Sobre el restablecimiento del waqf en esta época

waqf
Puente viejo Stari Most (waqf) de la ciudad herzegovina de Mostar.

Los Gobiernos del mundo occidental, y cada vez más del resto del planeta, están empeñados en convencernos de que el famoso “Estado del bienestar” lo vamos a alcanzar a base de pagar cada vez más impuestos, al mismo tiempo que sigue aumentando la deuda nacional, absolutamente impagable, que es el legado que vamos a dejar a nuestros hijos.

Lo que sucede en realidad es que las, así llamadas, crisis financieras y económicas conllevan de manera inmediata grandes recortes en las prestaciones sociales y cada vez más empobrecimiento de la mayor parte de la población que cuenta con menos recursos, mientras los Gobiernos siguen subiendo los impuestos, pues es necesario pagar los intereses de la deuda.

La diferencia fundamental entre los creyentes y los no creyentes es que los primeros saben que el éxito de esta vida consiste en cumplir con las leyes del Creador del Universo, Allah, el Único Dios, y así poder ganar Su recompensa en la otra vida después de la muerte. Mientras que para los segundos todo lo que el ser humano puede conseguir en su existencia se encuentra aquí, limitado al tiempo de la vida que conocemos.

En la época bendecida del establecimiento del Din en Medina Al Munawarah, el Mensajero de Allah, El Profeta Muhámmad (s. a. w. s.) estableció el WAQF, que se convirtió, con el paso de los tiempos, en la red más completa de asistencia social, con funcionamiento totalmente autónomo, independiente de los Gobiernos.

El Rasulullah (s. a. w. s.) fue el primero en convertir su huerto de dátiles en Medina en un waqf para Hawadlithud Dahr, es decir, para la protección del Islam y otros casos de urgencia.

Así mismo, cuando Umar Ibn al Jattab, que Allah esté complacido con él, que tenía un huerto en Jaibar que le era muy querido, a raíz de escuchar al Mensajero de Allah (s. a. w. s.) decir la aleya: “No alcanzareis la virtud hasta que no deis de lo que amáis. Y cualquier cosa que deis, Allah lo conoce”, fue a preguntarle y le pidió consejo sobre lo mejor que podía hacer con ese huerto, el Profeta (s. a. w. s.) le dijo: “Hazlo un waqf”.

El significado de la palabra waqf es ‘inmovilizar’. Quiere decir que una propiedad waqf queda totalmente inmovilizada y, por tanto, fuera del uso comercial.

La definición clásica y aceptada por todas las escuelas de jurisprudencia islámica es la emitida por Qadi Abu Yusuf: “Waqf significa poner el cuerpo de una propiedad fuera de nuestro dominio para traspasarlo hasta el Día del Juicio a la propiedad de Allah, dedicando su usufructo en beneficio de otros”.

Esto está basado en el conocido hadiz del Mensajero (s. a. w. s.) que dice: “Si muere el hijo de Adam, se finalizan todas sus acciones excepto tres: una sadaqa yariah, un conocimiento que sirve de beneficio y un hijo recto que pide por él”. Desde el momento de su establecimiento por el Profeta Muhámmad (s. a. w. s.), dicha práctica se fue extendiendo a lo largo y ancho de las tierras del Islam, teniendo uno de sus puntos culminantes en el Califato otomano, para mezquitas, madrazas, hospitales, alojamientos para viajeros (caravanserais), hospicios, comedores para los pobres, universidades y bibliotecas, fuentes, puentes…; waqfs, o mejor dicho awqaf, para ayudar a las viudas, para liberar esclavos, para huérfanos e incluso para dar de comer y beber a los pájaros.

Las escrituras de constitución de los awqaf: waqfiyya, establecen, taxativamente, las condiciones del waqf que se constituye, describiendo la naturaleza del bien donado, cómo y por quién debe ser administrado, sus benefactores, los empleados que se requieren y sus salarios.

Con la caída del Califato y la colonización posterior, fundamentalmente económica y política, de todos los territorios islámicos, la confiscación o control de todas las propiedades waqf por parte de los Gobiernos de esos territorios frenó, por no decir que eliminó completamente, no solo su función social, traicionando sus escrituras, sino su desarrollo y aumento.

El restablecimiento de la justicia, la libertad y el reparto misericordioso de la riqueza, donde el bienestar de los más necesitados está contemplado como una obligación individual, sólo se puede dar en una sociedad que no tiene necesidad de inventar constantemente leyes, sino que acata con sumisión y complacencia las leyes inmutables que el Creador de todo el universo ha establecido hasta el final de los tiempos.

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