Sobre la visión de los animales

Sobre la visión de los animales

“No nos embriaga el vino,

somos nosotros quienes

le aportamos su embriaguez”

Rumi

La visión de los animales, escribe Ernst Jünger en Hong Kong el 31 de julio de de 1965, es un elixir de la vida. Cuando lo escribe está pensando particularmente en el carabao, el búfalo acuático, que ha visto hace poco chapoteando con los hombres y las mujeres en los arrozales. Además de la utilidad, le llama la atención su belleza, especialmente cuando, estirando el cuello, el carabao alza ligeramente la cabeza para descansar en la nuca sus cuernos en forma de media luna. Para el viajero, la visión  de estos animales es mejor que andar dando vueltas por la ciudad. Son, dice, como las plantas, poderes auxiliadores en los que brilla no sólo el reflejo de la tierra nativa, sino también el reflejo de la patria eterna.

Jünger nos recuerda que los animales actúan sobre nosotros como grandes signos de fuerza primordial. Interpretamos la existencia a través de ellos, como ocurre en la gran tradición recogida por el poeta persa Rumi donde el papagayo, el león, el zorro y el halcón son signos múltiples del alma humana.

En Rumi, el papagayo representa al alma en la forma del buscador. El león representa el aspecto de alma humana que algunos llaman carnal y también, por un cambio de significado simbólico, representa a veces a los amigos de Dios. El zorro encarna la astucia, la malicia y la ganancia aparente. El halcón es el espíritu del hombre y de la mujer exiliados en este mundo, lejos de su Rey.

En una de las historias del Mathnawi, el más famoso de los libros de Rumi, un mercader tiene un papagayo encerrado en una jaula (el pájaro prisionero en una jaula, si no trata de escaparse, adelanta Rumi, es porque es ignorante). Un día, el mercader se prepara para hacer un largo viaje a la India por razones comerciales. Como es generoso, pregunta a sus criados qué desean que les traiga de allí, también se lo dice al pájaro. «¿Qué regalo deseas que te traiga de la India?,» le pregunta. Sin pensárselo dos veces, el pájaro le responde: «Cuando te encuentres con los papagayos de allí, explícales cómo estoy y diles: el papagayo del que os hablo suspira por vosotros y, desde su prisión por el destino celeste, os saluda, reclama la justicia y desea aprender de vosotros los medios y la manera de ir bien dirigido. En concreto, os pregunta: ¿Conviene que suspirando por vosotros entregue el espíritu y muera en la separación? ¿Es justo que se encuentre en un cautiverio cruel, mientras vosotros vais de las plantas verdes a los árboles?»

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Esto dice el papagayo y el mercader acepta llevar el mensaje, para él incomprensible. Cuando alcanza las fronteras de la India, se encuentra con una bandada de papagayos en la llanura, detiene su caballo y les habla para cumplir con su obligación. Esto está bien, y sin embargo, como consecuencia de lo que dice, ocurre algo lamentable en apariencia: entre los papagayos que le escuchan, hay uno que después de oírle se pone a temblar violentamente, cae al suelo y muere, su aliento se detiene.

Ante esto, el mercader se reprocha  por haber hablado: «He venido para traerle la muerte a éste, dice amargamente, que debe ser pariente de mi pájaro; sin duda eran los dos uña y carne, de un solo espíritu. ¿Por qué he hecho esto? ¿Por qué he traído el mensaje? Sólo con una estúpida palabra le he matado.” Estas son las reflexiones que el triste acontecimiento origina en el pecho del bravo mercader y por todo ello apresura la conclusión de sus negocios para regresar cuanto antes.

En cuanto el mercader llega a su casa, entrega a cada uno su regalo. «¿Dónde está el mío? le pregunta el papagayo verde, dime, ¿qué ha ocurrido?» «Te diré, responde el mercader, que me arrepiento de haber llevado tu mensaje.» «¿Por qué, mi amo?» «Porque les comuniqué tus quejas a un grupo de papagayos como tú y entonces uno de ellos sintió tu dolor, se rompió su corazón, cayó temblando al suelo y murió. Yo me quedé lleno de dolor pensando ¿por qué he hecho esto? Pero ¿de qué sirve ahora lamentarse?»

Cuando el pájaro escucha lo que le ha ocurrido a su amigo lejano se pone a temblar violentamente, cae al suelo y se queda frío. El mercader, al verle caer, da un brinco y tira su gorra contra el suelo exclamando: «¿Qué te ocurre? ¿Por qué te pones así, amigo?» El buen hombre, muy asustado, se ve de nuevo el causante de una desgracia, pero ésta mayor, pues el que está caído en el suelo con temblores de muerte es el intérprete de sus pensamientos más íntimos. De modo que no sabe qué decir, ni dónde tiene la cabeza. Sin darse cuenta de lo que hace, abre la jaula, toma el cuerpo del pájaro y lo arroja fuera de la jaula.

Lo más inesperado acontece en este momento. El mercader, pasando de los lamentos al asombro, ve cómo el papagayo verde, agitando sus alas, ha ido a posarse en una rama elevada. Entonces, en su estupefacción, comprende repentinamente o por lo menos comienza a entrever, como si fuera a través de una ventana empañada, lo que está pasando.

El bueno del mercader levanta la cabeza  y pregunta: «Ruiseñor, dice, explícanos por favor este asunto. ¿Qué es lo que hizo el papagayo en la India para que tú aprendas, prepares una estratagema y nos llenes de pena?»

El papagayo responde a esta pregunta desde lo alto de su rama: «Antiguo dueño mío, porque ya no lo eres, te diré lo que ha pasado. Con lo que mi amigo hizo me aconsejó: renuncia al encanto de tu voz y de tu afecto, porque tu voz te ha conducido a la servidumbre. Mi amigo se fingió muerto para darme este consejo.»

Después de esto, los dos siguen la conversación durante un rato, al cabo del cual el papagayo dirige a su antiguo dueño el adiós de la separación.

Este es un asunto del que se podría seguir el rastro en otros lugares del Mathnawi y, quizás, de otros libros como La metamorfosis, Las mil y una noches, Les fábulas de la Fontaine o Los cuentos infantiles y para el hogar de los hermanos Grimm. Parte del mundo de las adscripciones, nos dice Ibn Al-Arabi, es interpretar la existencia a través del mundo animal. Los animales y las piedras nos hablan. Todas las criaturas viven también en el interior del ser humano. En este sentido, parece ser que sólo es posible ser bravo como el león si en la selva ronda todavía el león. Y que, según desaparecen las águilas, así también nuestra facultad de visión.

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