Agricultura y Capitalismo

Abdellah Bignon

Sevilla

[unordered_list style=»arrow»]

[/unordered_list]

Kissinger hizo esta declaración en un momento en el que la política exterior de los EE. UU. se centraba en “contener” la expansión del comunismo. Decía esto y, a pesar de ello y de toda la propaganda y terrorismo de la que eran víctimas la gente del tercer mundo, esa gente en Latinoamérica, África y Asia seguía abriendo sus brazos al comunismo. Más que la teoría de Marx o el ejemplo de la USSR, era la reforma agraria –la división de grandes latifundios en pequeñas granjas familiares, en tierras de poca urbanización– lo que atraía a la gente.

Y esto era algo que el capitalismo no podía ofrecer, puesto que era precisamente la formación de capital como la fuerza motora de la sociedad, y el comienzo de la práctica de la usura, lo que había hecho posible las grandes plantaciones.

De cualquier manera la batalla debía ser luchada y ganada. La ecuación era simple: si la gente no elegía por voluntad propia patrones de agricultura enfocados hacia los mercados, en ese caso les serían impuestos.  Con esta meta en perspectiva fue creada y lanzada la Revolución verde. La Revolución verde es la máquina de guerra que el sistema capitalista ha utilizado para tomar el control de la agricultura en la mayoría de zonas del mundo en vías de desarrollo, con especial hincapié en Méjico –donde comenzó– India y Oriente Medio.

Esta Revolución verde consiste en introducir semillas de ingeniería científica para cosechas industriales conjuntamente con una fuerte mecanización del proceso en explotaciones gigantes, facilitando el acceso a estos instrumentos a través de créditos libres de intereses durante los primeros años. Una vez el agricultor ha comprado y está usando las semillas y pesticidas y se ha acostumbrado al tractor nuevo (todo ello gracias a aventuras crediticias que se extienden como hongos en el campo y cuando está tan atrapado en la deuda que la cosecha que aún no ha recogido ya está vendida para pagar al banco) entonces el crédito libre de intereses deja de serlo.

Y la guerra está ganada. El granjero ya no es dueño ni de la producción ni de los medios de producción. Producir cosechas industriales ha significado para él el fin de la economía de subsistencia autosuficiente, y ahora se ve atrapado en una paradoja peligrosa: está produciendo comida para otros, pero sin poder producir la suya propia; vendiendo a los mercados, mientras que es demasiado pobre para comprar.

La heroica historia de la Revolución verde, como sería contada por los promotores del capitalismo, es algo digno de un blockbuster  de Walt Disney. Su héroe es Norman Borlaug, el científico que encabezó los principios de la investigación en Méjico y que después se convirtió en el vendedor de la Revolución Verde (por lo cual recibió el Nobel de la paz en 1970), y tiene un final feliz, puesto que se atribuye a esta “revolución” un aumento inmenso de la producción de comida alrededor del mundo.

Esta historia no es más que un burdo engaño, kufr en su forma más simple. Engaño, primero, de los hechos: la mayor parte del incremento de producción de comida en el mundo durante los cincuenta y los setenta ocurrió solo en China, y además, a pesar de que la producción de comida se ha incrementado considerablemente, también lo ha hecho el número de gente que sufre de malnutrición y hambruna.  Más de mil millones de personas no tienen suficiente alimento, eso sin hablar del acceso al agua potable. Y la gran mayoría de ellos son –o eran– granjeros.

Y, segundo, engaño acerca de su agenda, puesto que detrás de la figura de Norma Borlaug se esconden los arquitectos del sistema usurero. Y ellos son los recibidores del beneficio. La fundación Ford y la fundación Rockefeller han usado su dinero e influencia política para ver su “revolución verde” llevada a cabo. Esos modelos de usureros filántropos han invertido ingentes cantidades de dinero y esfuerzo en todo el mundo para tomar el control de la agricultura, puesto que entienden muy bien la verdad de la declaración de Kissinger. El control de la comida a través de la fijación de los precios en la bolsa de Chicago y el control de las semillas a través de los híbridos y las variedades GM son  armas más mortales que un ejército entero. La escasez de comida se puede programar abriendo la puerta a levantamientos por el alimento e inestabilidad política. Además, el control sobre el precio de una mercancía de primera necesidad es una herramienta de soborno muy eficiente.

En la última década una nueva ofensiva ha empezado allí donde la primera Revolución verde ha fallado, en el continente con la mayor extensión de tierra arable aún sin tocar: África. La financiación viene de la fundación Bill y Melinda Gates (pero Rockefeller sigue ahí) a través de la Alianza para un Revolución Verde  en África (AGRA, por sus siglas en inglés), y el héroe es ahora Kofi Annan, expresidente de las ONU reconvertido en vendedor de semillas GM.

Como musulmanes no podemos tolerar estas maniobras. Están arraigadas en la usura, traen injusticia, pobreza y muerte; buscan alterar la creación a través de modificaciones genéticas y son dañinas para la Tierra como ecosistema.

La única revolución verde que ayudará a los granjeros a vivir con dignidad y proteger la creación es la expansión e implementación del Din y la aceptación de nuestro rol como califas en la Tierra: libertad para cultivar variedades indígenas adaptadas a ecosistemas locales; libertad para guardar una parte de las semillas y usarlas al año siguiente, como se ha practicado durante miles de años; y libertad para comprar y vender cualquier mercancía agraria o intercambiarla por otras usando dinares y dírhams.

 

 

 

 

Salir de la versión móvil