Desde la creación del estado español unificado por los Reyes Católicos, España ha sido un país sin libertad religiosa, (obviando la breve etapa de la 2ª Republica) ya que el estado español desde entonces se ha declarado cristiano, católico-apostólico-romano, en el que la Iglesia Católica ha tenido un papel central, de forma excluyente con todas las demás. Solo hasta la Constitución Española de 1.978, en la que se promulgaba la libertad religiosa, el estado ha admitido y reconocido a otras realidades religiosas como propias, la fórmula que finalmente se eligió para definir este hecho, es la de Estado Aconfesional.
La diferencia entre este modelo y el estado laico, es que mientras que en el laico, el Estado no reconoce ninguna religión concreta, permitiendo la libertad religiosa, en el aconfesional son reconocidas las de notable arraigo, en España, estas son:
La Católica, Musulmana, Evangelista y Judía. Y con todas ellas el Estado ha concretado acuerdos con rango de ley.
Este hito histórico supone un importante cambio en la manera de entender nuestra propia realidad, ya que incorpora términos como español musulmán y español judío, lo que trae en consecuencia un giro importante a la hora de entender nuestra realidad como país, superando por fin, aunque sea solo legalmente, los prejuicios del histórico mito de la llamada reconquista. Conflicto que ha vertebrado nuestra historia en los últimos doce siglos.
Por lo tanto, si al hispano musulmán o al hispano judío, no se le toma como un extranjero que nos ha invadido y que luego hemos echado, sino como parte de nuestra realidad y de nuestro entramado histórico, quizá fuera un buen comienzo para abordar este choque de civilizaciones actual, y sentar bases para conseguir un dialogo de civilizaciones que sirva de puente entre lo occidental y lo oriental, o más bien, entre la civilización occidental y la civilización arábigo-islámica.
Etimológicamente, el término España proviene de Hispania, que es como llamó Roma a la península Ibérica, una vez romanizada y convertida en Provincia, en la que sus habitantes pasaron a ser ciudadanos romanos. De forma que los habitantes de Hispania, en la época en que el Islam llega a la península, son mayoritariamente hispano-romanos.
De igual forma que ocurrió en Oriente, aquí, el avance Islámico transcurrió paulatino y veloz sobre las poblaciones altamente romanizadas y encontrando más dificultades en las grandes zonas montañosas.
Desde mitad del siglo VII hasta bien entrado el VIII, las noticias históricas que nos han llegado no son del todo claras ni contrastadas, ya que, todo este proceso ha sido muy adulterado y adaptada su realidad, con fines políticos y propagandísticos por parte, tanto de las fuentes cristianas como musulmanas en los siglos posteriores, en un proceso global del más traumático, violento y enconado conflicto entre los mundos cristianos y musulmanes, que en estas tierras duró más de ocho siglos y que es denominado como reconquista.
Durante todo el siglo VII, en Occidente; y esto es el mundo romano, que englobaba todas las tierras que circundan el mediterráneo; se va a culminar la decadencia y final de toda una civilización y el paso de la edad antigua al comienzo de la edad media, un tramo histórico, de enorme trascendencia y que la historiografía general se muestra muy confusa, a través de teorías, con poca sustentación lógica.
Los motivos y circunstancias que van a converger en este hecho son innumerables, pero hay dos fenómenos cruciales que van a definir este cambio de era, por encima de los demás: Uno es, la irrupción del Cristianismo como religión oficial del Imperio Romano y el otro es, un fenómeno que ha sido cíclico a lo largo de toda la historia; las crisis migratorias.
Es decir, cientos de miles de personas que son desplazadas de sus hábitats de forma urgente y que huyen con lo puesto, arrastrando sus familias, su cultura y su lengua. Los motivos más importantes de estas migraciones son varios y podemos enumerarlos por la rapidez en el tiempo. En primer lugar suele estar la irrupción de un nuevo imperio colonial que conquista territorios ajenos para colonizarlos, esto trae consigo la migración de poblaciones que huyen de la guerra y el expolio. En segundo lugar están las catástrofes naturales, como cataclismos, que también desplazan de una forma urgente poblaciones enteras. Pero la más peligrosa, que aunque más lenta, su devastación es aún más terrible; son los cambios climáticos. Estos son la desertización o su opuesto las inundaciones, debido a cambios en el ciclo climático repentinos. De ellos, los tres primeros todavía tienen alguna posibilidad de retorno, pero este último, la desertización, no tiene vuelta atrás, un territorio que alcanza el estadío de aridez, le es imposible albergar al número de habitantes que antes tenía, por lo que desde el principio, el deseo de retorno a su origen, desaparece desde el principio.
Durante este siglo VII van a converger todos ellos, creándose una crisis migratoria a nivel global, cuyas consecuencias van a arrastrar el definitivo final del orden romano. Como parece obvio, salvando que hay una diferencia de siete siglos, parece que estamos hablando del siglo XXI.