus propias manos. Pero para creerse tamaña sandez hace falta haberse convertido en monos en lugar de “dioses”.
Dentro de la mitología de occidente, Darwin decía que el ser humano “desciende del mono”, pero es el proceso hegemónico de occidente y su deriva en la modernidad, lo que ha convertido en monos a la mayoría de los seres humanos, como en la ayat coránica, en monos y en cerdos. Su significado es evidente, gobernados y gobernantes.
Ortega y Gasset decía que el ser humano a diferencia de los animales era el único que podía ensimismarse, volver su atención hacia sí mismo y sus pensamientos, reflexionar, a diferencia del resto de las criaturas cuya atención yace continuamente alterada, atrapada por los cambiantes estímulos ambientales. Más allá de que sea del todo así, lo cierto es que el tipo humano medio de esta época, deshumanizado, consiente (de consentir) activamente que su atención sea obturada y limitada por estos dispositivos de incomunicación y virtualización (para no pensar) tal como hace notar Byung Chul Han.
A este respecto, Nietzsche ya había advertido en Consideraciones intempestivas que la voluntad de saber se basaba en una voluntad mucho mayor y más poderosa de no saber, y esto vale especialmente para lo que ya hace al menos un par de siglos no es sólo ciencia (de lo que parecen no haberse percatado la mayor parte de nuestros contemporáneos) sino tecno-ciencia, un dispositivo a merced de los más espurios intereses de ganancia, por lo que se entiende que pueda ser subsumida al cártel farmacéutico, que dado los últimos eventos, mueve más dinero que todos los carteles de droga del mundo juntos.
Todo eso, a su vez, podemos entenderlo a partir de Heidegger, como las consecuencias del “modo de desocultar” de occidente o mundo moderno, del modo en que el ser humano de esta época se aproxima a la realidad con actitudes y requerimientos previos, traducidos en un tipo de saber guiado y determinado por intereses y objetivos instrumentales.
En la saga de Carlos Castaneda, el camino yaqui al conocimiento describe la libertad como un estado que no es fácil de alcanzar, pues requiere una serie de esfuerzos sostenidos, y un precio que pocos están dispuestos a pagar. No obstante, la misma saga habla y describe el camino del guerrero como el de aquellos(as) que sí están dispuestos a pagar dicho precio, y de una sociedad de guerreros que se afanan juntos por la limpieza en sus actos y la impecabilidad, la precisión y un propósito inflexible.
Por lo tanto, y en este contexto en el que, parafraseando a Ernst Jünger, “Estamos asistiendo al espectáculo de un hundimiento que no admite otro parangón que el de las catástrofes geológicas”, no sólo se están precipitando los acontecimientos, sino que, a un mismo tiempo, este conjunto de eventos simultáneos empujan a gentes que buscan nuevas direcciones, a unirse, a buscar, esforzarse y a empujar juntos; por lo que están dadas las condiciones para que sean arrojadas las semillas del nuevo mundo que viene.