Transición Cosmetica

A día de hoy vivo en Ciudad del Cabo. Es un lugar precioso, lleno de verde, donde las tierras son fértiles y generosas, con un clima que hace la vida aquí agradable. De hecho, es fácil olvidarse de que estás en África, ya que la atmósfera es muy parecida a la del Mediterráneo, donde he nacido. Pero hay ciertas cosas que te devuelven rápidamente a la realidad, entre ellas, la disparidad entre ricos y pobres, el creciente número de pobres cada vez más pobres y el menguante número de ricos, cada vez más ricos, y las diferencias sociales. No se confundan, no estoy hablando del viejo caballo de batalla del racismo, no tiene nada que ver con el color de la piel, aunque por razones históricas esté presente. Hablo del capitalismo democrático que después del apartheid se ha establecido en Sudáfrica.

En el año 1994, Sudáfrica pasó por una transición del sistema de apartheid, inspirado en el sistema de castas de India, a un sistema democrático capitalista. Este acontecimiento creó en la gente una gran expectativa de cambio. Imagínense el “yes, we can” de Obama multiplicado por cien, y, al igual que la desilusión producida al ver que Obama cambió poco, la misma sensación se ha producido aquí, también multiplicada por cien. Aun así reina una euforia democrática, una creencia de que realmente se le ha dado el poder al pueblo. Por mi experiencia, y al compararla con lo que me han contado mis padres sobre la transición de Franco a la democracia, creo que sería algo parecido a lo que España vivió durante los diez o quince años posteriores a este hecho. En palabras de mi padre: “Cualquiera que hiciese rimar las palabras libertad y democracia era poeta”.

Estas transiciones, que podemos llamar inadecuadamente políticas, no fueron, sin embargo, económicas. Se dio un cambio en la clase política, pero no en la económica. Hoy en día el rol de las clases políticas es el de administrar los impuestos que recoge de la gente, pero el poder económico reside en las manos de aquellos que tienen el control sobre la moneda. Mayer Amschel Rothschild, fundador de la dinastía bancaria de los Rothschild, dijo: “Dadme el control de la moneda de un país y no me importa quién haga sus leyes”. Por lo tanto estos cambios de administración, a pesar de que en un principio crearon una burbuja económica, al explotar la burbuja por haberse hinchado demasiado dada la naturaleza del sistema: intereses, derivados, especulación, y demás productos financieros, han creado una fuerte recesión económica.

Esta recesión, que se ha hecho notar directamente en los países más desarrollados de Occidente y que ha afectado indirectamente al resto, la están notando, sobre todo, las clases medias. En Occidente hay una creciente disparidad entre ricos y pobres, una brecha que va en aumento. Este es un fenómeno que se expande, por el efecto de la globalización, al resto del mundo. Es un efecto del capitalismo, del mercado libre, del monopolio y, sobre todo, de los intereses −algo que siempre se ha llamado usura− y de la falta de una moneda con valor intrínseco.

La solución no pasa por cambiar un gobierno de derechas a otro de izquierdas, o viceversa, ni siquiera por un marxismo, socialismo o comunismo extremo, sino por establecer un sistema de intercambio justo, en el cual se utilice un medio con valor intrínseco en sí mismo y no haya monopolio sobre la moneda.

Es cierto que para mucha gente las condiciones de vida en Sudáfrica han mejorado, pero esto no es porque el sistema actual sea benigno, sino porque el anterior era de una extrema crudeza y casi cualquier cosa podía ser mejor. Pero el cambio real no se ha producido ni aquí, ni en España después de Franco, ni en ningún otro sitio. El cambio llegará cuando seamos capaces de establecer un sistema de comercio justo, con una moneda de valor intrínseco y sin posibilidad de especulación (una consecuencia de tener un sistema basado en oro y plata es que se elimina la especulación financiera). Es por estas razones por las que el cambio no llegará de las clases políticas, que están demasiado ocupadas defendiendo el dinero de sus jefes banqueros, sino de establecer programas de comercio y uso del oro y la plata de forma local. Esto es válido para Sudáfrica, España y cualquier otro lugar. Sólo cuando nos demos cuenta de la importancia de este asunto y lo empecemos a poner en práctica veremos que todos los acontecimientos se suceden, pues Allah, subhanahu wa ta ‘ala, no cambia la situación de una gente hasta que ellos no cambian lo que hay en su interior, (Corán, 13-11)

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