SELECCIÓN NATURAL

Cuando se les dice: ¡No corrompáis en la Tierra!,

dicen: Pero ¡si somos reformadores!

Corán, Sura de la Vaca: aleya 11

Actualmente, es frecuente que la gente recurra a afianzar su lugar en un debate con un: “Científicamente está comprobado”. Conceptos como el de “evolución”, “selección natural”, “adaptación” son tratados por el hombre de la calle como algo de lo que no hay ninguna duda de su certeza…Una de las grandes bases de las teorías occidentales que “resuelven” el porqué de la existencia del ser humano, es el proceso de selección natural (propuesto por Darwin en su libro El origen de la especies).

Mediante éste proceso, dentro de una misma población, sobreviven los más fuertes, o mejor dicho, aquellos que están mejor adaptados al ambiente; de forma que son los únicos capaces de reproducirse, dando descendencia, lo que asegura que la siguiente generación mantendrá estas características, gracias a la herencia. Por otro lado, aquellos que no están adaptados al ambiente, mueren sin dejar descendencia.

En la naturaleza, resulta fácil observar este proceso: un gran ejemplo es el de la polilla Biston Betularia, que habita en las cortezas de los árboles en Inglaterra. Esta población presentaba dos variantes: se podía encontrar una variedad negra y otra albina. Con la llegada de la Revolución industrial, la contaminación se hizo latente en el país, las cortezas de los árboles se oscurecieron, de forma que la variedad albina del insecto se hizo más visible a ojos de sus depredadores, los pájaros; mientras que la variedad negra, al no sufrir depredación, fue la que aumentó en número.

La selección natural, por lo tanto, se trata de un proceso que favorece la existencia de aquellos seres que están mejor adaptados, haciendo que desaparezcan aquellos que no lo están. Dicho en otras palabras, formamos parte de una Creación viva, que mantiene continuamente ese proceso de formación y destrucción, reciclando todo lo que vemos a nuestro alrededor e incluso nuestra propia existencia.

Basamos el hecho de nuestra vida en ese proceso, en esta realidad, pero a su vez -en esta sociedad en la que vivimos- se opta por alejarnos de ella, se nos aleja de esa perfecta armonía de la naturaleza; pudiendo llegar a manipularla (selección artificial), modificándola y destruyéndola, con la excusa de lograr una perfección de la Creación (cuando ya de por sí es perfecta), pero con un trasfondo de obtener un beneficio de ella, ya que no se hace difícil el observar que la gran mayoría de avances se encuentran dirigidos hacia el comercio: el aislamiento de hormonas para el engorde de aves y el resto del ganado, la secuenciación de un plásmido bacteriano en la gran industria de los antibióticos o la secuenciación de nuestro propio genoma (uno de sus fines es el de obtener los ya conocidos “bebes a la carta”)… Y en esto hay una evidencia: “Cuando se les dice: ¡No corrompáis en la Tierra!, dicen: Pero ¡si somos reformadores!”.


Sin embargo, a pesar de la acción espontánea de la naturaleza mencionada, nuestra sociedad refleja una población en la que se ha convencido al hombre, (mediante una técnica parecida a la de Un mundo feliz de Adolf Huxley), en mantener un patrón de vida que impide el desarrollo de este gran “proceso de cambio natural y espontáneo” dentro de nuestra especie.


El propósito principal del Homo sapiens sapiens ya no es el de mantener su existencia, no es el de tener descendencia, sino que es ni más ni menos el de cumplir una serie de requisitos que aseguren una estabilidad sobre la cual poder funcionar, y en última instancia, terminado todo este “aprendizaje”, el de tener descendencia. El hombre y la mujer retrasan la concepción de su progenie, por lo que el número de individuos de su prole es más reducido; y, por otro lado, el cuidado de la prole (practicado por todos los mamíferos del reino animal) queda desplazado a un lugar secundario. En definitiva, el hombre ha conseguido, desde la época de los romanos, aumentar su media de vida; pero esto no ha implicado de ninguna forma el aumento de su descendencia, que es lo que verdaderamente importa en términos biológicos, ya que un “individuo macho” no llega a ser un “macho” hasta que no produce descendencia -y lo mismo ocurre con las hembras-, es decir, no es capaz de transmitir las características que posee.


Por lo que, desde una perspectiva biológica, se ha aumentado la esperanza de vida del ser humano, pero por otro lado disminuye su eficacia biológica (limitada en el macho, por la cantidad de hembras que es capaz de fecundar; y en las hembras, por la cantidad de prole que puede tener. He aquí la base natural de la poligamia.


La tasa de natalidad ha disminuido notablemente en los “países desarrollados”, aumentando el número de individuos de mediana edad. La población de Homo sapiens sapiens, a medida que aumenta el nivel de avances tecnológicos, se hace cada vez más vieja. Se produce un deterioro del material genético heredado entre generaciones, ya que las mujeres tienden a tener hijos a edad tardía, aumentando la probabilidad de riesgos de aborto, malformaciones en el feto y otros problemas genéticos. Lo cual nos propone: ¿es posible que este boom tecnológico y esta mejora en la calidad de vida impliquen la negación de la evolución?, ¿puede que conduzca a la destrucción de la criatura humana, no solo por la utilización de una cada vez mayor amplia gama de instrumentos químicos y biológicos (utilizados además en multitud de guerras con anterioridad e incluso hoy en día), sino por su propia degeneración debido a la reproducción tardía y la disminución de la descendencia?

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