Sobre el eterno femenino 2

“Él me ha hecho amar tres cosas de vuestro mundo:

las mujeres, el perfume y la frescura del ojo en la oración”

Hadiz

Brünnhilde aparece en El oro del Rin como la hija más querida de Wotan, quien como sabemos viene a ser la representación del dirigente de la clase que domina el mundo. Brünnhilde crece en el ámbito del amor entrañable de su padre, al que ella corresponde con creces. Su feminidad primera se forja en este perímetro afectivo, y en consecuencia la figura del varón para ella es digna y amable desde el principio.

Durante su juventud, Brünnhilde sirve fielmente a su padre en el trabajo de éste y le obedece en todo, pero hay un momento en que esto deja de ser así. Para hacerse cargo de lo que le ocurre tenemos que conocer el contexto.

Wotan lleva mucho tiempo gobernando el mundo con un conjunto de leyes y de pactos que se han ido alejando cada vez más del ser humano, de su estado natural. El resultado es que cuando el enano Alberich roba el oro del Rhin y forja con él un anillo con el que pretende esclavizar al mundo contagiando a todos con la codicia, Wotan se ve impotente para restablecer el orden natural y devolver el oro a su lugar en el río de la vida. Él mismo cae en la maldición del anillo de Alberich que, según Wagner, simboliza el “concepto demoníaco del dinero, con toda su terrible secuela de usura declarada y encubierta”.

Wotan sabe entonces que su poder político está acabado y busca, fuera del matrimonio con su mujer Fricka, crear una raza de hombres libres, capaces de actuar fuera de la zona de las leyes y fuerzas políticas que rigen su mundo y devolver el oro al Rin, es decir, establecer la armonía natural.

Así aparecen en la ópera Sigmund y Siglinde, una pareja cuyo amor apasionado fructifica: Siglinde queda embarazada de quien será el primer hombre libre, Siegfried. Wotan, sin embargo, se ve obligado por el peso de su contrato matrimonial con Fricka a matar a los amantes.

Éste es el momento al que nos referíamos más arriba, el momento en que Brünnhilde se opone y desobedece a su padre a quien ama entrañablemente. Lo hace en nombre del noble propósito de Wotan de dar paso al hombre libre y que él mismo no puede llevar a cabo. Es decir, Brünnhilde resiste el poder del amor que tiene por su padre en nombre del amor que tiene por lo mejor de su padre. Éste es el primer punto de su existencia en que su feminidad se manifiesta de una manera decisiva en el terreno político. Trata de oponerse por lo tanto a la muerte de Siegmund y aunque fracasa en esto, al menos consigue que Siglinde huya y se salve así Siegfried.

En la larga conversación que padre e hija mantienen después, queda todo claro:

Brünnhilde: No soy sabia, pero yo sabía lo Uno, que tú amabas a Siegmund. Yo sabía el dilema que te obligaba a olvidar eso Uno completamente. Tuviste que ver únicamente lo Otro, lo que laceraba tan acerbamente tu corazón: que hubieras de negar a Siegmund tu protección.

Wotan: ¿Lo sabías así y, no obstante, osaste protegerlo?

Brünnhilde: ¡Porque por ti tenía yo en los ojos lo Uno, aquello a lo que dolorosamente dividido por la coacción de lo Otro, volvías tú la espalda, desconcertado!

Cuando Wotan castiga a Brünnhilde a caer en un sueño −el hombre que la despierte será su dueño, sea quien sea− su feminidad reacciona de un modo que es su segunda acción activa en el terreno político. Así le pide a su padre: “Si debe atarme encadenador sueño como fácil botín del más cobarde de los hombres, al menos tienes que atender esto que te suplica sagrada angustia: ¡protege a la durmiente con ahuyentador horror, para que sólo un héroe sin miedo, el más libre, me encuentre un día aquí, en la roca”. Es necesario que el hombre que la posea sea de buena progenie, sin miedo, valiente y libre.

A continuación la feminidad duerme en lo alto de una roca rodeada de fuego, a la espera del hombre capaz de atravesar el fuego sin miedo a quemarse. Y esto es precisamente lo que ocurre. Siegfried, el hijo de Siglinde –que se hace hombre joven mientras duerme Brünnhilde− la despierta con un beso. Sin embargo no será suficiente esta caricia para despertar del todo la feminidad dormida. Brünnhilde tendrá también que atravesar otro fuego que rodea su feminidad: la resistencia a entregarse por entero al amor que, sin embargo, la consume por dentro desde el momento que sus ojos se posan sobre la persona de Siegfried, porque sabe que le ha querido siempre.

En la escena que algunos consideran la más alta expresión del amor en la música clásica, se oye:

Siegfried: A través de ardiente fuego vine hasta ti, ni coraza ni armadura salvaron mi cuerpo: ahora la llama me estalló en el pecho; mi sangre ruge con floreciente ardor; un fuego consuntivo está inflamado en mí: ¡las llamas que ardían alrededor de la roca de Brünnhilde arden ahora en mi pecho! ¡Oh mujer, apaga ahora el incendio! ¡Calma la espumajeante furia!

Brünnhilde: …¡Dolor! ¡Dolor! ¡Qué ignominia, qué ultrajante necesidad! ¡Me ha herido quien me despierta! Él me rompió coraza y yelmo: ya no soy más Brünnhilde.

Siegfried: Aún eres para mí la virgen soñante; aún no rompí el sueño de Brünnhilde… ¡Despierta, sé para mí una mujer!

Finalmente, la feminidad cruzará el fuego también y pronunciará las palabras que no se pueden dejar calladas sin pagar un precio: “Tuya seré eternamente”. Son las palabras de la tercera acción de la feminidad en el terreno político y del poder. Porque con ellas se da el hecho del amor que Ibn al Arabi considera “la raíz de toda existencia”. Y porque sólo sobre esta base del amor cabe el éxito del proyecto político de libertad. Claro que aquí, como siempre, las excepciones confirman la regla.

La cuarta acción política del eterno femenino toma lugar al final y es la más decisiva. Siefried ha salido al mundo con casi todo lo necesario para triunfar en el ámbito del poder. Sin embargo, el casi que le falta es suficiente para hacerle fracasar tanto en el amor como en la política, ya que por un lado se enamora de otra mujer, traicionando a Brünnhilde, y por otro, cae en los lazos de las intrigas de Hagen, hijo de enano Alberich, quien le asesina. Entonces es cuando vemos al eterno femenino en toda su madurez.

Cuando Brünnhilde conoce la traición de Siegfried, su primer movimiento es de despecho, de venganza. Llega a proporcionar a Hagen el conocimiento de cómo puede matar a Siegfried. Sin embargo, ante el cuerpo yaciente de éste, reacciona y sufre su última transformación como mujer, realizando la acción política que Wotan deseaba y que no es otra cosa que devolver al mundo su armonía natural. Oigamos las palabras de la música:

Brünnhilde: ¡Fuertes leños apiladme allí en la ribera del Rin! Alto y claro arda el fuego que consumirá el noble cuerpo del más augusto de los héroes. Traed aquí su corcel para que conmigo siga al esclarecido: pues a compartir el más sagrado honor del héroe aspira mi propio cuerpo. ¡Cumplid la orden de Brünnhilde! …Como límpido sol me ilumina su luz: ¡el más puro era él, el que me traicionó!…Con más verdad que él, nadie pronunció juramentos, más fiel que él, nadie mantuvo pactos; más puro que él, ninguno otro amó. Y, sin embargo, todos los juramentos, todos los pactos…el más fiel amor… ¡nadie los traicionó como él! ¿Sabéis cómo llegó a ser así?… ¡A mí tuvo que traicionarme el más puro, para que sapiente llegara a ser una mujer!… Mi herencia tomo ahora en propiedad… ¡Maldita sortija! ¡Terrible anillo! Cojo tu oro para cederlo ahora. Sabias hermanas del fondo de las aguas del Rin… lo que pretendéis os lo doy: ¡De mis cenizas tomadlo en propiedad! ¡El fuego que me consumirá purifique de la maldición al anillo!…Vosotras, en la corriente, devolvedlo, y guardad puro el luminoso oro a vosotras robado para desdicha.

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