Yusuf Ibn Tashfin y Zainab Bint Ishaq al Nafzawiya: una relación poderosa

Minarete de la Kutubia construida por los Almorávides
Minarete de la Kutubia construida por los Almorávides

Yusuf ibn Tashfin se educó en el espacio que une la virtud clásica de la areté, referida al valor en la guerra y el carácter heroico, y la futuwwa, la excelencia de carácter que proviene de la disciplina personal y la preferencia.

Desde muy joven había participado, bajo las órdenes de Yahia ibn Umar y la dirección de Abdellah ibn Yassin, en la expansión y establecimiento del Din, unificados bajo la autoridad de un emir y los parámetros legales del Islam. Se incorporó pronto a esta actividad guerrera que envolvió su tiempo y saboreó en primera persona la superación del miedo a la muerte, en entrega absoluta al decreto Divino en cada batalla que participó.

Yusuf, cuando los almorávides construían Marrakech, ya pasaba de los sesenta años y era uno de los generales más destacados del ejército de su primo Abu Bakr ibn Umar, emir de los murabitún.

Había obtenido Yusuf la convicción que nace de conservar la vida después de cada lance, y una confianza sellada por las victorias continuas en su corazón. Estas certezas dispusieron en Ibn Tashfin el anhelo por un destino que engrandeciera la tarea heredada de sus padres y abuelos, poniendo en presente los principios que con la fuerza de las tormentas insertaron a aquellas tribus subsaharianas en la historia:

       “Declarar la verdad, establecer la justicia y abolir los impuestos opresivos”.

Lo que el futuro emir no esperaba era que a esta edad, de la forma más inesperada, apareciera en su vida Zainab al Nafzawiyya, rejuveneciéndole y confirmando el empuje interior que habría de manifestarse muy pronto en una fuerza conquistadora imparable. Los acontecimientos se precipitaron y él solo tuvo que navegar convenientemente en los vientos del destino.

Zainab bint Ishaq era una mujer de familia noble, de una belleza cautivadora. Culta y bien educada, conocedora de ciencias que le abrían puertas que estaban cerradas para el común de su época. Su riqueza era inmensa y lo más valioso era el deseo de ser la compañera de un hombre con espíritu conquistador. La historia lo transcribió según ella lo había expresado: “Solo me casaré con el hombre que domine todo el Magreb”.

Intuyó  Zainab que ese hombre era Abu Bakr, el emir murabitún, pero cuando este decidió volver a su país de origen a luchar contra las tribus que se habían levantado contra su poder, ante la incertidumbre de su vuelta, le concede el divorcio. Antes de partir aconsejó a su primo: “Yusuf, cásate con ella, es una mujer de un genio e inteligencia excepcional”.

Por convicción y mérito ante los notables, y debido a unas circunstancias reveladoras que confirmaban su elección, Abu Bakr ibn Umar dejó como lugarteniente suyo en Marrakech a Yusuf ibn Tashfin, quien asumió el mando completo del gobierno y el tercio del ejercito murabitún que su primo le había dejado.

Yusuf no dudó en dar su impronta a los deberes que debía ejercer desde la responsabilidad asumida.

Como buen y noble general comprendió que las gentes a su cargo debían seguirle y estar bajo su obediencia, y que el mejor camino era despertar en ellos la estima hacia su persona, como era la sunna de los gobernantes musulmanes desde el ejemplo del Mensajero, que Allah le bendiga y conceda paz. Dice el texto del Bayán, del Cadi Ibn Idari al Fasi: “Le ayudaron las cabilas en todos sus asuntos y empresas. Se hizo amar y los colmó de favores”.

Continuó con la construcción de Marrakech y escribía a su primo dando noticias de sus progresos.

Cuando Zainab hubo cumplido el plazo legal tras su divorcio, se casó con Yusuf. Este enlace tuvo un extraordinario impacto en los acontecimientos futuros, siendo el epicentro de una fuerza renovada en Yusuf, cuyo núcleo quedó registrado en la historia como sigue: “Se unió con ella y se alegraron mutuamente. Le comunicó ella que reinaría en todo el Magreb y le entregó su fortuna; le arregló sus asuntos y le dio grandes sumas con las que montó a caballo a muchos hombres”.

Es patente que Zainab confirmó e impulsó en su marido el deseo de que su nombre se mencionase en los jutbas del Magreb, y le ayudaba supervisando sus asuntos y  “cooperando con él todos los días con sus tardes… hasta que las gentes del Magreb siguieron los cánones de lo estricto”.

Tras su matrimonio, Yusuf pudo disponer de un ejército propio y bien equipado, de una tierra donde la gente le amaba y respetaba, de unos generales que luchaban por su causa y de una casa bien gobernada y dichosa, en la que Zainab fue la colaboradora que un hombre con su destino necesitaba.

Con sesenta y cinco años Yusuf se preparaba sin saberlo para la gran epopeya que quince años más tarde le llevaría a incorporar Al-Ándalus a su emirato.

En este tiempo el futuro emir trajo la ceca a Marrakech, y acuñó dinares y dírhams con el nombre de Abu  Bakr ibn Umar, que seguía en el Yihad más allá del Níger. También organizó Yusuf los diwanes, ordenó las tropas y buscó atraerse a los lamtuníes más valientes para que se reunieran con él.

En menos de un año Yusuf había gustado del grado al que se eleva el que gobierna con mesura y justicia, y el ámbito que rodea al poder le agradó.

Igualmente, después de una pequeña campaña para expandir su dominio, no volvió a ponerse al frente de sus tropas hasta que hubo de subir a Al-Ándalus. Confió plenamente en sus generales y en la gente de su casa en toda acción guerrera. Cuando comenzaba a saborear sus logros como dirigente, su primo Abu Bakr, el emir murabitún anunció su regreso a Marrakech.

Esta noticia conmovió profundamente a Yusuf, y se sintió apenado por tener que abandonar todo lo que había realizado. Y es aquí donde Zainab, conociendo la naturaleza de ambos hombres, jugó un papel fundamental en la transmisión efectiva del poder almorávid a su marido.

Zainab notó preocupación en la cara de Yusuf por el significado de la vuelta del emir. Le dio ánimos, diciéndole que si se mostraba firme, cuando su primo le enviase la vanguardia de su ejército, Abu Bakr, que ya tenía noticias de sus actos, comprendería sus intenciones y le cedería el mando sin luchar. Sabía Zainab que su ex marido era un hombre con temor de Allah y muy creyente,  por lo que evitaría derramar sangre entre hermanos. Para que el emir se sintiese honrado y su marido quedase tranquilo en su corazón le pidió que fuese generoso en extremo y le colmase de bienes y riquezas.

Yusuf consideró su consejo y todo aconteció como su esposa le había descrito. Se firmó la cesión de poder ante los notarios y principales, y Abu Bakr, cargado de presentes, volvió al yihad a tierras subsaharianas.

Tras estos dos años de aconteceres, con el poder claramente en sus manos, de forma imparable amplió el emir Yusuf ibn Tashfin su gobierno sobre todas las tribus en dirección norte, quedando el  Magreb bajo su emirato y el Islam fuertemente establecido en todos los rincones magrebíes.

Con el paso de los años Yusuf siguió escuchando el consejo de Zainab. Ella nunca pretendió asumir poder en su persona, sino ocupar el lugar que anheló desde joven.

Los frutos de la ternura se derramaron sobre ellos, naciéndoles cuatro hijos como fruto de su amor, y aunque tuvieron algún desencuentro relacionado con el hecho sucesorio, el emir, cuyo territorio llegó desde el desierto sahariano a la orilla del rio Ebro, nunca cambió el trato respetuoso con Zainab bint Ishaq al-Nafzawiya.

Yusuf  honró a Abu Bakr acuñando dinares con su nombre hasta que este murió en el campo de batalla. Sólo entonces se introdujo el nombre de Yufuf ibn Tashfin, Emir de los Musulmanes, en el cuño.

Salir de la versión móvil