Naturaleza y usura

Abdussalam Gutiérrez

Granada

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Después de varios años de intensos debates, estudios y manifestaciones a favor y en contra de la posibilidad de la coexistencia del sistema capitalista actual que predomina en el mundo y el equilibrio ecológico o la conservación de la Tierra, parece evidente, a juicio de la mayoría de los estudiosos y especialistas independientes del tema, que ambas cosas, tal y como son entendidas hoy en día, o más bien, tal y como se practica el capitalismo actualmente, son incompatibles, sin que se vea una posible solución al problema.

El capitalismo es un sistema que tiene una necesidad imperiosa de expansión tanto en términos de producción total como en términos geográficos, a fin de mantener su objetivo principal: la acumulación incesante de riqueza. Este crecimiento constante de la economía del sistema capitalista es admitido por todos. Sus defensores venden esto como una de sus grandes virtudes; sin embargo, las personas comprometidas con los problemas ecológicos lo presentan como uno de sus grandes vicios/defectos, cuestionando frecuentemente, en particular, uno de los puntales ideológicos de esta expansión: la afirmación del derecho de los seres humanos «a conquistar la naturaleza».

Ahora bien, ni la expansión ni la conquista de la naturaleza eran desconocidas antes de los inicios del capitalismo actual, a lo largo del el siglo XVIII; pero, al igual que muchos otros fenómenos sociales anteriores a esta época, en los sistemas históricos precedentes no eran una prioridad existencial. Por tanto, hemos de analizar qué elemento fundamental del capitalismo actual es el que ha hecho posible −incluso se podría decir inevitable− este vuelco completo en la escala de los valores humanos, que ha puesto la obtención de riqueza por encima de cualquier otro valor o cualidad que se pueda obtener.

El elemento decisivo fue la legitimación, en su día,  de la práctica de la usura, y al decir usura no me refiero al cobro de un interés excesivo en los préstamos, sino a la primera acepción recogida en el diccionario: ‘cobro de interés en los préstamos’, sean éstos grandes o pequeños.

Hasta hace unos doscientos años la manera tradicional de obtener riqueza era, o bien través del trabajo, o bien a través de la inversión, tanto en producción como en comercio, y solamente una reducidísima parte de la población (tradicionalmente los judíos) obtenían riqueza de los préstamos con interés, práctica que siempre habían prohibido todas las religiones, por lo cual era aborrecida y despreciada por todo el mundo.

Desde que a mediados del siglo XVII, tanto la Iglesia católica como todas las ramas de la Iglesia protestante, cedieron a los deseos de los usureros, y poco a poco fueron abandonando su firme postura en contra de dicha práctica, se fue generando, paulatinamente, una nueva forma de ganar dinero, que desde el simple cobro de intereses por el capital prestado, pasó a la creación del dinero de papel, la formación de las grandes casas de préstamos (bancos), la creación de las bolsas de valores y los sofisticados mercados financieros actuales.

Esta nueva forma de ganar dinero ha transformado la escala de valores humanos, siendo la obtención de riqueza, y de la manera más fácil posible, la prioridad absoluta del ser humano de hoy en día, por encima de cualquier otra consideración, de forma que hoy podemos contemplar cómo el poder económico domina todos los ámbitos de la existencia.

El equilibrio ecológico solamente es posible cuando las distintas especies que pueblan la Tierra cumplen el papel para el que ha sido creadas, y lo que deberíamos preguntarnos es: ¿está el hombre cumpliendo con su papel?, o bien, ¿cuál es el papel del ser humano?

Si reflexionamos un poco sobre las estas preguntas, es evidente que no podemos contestar a la primera de forma afirmativa a la vista de los resultados en el ámbito ecológico conocidos por todos.

En cuanto a la segunda, está claro que no son los fundamentos del capitalismo −expansión constante y conquista de la naturaleza– la respuesta, sino que el papel del ser humano debería ser la conservación y protección de todo el sistema Tierra.

Solo la abolición de la usura, y de cualquier otra práctica injusta en las transacciones económicas, permitirá una distribución de la riqueza más equitativa y la vuelta a la esencia de nuestra naturaleza, que no es la de ser consumidores compulsivos y deudores agobiados, sin otra preocupación que nosotros mismos, sino la de hombres y mujeres responsables de sus propias vidas, en las cuales el honor, la virtud, la generosidad y la preocupación por los demás y por su entorno son sus prioridades existenciales.

 

 

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