Tecnología de la liberación y esclavitud de la tecnología

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El sociólogo y filosofo francés Jaques Ellul dedicó una buena parte de su carrera intelectual a la reflexión sobre la técnica y su  impacto en el individuo y la sociedad. Su libro La sociedad tecnológica (1964) analiza las características de la tecnología moderna, el sistema artificial, que con el propósito de la eficacia y la racionalidad, elimina, o subordina, al mundo natural. La tecnología, observa Ellul, en lugar de estar al servicio de la humanidad, hace que los seres humanos tengan que adaptarse a ella y aceptar un cambio total.

En una magnifica entrevista para la televisión,  La traición de la tecnología, dice Ellul: “Existe el sentir extendido de que la tecnología nos hace libres, de que nos da capacidades enormes de movimiento, de adquisición de conocimiento; −y se pregunta− ¿libres de qué?”. Ellul se sirve del ejemplo del automóvil para explicar esa libertad: el coche nos permite la libertad de disfrutar de autonomía y movimiento. Cuando llegan las vacaciones, tres millones de parisinos, libremente, cada uno independientemente del otro, y haciendo uso de la autonomía que el automóvil les proporciona, salen en enormes caravanas de tráfico hacia las playas del Mediterráneo. “¿Es esto un medio de liberación?”, se pregunta Ellul. Y se responde: “Todos esos individuos no han reflexionado por un solo momento que la tecnología y el modo de vida que practican les convierte en una masa completamente uniforme, predeterminada y condicionada”.

Las reflexiones profundas de grandes pensadores del siglo XX, como Martin Heiddeger en su La cuestión de la tecnología (Die Frage nach der Technik, 1954), son anteriores a la explosión de los medios de comunicación y la globalización del internet, pero sus análisis visionarios se anticipan a las consecuencias, cada vez más graves de un mundo y de un ser humano sometidos a los imperativos de la técnica.

Otro aspecto subrayado por Jaques Ellul repetidamente en su reflexión acerca de la tecnología es la pérdida de la responsabilidad. Los procesos técnicos fragmentan en numerosos compartimentos la actividad humana, de tal manera que cada individuo cumple con su parte del proceso y no se hace responsable de las consecuencias, los accidentes, las injusticias o el desequilibrio, directo o indirecto, que el proceso entero genera. Ellul pone como ejemplo un accidente en una presa hidrológica. Si la presa revienta, ¿quién es responsable?, ¿los geólogos, los ingenieros, los obreros, los políticos o los accionistas de la compañía? La responsabilidad está diluida, fragmentada y nadie asume la carga total de los fallos técnicos. Ejemplos más recientes han sido el trágico descarrilamiento del Talgo en Santiago de Compostela el pasado mes de julio o el espantoso accidente de Spanair en el aeropuerto de Barajas, en agosto del 2008. En ambos casos es difícil señalar a los responsables de las tragedias; el proceso técnico se diluye y fragmenta en multitud de pasos, decisiones y tareas parciales, en las que el individuo es tan solo una pieza del engranaje. Cada uno se compromete con su tarea técnica y el resto no le interesa.

Esta no es sólo una cuestión legal en casos de accidentes y tragedias, es una materia moral, de conciencia y de salud mental. Otro ejemplo más general es la implicación pasiva de los empleados y ejecutivos de las entidades bancarias y las grandes corporaciones, amparados en la supuesta inocencia del individuo que sólo pretende ganarse su sustento como empleado y no quiere asumir la parte de responsabilidad que carga, lo admita o no, al subyugarse voluntariamente a participar en la actividad bancaria, a la cual ni juzga ni quiere que sea juzgada.

Una de las características del hombre-masa, al que se refería Ortega y Gasset en su obra magistral de 1929, La rebelión de las masas, consiste en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna.

Si el racionalismo europeo de los siglos de la Ilustración cuestionó la tradición, puso en tela de juicio todas las restricciones y limitaciones de la moral, ridiculizó la consciencia asombrada de lo sobrenatural, y cuestionó las creencias de la Antigüedad, con el desarrollo de la tecnología y su globalización, las tradiciones de sabiduría son aplastadas de forma implacable. Los conocimientos, artes y habilidades técnicas, pasados de generación en generación, acerca de la naturaleza, los oficios, el clima y la Tierra, así como el conocimiento de la realidad del hombre en el mundo, la adoración y los modelos de realización humana son trivializados por la industria del cine, desactivados en los planes educativos en escuelas y universidades y desbaratados por la adicción a las redes sociales, las “amistades” virtuales y la información invertebrada de Google,  que está al alcance indiferenciado de todo el mundo.

Jaques Ellul dictamina, desde su perspectiva cristiana, que al desaparecer el respeto por lo sagrado, la nueva fuerza dominante –la técnica− se ha convertido en “lo sagrado”.

Todo avance técnico tiene su precio, y debemos preguntarnos antes de aceptar las promesas de felicidad que un proceso técnico o un progreso económico nos ofrecen: ¿qué precio vamos a pagar? La pregunta de las sociedades antiguas era: “Si perturbo el orden natural de las cosas, ¿qué precio voy a pagar por ello?”. Y esa reflexión suponía un contrapunto a las ventajas y comodidades inmediatas de la técnica, una evaluación prudente y un medio de evitar los excesos, la corrupción en la Tierra.

Si esa pregunta se plantea acerca de las fórmulas matemáticas de las financiaciones con interés y las deudas bancarias, y las aún más sofisticadas formulaciones de los “productos” de inversión en esquemas financieros usureros, la respuesta es tajante y aterradora,  y bien podría resumirse en el título de un seminario celebrado en Norwich en 1988 –el cual está publicado bajo el título−: “La usura, raíz de todas las injusticias de nuestra época”. La “industria” bancaria es la aplicación de los imperativos técnicos a las finanzas y al dinero: ausencia de límites morales, falta de reflexión sobre las consecuencias, desaparición de la responsabilidad individual y de cualquier cuestionamiento sobre la naturaleza de unos mecanismos, técnicamente eficaces, pero injustos y corruptores en su esencia.

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