Solo un milagro puede salvarnos

He pasado los últimos dos meses viajando por cinco países de Europa occidental, después de pasar los meses de confinamiento más estricto en Alemania. He aprendido a decir “mascarilla” en alemán, holandés, francés, catalán y en italiano de tanto oír la dichosa palabreja en la megafonía de las estaciones y aeropuertos, pronunciada con tono amenazante por policías y guardias de seguridad, en el metro, por la calle y de tanto verla escrita en las entradas de los locales y los espacios de publicidad. Mundschutz, maskertje, macareta, mascherina, masque, mask. Reconozco que me he sentido como dentro de una película de ciencia ficción en los metros de Barcelona y de París, sin poder dar del todo crédito a la imagen de cientos de personas con la boca tapada, la cabeza gacha y los ojos fijos en un pequeño dispositivo, que todos, absolutamente todos, sujetan en sus manos.

La grotesca mascarada mundial es solo un recordatorio. Este pandemonium ha señalado el inicio de una nueva época. La mentira y el encubrimiento, que siempre han existido, ahora se han extendido de manera unificada a escala universal. Detrás de la narrativa catastrófica de un virus peligroso y muy contagioso, adornada con tintes emotivos de heroísmo de los sanitarios y reforzada con una repetición insistente, durante semanas y meses, de casos dramáticos y cifras de muertos, como en los partes de guerra, se ocultan operaciones financieras colosales.

Los gobiernos se han visto obligados por la fuerza de las circunstancias a tirar por la borda toda su planificación económica y se han lanzado a un endeudamiento sin precedentes.

Los promotores de la industria farmacéutica, actuando con audacia y con un plan bien trazado, respaldados por instituciones de investigación a las que financian, santificados por los dictámenes de la OMS, a la que también financian, apoyados por los principales medios de comunicación, a los que vienen aportando millonarias donaciones desde hace años, y protegidos por los propios gobiernos, a los que han entrenado y convencido en los últimos años con repetidas amenazas de sucesivas epidemias, que sirvieron como ensayos de la actual: la gripe aviar, la gripa porcina, la gripe A, el ébola, el SARS… han estado desplegando sin pausa y sin piedad su estrategia. Ya la habían anunciado. Incluso hicieron un ensayo general en Octubre del 2019 en Nueva York, bajo el título de Event 201, al que acudió el presidente del gobierno español Pedro Sánchez. El objetivo declarado es no permitir a la población del mundo respirar ni volver a la ansiada normalidad hasta que, en palabras de Bill Gates: “toda la población mundial se haya vacunado.”

La estrategia es cruel por partida doble. Por un lado la tortura que representa aterrorizar a la gente, suprimir su libertad de movimiento, contacto y reunión y el cese de las actividades productivas y comerciales. El prolongado estado de excepcionalidad que ha convertido de pronto al estado y a sus representantes en fuerzas de acoso e intimidación, para culminar con una vacunación forzosa de miles de millones de individuos. Por otro lado es previsible y completamente plausible que las desdichadas criaturas que se dejen vacunar, que por desgracia serán muchísimas, vayan a sufrir daños graves a su salud, muchos irreparables y ciertamente esos millones de personas y los gobiernos de sus países se consolidarán como clientes asiduos y menesterosos de más y nuevos productos de las mismas farmacéuticas. Y también aumentará su endeudamiento a las instituciones usureras. Más y nuevos créditos bancarios.

¿Ha sido la muerte de miles de ancianos en las residencias algo intencionado, sabiendo como sabemos que la estrategia la han trazado personajes que declaran abiertamente que es necesario reducir la población mundial, que somos demasiados? ¿Forma parte calculada de esta campaña la intención de hacer enfermar y causar daños fisiológicos con sus vacunas a los que se inyecten sus peligrosos compuestos, para asegurarse un mercado futuro a sus industrias farmacéuticas, del mismo modo que otras industrias han introducido la obsolencia para vender más productos y las empresas de armamento fomentan los conflictos civiles y regionales para vender los suyos?

Respuestas verificables y documentadas a estas inquietantes preguntas quizá nunca podamos tenerlas, como todavía no se ha conseguido, después de tantas décadas, verificar a ciencia cierta la autoría del asesinato de JF Kennedy ni quien estaba verdaderamente detrás de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York y los otros atentados del 11 de Septiembre del 2001.

Estos aciagos interrogantes, así como la macabra mascarada mundial, la tenaz insistencia de los mensajes en todos los idiomas y a través de todos los medios, mensajes de miedo y de intimidación, el empobrecimiento de la gente más vulnerable y la privación de libertades naturales y de derechos adquiridos durante siglos de lucha, todo ello forma parte de lo que llaman la “nueva normalidad.” Para muchos la nueva normalidad va a representar un empeoramiento de su salud, de sus recursos y de su calidad de vida.

Jean Piaget  decía que la inteligencia es: «la capacidad de adaptación a las situaciones nuevas. Es primero que todo comprender o inventar». La capacidad de adaptación del ser humano a las circunstancias cambiantes, a las desgracias e infortunios, se pone de manifiesto en las calamidades naturales y en las guerras.

Cuanto más profunda es la conciencia de uno mismo, o el conocimiento de uno mismo, y cuanto más clara es la comprensión de la existencia y del mundo, más acertada y más rápida es la respuesta adaptativa.

Las circunstancias nuevas que se han instalado en nuestro mundo de improviso y con todos los visos de ser irreversibles requieren un cambio proporcionado a la magnitud de la situación. Y como en toda situación de peligro, la respuesta requiere energía e inteligencia.

Las herramientas de supervivencia en esta nueva realidad son la independencia de las redes y la autosuficiencia. Todas las redes nos atrapan, como las de los pescadores atrapan a los peces. Las redes del internet, los canales de TV y las redes de información, las llamadas redes sociales, pero también las redes estatales, las redes viarias, las redes eléctricas, las redes de carreteras… todas las redes con las que se teje nuestra civilización se pueden y se deben abandonar, aunque solo sea durante algunos momentos cada día, momentos de meditación y de reencuentro con la naturaleza. La naturaleza externa y la naturaleza en nuestro propio interno. La solidaridad, la amistad, la lealtad, la hospitalidad, la compasión y la generosidad son antídotos contra la alienación de la “nueva realidad”. Por eso el distanciamiento social es una doctrina tan anti-natural.

Puestos a adaptarnos y a transformar nuestra vida, podemos apreciar los beneficios y centrar en ellos nuestra atención, para no caer en el vicio del victimismo. Lo que ahora han acuñado como nueva normalidad, hacía ya mucho tiempo que se había instalado y se había mostrado como una monstruosa anormalidad. La corrupción del sistema político, la aberración del modelo económico, su impacto devastador sobre el equilibrio del medio ambiente, el hambre y la pobreza de millones, la angustia, el stress, el nihilismo y la degradación de las masas manipuladas e indoctrinadas ya se habían manifestado hace mucho tiempo como inaceptables. Aldoux Huxley y Geoge Orwell escribieron sus premonitorias novelas a mediados del siglo pasado. Por consiguiente, la pausa y el colapso de la maquinaria económica capitalista pueden verse como una purificación y una oportunidad de renovación y podemos celebrarlas sin ningún reparo. Las oportunidades de una transformación personal son claras para quienes ya éramos conscientes de que el torbellino del mundo globalizado es nihilista, destructivo y tóxico.

Estos son hechos confirmados por la experiencia. Hay un sinfín de personas vivas hoy en día que han superado el punto de inflexión del nihilismo, llegando hasta el fondo del torbellino. Han aprendido que el sistema muestra su naturaleza amenazante en ese punto con mayor claridad: el hombre se encuentra a sí mismo sumido en las entrañas de una gran máquina, concebida para destruirle. También han aprendido de primera mano que todo racionalismo conduce al mecanicismo y todo mecanicismo tiene como consecuencia lógica la tortura. Esto, en el siglo XIX aun no se había constatado. Solamente un milagro nos puede salvar de sucumbir en tales remolinos. Este milagro ha sucedido, ha ocurrido muchas veces, cada vez que una persona se ha salido de los números sin vida para extender una mano de ayuda a sus semejantes. La Emboscadura. Ernst Jünger (1951)

La obsesión pesimista o la preocupación por el destino de la humanidad, además de generar emociones inútiles e improductivas, son un impedimento a la transformación y a la adaptación que este momento requiere. Me parece bien quien se propone ser una fuente de información alternativa, y procura difundir noticias y reflexiones liberadoras con la intención de ayudar a otros a tener elementos de contraste y de contrapunto a la propaganda dominante. Pero lo más importante es mantenernos cuerdos y preservar nuestra propia integridad. Y que la protesta, la queja y el antagonismo no sean nuestro mantra.

No fue por hacer que tu voz se oyera sino por preservar tu cordura por lo que conseguiste seguir manteniendo vivo el legado de la humanidad. 1984, George Orwell (1949)

En la sátira de C.S. Lewis, Las cartas del diablo a su sobrino, una apología cristiana del siglo XX, el anciano diablo Escrutopo aconseja a los diablos jóvenes acerca de cómo mejor llevar al infierno a sus víctimas:

La subyugación de los pueblos libres y la proliferación de los estados esclavistas son para nosotros un medio… el fin verdadero es la destrucción de las almas individuales. Pues son únicamente los individuos los que se pueden salvar o condenar. The Screwtape letters. (Las cartas del diablo a su sobrino) C.S. Lewis (1942)

En definitiva, lo inteligente es actuar haciendo el bien y procurar por encima de todo mantener nuestra propia salud, nuestra propia conciencia indemne y nuestra propia integridad a salvo. Como ha ocurrido siempre en las grandes catástrofes, guerras y situaciones límite, mantenernos unidos y practicar actos de generosidad y de compasión son los anticuerpos más potentes contra la estrategia destructiva de los hechiceros de las vacunas y los capos de la economía basura (usura) que están alentando este patético pandemonio.

Salir de la versión móvil