Spirou y Los soviets

Seguro que si estabas vivo en los ochenta has leído cómics de ‘Asterix’, ‘Tintín’ y ‘Lucky Luke’. Si además de eso, leiste a ‘Jo, Zete y Joko’, ‘Iznogud’, y ‘Spirou y Fantasio’ es que te gustaba el cómic europeo de la época. No estamos hablando de manga japonés, ni de Marvel ni Dc, las grandes editoras de cómic norteamericano (esa mitología moderna de los superhéroes enfrentados maniqueamente a los supervillanos, basados comercialmente en la creatividad del hebreo genial Stan Lee).
Si esto es así, recordarás que Hergé, el belga dibujante de ‘Tintín’, de ideología ultraconservadora y amigo personal de Leon Degrelle, el líder rexista belga aliado de los nazis durante la segunda guerra mundial (en cuya persona está basada el personaje de Tintín, nada menos) dibujó un cómic, editado en su época por tiras de viñetas en un periódico, que se tituló ‘Tintín en el País de los Soviets’.
‘Tintín en el País de los Soviets’ era un libelo anticomunista. Por simplificar la definición. Basados en aquel cómic, ambientado en la Unión Soviética, los actuales dibujantes franceses de ‘Spirou y Fantasio’, firman esta obra, eco de la anterior, a la que hacen un guiño dentro del cómic.
Si tenemos en cuenta, que la generación de los ochenta y los noventa, al hablar de un tema, más que leer el libro, «habían visto la película». Y que, probablemente, las posteriores, quizá ni han visto la película pero «han visto en internet algún meme sobre el tema». La reflexión moral de Spirou sobre el comunismo resulta algo más profunda que la de Hergé. Más relativista quizá. Subyaciendo, al leer entre líneas, que: no todo era malo en el comunismo (ni, desde luego, todo es bueno en el capitalismo bajo cuya hégida económica vivimos).
Fantaseando, sobre  un imposible biológicamente «gen comunista» latente en toda la humanidad, los dibujantes (gente de letras, sin duda) juegan sobre la idea de una conspiración soviética, bienintencionada quizá, para activarlo mediante drogas y hacer que toda la humanidad se haga comunista. Se acabe la competición entre las personas y países. Se abola la propiedad privada. Y seamos todos felices en este mundo, colaborando, sin privilegios ni explotación. Y colorín colorado, este cuento se habría terminado. Sería el fin de la historia, si el motor de la historia fuese la lucha de clases como predicaba Marx. Por la experiencia histórica sabemos que… no fue exactamente así. Por así decir. Cien millones de muertos después, millón más millón menos. Tras los gulags (campos de concentración y trabajos forzosos) y haber considerado la libertad individual como un lujo pequeño burgués, y tras las experiencias históricas de Mao (60 millones de muertos, más o menos), Stalin (20 millones de muertos, más o menos) y Pol Pot («sólo» 3 millones de muertos, más o menos). Y sin que, Abimael Guzmán, el pobre, pudiese entrar en el top 10 de dictadores genocidas de la historia de la humanidad porque Sendero Luminoso no consiguió tomar el poder en Perú. Sabemos que el marxismo-leninismo tenía muchas sombras además de ideas felices. Como dijo un sufi: «Cualquier intento por traer el paraíso a la Tierra sin contar con Allah, ha resultado en fracaso».
El comunismo: una ideología, una idea, en el sentido de estar en un mundo ideal, en sus mentes, no en cómo es el mundo de verdad en el que vivimos. No ha conseguido sus metas y lograr, como la letra de su himno por antonomasia, la Internacional decía: «…el fin de la opresión». El fin de la opresión de el hombre por el hombre, se entiende. El comunismo fue, una mala respuesta a una buena pregunta: ¿Por qué no hay justicia social entre las personas?
El comunismo, como cualquier -ismo, era una pseudoreligión, una religión-de-sustitución. Con sus pseudoprofetas (Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Ho Chi Min, Fidel Castro), sus pseudolibros revelados (El Capital, el Manifiesto Comunista, El origen de la Familia la Propiedad y el Estado, El Libro Rojo…) y sus pseudoprocesiones (1 de Mayo, y los días nacionales de cada país comunista desfilando los fálicos misiles) Eran como un hechizo que le sale mal a un mago y se convierte en algo peor que lo que había en un principio. Todo con muy buenas palabras de liberación y defensa del bien común. Cuando el resultado es un infierno empedrado con buenas intenciones. Qué ironía. «Si se olvidan de Allah, El hace que ellos se olviden de sí mismos».
Como anécdota, señalar que Lenin y Trotsky en la revolución bolchevique de 1917, permitieron juzgar al Ser Supremo: «el 16 de enero de 1918, empezó el «Juicio del Estado Soviético contra Dios», que finalizó muy rápido, al día siguiente: Dios fue condenado a morir y se dispararon 5 ráfagas de ametralladora (arma muy mecánica y moderna) hacia el cielo.» Si se supone que pensaban que no existía, era sólo una provocación a los creyentes y un aviso a navegantes de su ateísmo militante (una religión teísta en sí misma, basada en la negación, curiosamente). Ese tipo de gente son. «Lunacharski, el hombre que pasó a la historia por haber juzgado a Dios, acabó muriendo en 1933, cuando se dirigía a ocupar su puesto como embajador en la España de la II República». Irónicamente, el cargo que los comunistas aducían para juzgar y condenar a Dios, era «genocidio». Precisamente.
Aunque suene panfletario, sabiendo que Islam es comercio sin usura. Y gobierno sin estado. Aunque a muchos, ésto les sorprenda. Creemos que, la forma real de acercarse, en la medida de lo posible, a una sociedad justa, es abolir el privilegio de la usura, el préstamo con intereses, la emisión de moneda con intereses, y la bolsa especulativa, fomentando el trabajo real, la economía productiva, el comercio justo entre las partes sin restricciones ni impuestos injustos, y el auto empleo y la libertad personales, basados en la propiedad privada inalienable, y en la tendencia a la propiedad colectiva de los medios de producción industriales, de forma gremial. Hay que producir para repartir. Incluso en la redistribución de la riqueza de los que más tienen hacia los que menos por medio del Zakat obligatorio y la sadaqa voluntaria. Incluso un bienestar social basado en fundaciones privadas inalienables -awqaf, habous-, más que en la acción del estado. Un concenpto inimaginable en la práctica, en los estados alienantes tiránicos que surgieron del marxismo, ni en los alienantes, aunque sofisticados y liberales, estados capitalistas occidentales garantes de la usura. La cuestión continúa abierta. A ver qué hacemos.
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