Secuestros

secuestros

Conocí a un hombre que decidió hacer rakats hasta que le sorprendiera la muerte, cuando un vago perfume jamás percibido le sobrecogió en el interior de su cerebro. Avanzó cansado con las piernas haciendo de corazón y comenzó sus postraciones. La mariposa se desprendió del capullo, desperezó las alas e inició el vuelo. La perdí de vista en un instante y sólo volví a deleitarme con los dibujos fractales de sus alas durante un sueño. En tales casos es asombroso si vuelves a encontrarte con semejante mariposa durante la vigilia.

He visto en los hospitales crisálidas pendiendo del techo. Cuando se deja en paz a los pacientes al caer la tarde, el sol del ocaso hace intersecciones con el hilo de oro de las crisálidas. No deja de sorprender que algunos pacientes se agiten a esa hora. Coinciden los metabolitos tóxicos en el cerebro con el albor de la noche. No reconocen a sus familiares y atizan un manotazo si no se les deja en paz. Miran hacia arriba –desencajados– viendo cómo el capullo de seda se seca y se seca. En el peor de los casos, algunos comienzan a realizar carfologías con las manos –los médicos saben que es signo de un diálogo con la muerte–.

A la mañana siguiente reinician el arduo ascenso por la fatigosa duna que ayer también subieron. En los hospitales las crisálidas se secan y la futura mariposa también.

Morir es semejante a nacer y en esos trances los médicos deben andarse con cuidado. El líquido amniótico debe encontrarse en su punto de densidad y de cantidad. Día arriba, día abajo, el oleaje de lo justo y conveniente deviene en contracciones de parto. Se vuelve necesario que la futura madre se encuentre ajena a conflictos vacuos insuflados por temores. Así el Destino y sus propios deseos se sincronizan.

Morir no es un día y una hora y un certificado. Morir prepara las facies y las carnes. Como sucede con la crisálida a punto de culminar la metamorfosis, acontece cuando el último hilo completa el tejido dando la forma ovoidea –tan cósmica– del capullo de seda. En ese momento el médico ha hecho acto de fe académica con una completa anamnesis, una exploración por aparatos, ha valorado el pronóstico y debe decidir sobre el tratamiento para curar, paliar o acompañar. Pero Asclepios huiría despavorido si el médico del siglo XXI no mira de reojo.

Mirando con el rabillo del ojo es como se leen los espacios en blanco del texto.

¿Cuándo los médicos dejaron de mirar por el rabillo del ojo? En la misma época en que también lo hicieron los artesanos y se convirtieron en fabricantes, el valor del oro se volvió dudoso y el incremento de las cosechas y de los bienes de consumo contrastó extrañamente con la pauperización de las masas.

Al médico arquetípico se le ha desmembrado su figura apretando un tornillo hiperespecializado sobre una porción de la salud del paciente. Cuando se desviste de su arquetipo ancestral pasa a transformarse en lo que Ernst Jünger llamó la figura del Trabajador. Se movilizan masas de vocacionales –antaño sustentadores de sociedades equilibradas– que conforman un Titán formidable e imparable por su vigor, pero desalmado, que obedece órdenes sin criterio; siguiendo el símil de la leyenda judía del Golem, ese ser monstruoso y robótico creado por el rabino gracias a sus dotes esotéricas. Cuando éste, a petición de su esposa, ordenó al Golem sacar agua del río, la criatura descerebrada extrajo agua sin posibilidad de cerciorarse de la inundación de la ciudad.

La esclavitud de hoy día cobra un valor inusitado en la historia de la humanidad, en tanto los grilletes ya han atenazado al Corazón –como locus de conocimiento–.

La Medicina está secuestrada, al igual que el médico protocolizado, al igual que el abogado cuyo aliento empaña las cristaleras de la puerta del hospital. Como sucede con los familiares que demandan eternidad televisada, al igual que los cuerpos iatrogenizados desde al infancia.

La noche en un hospital permite guardias con deprivación de sueño, y lejos de ser un inconveniente, ante el evento estresante de un anciano insuficiente cardiaco agudo, puede que el médico se sorprenda por un destello dorado que procede del techo: una crisálida entreabierta por la que se libera el secuestro del alma.

Feliz quien sabe recorrer caminos diferentes y más osados.

Ernst Jünger

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