Sobre el nacionalismo

En 1960 se publicó un famoso ensayo del escritor Ernst Jünger: Der Weltstaat. Organismus und Organisation (El Estado mundial. Organismo y organización). En él, Jünger indica que hoy en día estamos menos «de pie» que en movimiento. Este movimiento se acelera cada vez más y corre hacia la formación de un Estado mundial. El Estado mismo está ya metido en esa aceleración; cada vez atrae recursos más grandes hacia sí, y se vuelve cada vez también más caro para el individuo y los pueblos. El Estado se hace enorme. La soberanía de los Estados nacionales disminuye y en su lugar aparecen grandes áreas que van más allá del orden de los Estados antiguos. Para Jünger sólo hubo dos Estados soberanos después de la guerra: en 1960, Estados Unidos y la Unión Soviética). Jünger los consideraba muy parecidos. Él escribe: «Uno no debe dejarse confundir por la polémica y sus disturbios: desde un punto de vista imparcial sorprende la gran uniformidad creciente que se extiende por los países».

Tras la caída del comunismo, la visión de Jünger pareció manifestarse definitivamente en los años 90 del siglo pasado. Los bloques parecían fundirse y el peligro de una guerra atómica parecía también quedar de momento controlado. El pronóstico de Jünger de que en el camino hacia un Estado mundial la independencia regional podía ser posible, se mostró en Europa con los movimientos de independencia de los vascos, corsos y escoceses. En las bolsas dominaba la euforia por un mercado de capital nuevo y libre de fronteras. Cada vez más grandes sumas de dinero superaban sin esfuerzo las antiguas fronteras. Los intereses económicos de los bancos, una activa técnica financiera global y la innovación de nuevas tecnologías redujeron definitivamente al absurdo la antigua idea de Estados nacionales soberanos. Al menos durante un tiempo eso fue lo que se pensó.

Hoy en día el desencanto ha llegado por la vuelta de lo político. En el conflicto de Ucrania, el Este y el Oeste se enfrentan otra vez como enemigos. En el conflicto de Siria se muestran todas las posibilidades de una confrontación militar, incluso hasta la terrible imagen de otra guerra mundial. El país también muestra que la creación artificial de los Estados nacionales árabes sólo puede ser estable si actúan como dictaduras. Las consecuencias son espectaculares: los grandes movimientos de refugiados a las zonas de bienestar que quedan, utilizadas en parte como armas políticas, hacen temblar a la nueva Europa. A la vista no hay ninguna institución del Estado mundial que pueda detener la recaída del antiguo pensamiento del Estado nacional.

La dialéctica actual contra los refugiados y su religión y cultura podría significar entonces un renacimiento del nacionalismo europeo. Los grupos de derecha en Europa crean una identidad, que no se define positivamente tanto como una filosofía o cultura propias, sino más bien como un movimiento anti islámico. «Nosotros somos europeos porque ellos no lo son», se oye en las manifestaciones de la nueva derecha. El nuevo «nacionalismo» es más un sentimiento oscuro, un resentimiento, que una esperanza por un nomos verdadero. Este nuevo movimiento no tiene en cuenta ni las advertencias ni las experiencias de la filosofía europea. Johann Wolfgang von Goethe, que vivió con irremediable escepticismo el final de la monarquía y el surgimiento del proceso hacia la formación de un Estado nacional centralizado, advirtió sobre el abismo del nacionalismo. «El odio nacional es más fuerte e intenso en los niveles más bajos de la cultura», escribió el poeta en 1830 a su amigo Eckermann.

Nosotros los alemanes sabemos hoy en día que Goethe, como dijo Nietzsche, «fue un incidente sin consecuencias». La inevitable unidad entre racismo y nacionalismo, que se mostró claramente como locura en los nazis, ha quedado grabada profundamente en la memoria colectiva de los alemanes. La imagen de los alemanes aplaudiendo cuando los trenes de refugiados llegaban a Múnich solo se entiende si se piensa al mismo tiempo en los trenes de judíos que la Alemania nazi mandaba al Este.

No obstante, en Europa no se debe permitir que el nacionalismo y la historia de su procedencia se olviden. La historia de los Estados nacionales europeos es complicada, ya que en realidad eran sociedades multiétnicas, y tuvieron que inventar una unidad política para su población. A nosotros, musulmanes europeos, no nos parece ni que la utopía de un Estado mundial sea la solución ni tampoco la vuelta del antiguo Estado nacional. Si Carl Schmitt tiene razón cuando dice que el nihilismo moderno es la separación entre orden y localización (Ordnung und Ortung), entonces de lo que se trata hoy en día es de crear otra vez en Europa localizaciones reales. El modelo de mercado y mezquita, que es el núcleo del orden del Islam y crea una cultura económica y social abierta, es una posibilidad para todos los que viven en Europa.

 

Traducido del alemán por Imán Gross.

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