Revisión histórica 3

Parte 3

 

CONSTANTINO EL GRANDE

La figura del Emperador Constantino I el grande, va a ser crucial para todo el devenir futuro del Imperio. Posiblemente este Emperador fuera el último de los Grandes de la historia romana, bajo su imperium, no solo sofocó todas las insurrecciones provenientes de la Galia y de los limes germánicos, sino que instauró un nuevo orden y unificó de nuevo todo el Imperio, muy caótico y peligroso en época de sus antecesores, por irrupciones muy organizadas de tribus de orígenes Germánicas y Celtas, muy guerreras pero también  altamente romanizadas, que a la vez fueron desplazadas de sus tierras por movimientos migratorios de otras tribus provenientes de Asia menor, que como fichas de dominó iban desplazando unas a otras, desde la llegada de los Hunos y su irrupción salvaje en toda Europa, un siglo antes.

Esta unidad, trajo de nuevo la PAX ROMANA y con ella, la prosperidad y el comercio, volviendo la seguridad a las rutas comerciales y reestableciéndose la libre circulación.

Roma, aunque sigue siendo la capital Imperial y sede del Senado,  se ha convertido en una ciudad sin ley, la corrupción es la norma y todos los cargos políticos y públicos son objeto de un mercadeo obsceno, haciendo inmensamente ricos a la clase senatorial, mientras que la plebe siempre hambrienta, es dominada por grupos de poder fuertemente armados al mando de ex legionarios, que solo obedecen a sus propios intereses o del mejor postor. El clima de inseguridad es extremo y los asesinatos y guerras intestinas entre clanes bañan de sangre a diario la ciudad. Por lo que las grandes familias patricias se fortifican en sus villas, dotándose de auténticos ejércitos privados para su seguridad y también ser utilizados para imponerse a otras familias  rivales o que son competencia en intereses mercantiles o políticos.

Este clima de violencia salvaje no es ajena al clan Imperial, que desde siglos antes gobierna recluida en el gran Palacio del Pretorio fortificado y protegido por la temible Guardia Pretoriana, el mejor cuerpo de élite del ejército y cuyo poder llegó a tal extremo que en muchísimas ocasiones quitaron y pusieron Emperadores según convenía a sus intereses.

Constantino, no lo tuvo fácil, dedicó casi toda su vida en lucha constante para conseguir ser único Emperador y pacificar el Imperio, primero contra sus  colegas en la Tetrarquía en que se había dividido el Imperio a la muerte de Diocleciano, a él le correspondió el gobierno de la Galia, Britania e Hispania dónde desarrolló un gran trabajo político y militar. En el 312, tras frenar una peligrosa invasión de los Francos en la Galia, su fama como estratega lo encumbró entre las legiones que lo aclamaron como único Emperador, ese mismo año comienza la invasión de Italia donde gobernaba Majencio, a  quien derrota finalmente a las puertas de Roma, en la batalla del puente Milvio,  para conmemorar esta victoria hizo construir en el Foro de Roma el famosísimo Arco de Constantino, quedándose con el gobierno total de la parte occidental del Imperio, ratificado por el Senado en el 313, mientras Licinio quedaba como Emperador del Imperio de oriente, con quien casó a su hermana Constancia, formándose entre los dos una alianza que duró diez años.  La colaboración con Licinio terminó abruptamente en el 323: Constantino lo atacó con la excusa de la persecución que éste había desatado contra los cristianos, y acabó derrotándolo en Crisópolis, el 18 de septiembre del 323. Licinio fue desterrado a Tesalónica y ejecutado un año después; Constantino se convertiría finalmente en el único emperador de Roma.

Y es al año siguiente cuando acomete su gran obra, la construcción, sobre la antigua Bizancio, de la ciudad de Constantinopla. Esta reformulación de la antigua ciudad, situada en el cuerno de oro, en la parte occidental del Bósforo, bisagra de tres continentes, pasaría a ocupar un lugar de privilegio en el Imperio.

Constantino, ahora con el control de un Imperio unificado, va a direccionar una buena parte de los recursos imperiales en hacer de Bizancio, la más grande y culta de las polis romanas hasta conseguir el ambicioso proyecto de convertirla en el eslabón final y meta de la Ruta de la Seda. Constantinopla, que es como pasa a llamarse la antigua Bizancio, obtiene el principal monopolio en la distribución por Europa y el resto del  mundo de las mercaderías de China y de toda Asia. La enorme riqueza de este comercio va a permitir que Constantinopla se convierta en la nueva capital del Imperio, desbancando a la propia Roma.

Este nuevo orden Constantiniano, va a desplazar el poder político y económico hacia Oriente, este desplazamiento se va a sustentar en diversos aspectos, en primer lugar, la lengua griega aumenta en importancia, aumentando y monopolizando el desarrollo intelectual, cultural y tecnológico en el mundo helénico, en detrimento del latín, que queda como lengua administrativa. Como consecuencia de esto, surge un neo-helenismo que busca nuevos horizontes, partiendo de los maestros griegos clásicos.

Con el esplendor y riqueza de Constantinopla, se crea una corte muy instruida y que ofrece mecenazgo, para nuevos proyectos, atrayendo a científicos y sabios de todo el orbe mediterráneo. Alejandría será la segunda capital, aumentando los presupuestos de su famosa biblioteca y convirtiéndose, en la mayor universidad, faro luminoso del Helenismo. Todo el saber griego-romano se atesoró en su Biblioteca, dotándola de los más grandes avances en archivos y catalogación, haciéndolo accesible a los miles de estudiantes que convergían en la ciudad, venidos de todos los rincones.

Los principales beneficiarios de este siglo de PAX ROMANA y de prosperidad, van a ser todas las polis romanas ubicadas en la cuenca mediterránea desde el Bósforo hasta el estrecho de Gibraltar. Todas conectadas por el mar, resurge el flujo comercial y con él, el intercambio no solo de mercaderías, también de cultura, de nuevas ideas, de nuevos conceptos, de nuevas formas espirituales.

Sin duda el artífice de todo esto es Constantino, el último en ser apodado el grande.

Hacia 284 d.C., el Imperio Romano parecía abocado a la disolución. En los últimos 50 años se habían sucedido veintiséis emperadores, y sólo uno de ellos había fallecido de muerte natural. Para el 330d.c., fecha de la fundación de Constantinopla,  el Imperio volvía a estar unido, con las fronteras intactas y en paz.

Pasó su infancia en campamentos militares, junto a su padre, durante más de veinte años fue un militar audaz y gran estratega, no perdió ninguna de las muchas batallas que entabló, tanto contra enemigos barbaros o contra legiones contrarias en un turbulento mundo romano que él, va a pacificar finalmente. Pero sobre todo, va a ser un gran estadista, primero completando la reorganización imperial comenzada por Diocleciano y más tarde, una vez completada la nueva Constantinopla, trasladando allí la capital del Imperio, que fue engalanada con monumentales edificios y obras públicas.

Constantino creó aquí una nueva corte imperial, a su medida y muy influenciada por los teólogos y obispos cristianos, la mayoría muy helenizados y de gran cultura, pertenecientes a las clases altas de todo el Imperio, para esa época de descredito de todo lo romano clásico, la teología adquirió una importancia renovada, fruto de esto, la mayoría de las discusiones entre ellos eran teológicas, con gran derroche de retórica,  sustituyendo las tertulias poéticas o filosóficas, tan cultivadas hasta entonces.

Mientras tanto la plebe o las clases bajas en su conjunto que eran la mayoría de la población libre, siguió cultivando sus pasiones favoritas, volcadas sobre todo en las carreras de cuadrigas, ya que fueron prohibidas las luchas de gladiadores.

Para lo cual se construyó el grandioso y famoso hipódromo de Constantinopla, una ciclópea obra al estilo de las antiguas construcciones romanas en su esplendor, mármoles de Carrara, jaspes y toda clase de materiales fastuosos en un edificio ovalado con unas gradas gigantescas alrededor de una pista de carreras, con capacidad para 100.000 personas.

Las carreras de cuadrigas se vertebraban en dos grandes cuadras y toda la ciudad se dividía entre los seguidores del equipo de los Azules (Venetii) y los de los Verdes (Prasinoi). La pasión y también la rivalidad entre los seguidores de los dos equipos era enorme y muy instrumentalizada por el poder imperial, continuaba funcionando el panem et circenses y no solo eso, las cantidades de dinero que movía eran astronómicas debido a la pasión máxima romana, las apuestas. Pues hasta en todo esto entró las controversias teológicas, cada color tenía las suyas además de sus candidatos y posturas políticas, de forma que en el hipódromo convergía gran parte de la vida social, económica, política y religiosa de una ciudad que superó el millón de habitantes, crisol de toda clase de etnias, lenguas y culturas de todo el Mediterráneo y Eurasia, resultado de ser destino último occidental de la ruta de la seda. Toda esta amalgama de gentes, la mayoría desraizada y materialista encontraba en la pertenencia de uno u otro color, su bandera y sus intereses. Los líderes de ambos equipos eran personalidades importantes y todos eran de clase baja, normalmente famosos aurigas ya retirados, pero con influencia para movilizar a las masas.

 

OSIO DE CORDOBA

De entre los numerosos teólogos que influenciaron a Constantino, destaca la del Obispo Osio de Corduba, capital de la Bética en Hispania. Osio perteneció a una importante familia patricia que fue represaliada por las persecuciones de Diocleciano, de las que se libró de forma milagrosa, ganándose gran fama de santidad, por lo que en el 295 dc fue elegido Obispo de Córdoba, poco después, en el Concilio de Elvira (Granada) se distinguió por su gran capacidad teológica y negociadora que de alguna manera suavizó la persecución anti-cristiana en la Bética, hasta el 305 dc año en que Diocleciano cedió el poder. Estos quince años de obispado hizo crecer su prestigio y fama, de manera que años más tarde es reclamado por el nuevo Emperador Constantino, que  dándose cuenta de la importancia que el cristianismo ha adquirido, (se calcula que en esa época había de entre 5 a 7 millones de cristianos de un total de 50 millones de población en todo el imperio)  decide acabar definitivamente con las persecuciones, para esto, en el 313dc, junto con Licinio, promulga el Edicto de Milán, en el que se declara la libertad de credo y la restitución a los cristianos de todos sus bienes y derechos. Osio va a tener un gran papel en la redacción de este Edicto y a partir de entonces se va a convertir en el Consejero personal del Emperador, influyendo cada vez más en todos los ámbitos tanto políticos como teológicos y personales.

En este sentido es importante resaltar un capitulo muy importante en la vida de Constantino, un año después de la fundación de Constantinopla, el emperador concedió el título de augusta a Elena, su madre, y en el 326 se desarrolló un drama familiar que al parecer estuvo en el origen del viaje de Elena a Tierra Santa, donde se le atribuye el descubrimiento del Santo Sepulcro y la invención de la Vera Cruz: Fausta, la esposa de Constantino, consiguió que su marido mandara ejecutar a Crispo, primogénito del emperador habido de su anterior matrimonio con Minervina; poco después, Fausta fue acusada de adulterio y Constantino la hizo ejecutar. Tales condenas fueron acompañadas del asesinato de varios miembros de la corte, lo que produjo una profunda ola de indignación entre la población de Roma. Estos acontecimientos crearon una profunda herida en la psique del Emperador, llevándole a un estado profundo de culpabilidad, que le acompañó en los siguientes años, sumiendo su vida en un tormento que nadie lograba aliviar.

Osio, que desde antes ya gozaba de cierta cercanía con el Emperador, se convierte en su confidente y éste, amargado por la culpa, se confiesa con el obispo todo lo que mantuvo secreto con los demás, como resultado de esta terapia, Constantino logra por fin la paz de espíritu que le faltaba para continuar con su obra, encumbrando la figura de Osio, inaugurando de esta manera, lo que más adelante va a ser otro de los ejes fundamentales de la nueva religión cristiana, el sacramento de la confesión.

Con él fue con quien sentó las bases de lo que sería, en adelante, un notable intervencionismo imperial en los asuntos religiosos. Adoptó medidas en favor del cristianismo (derecho a recibir herencias, jurisdicción episcopal, inmunidades) y tomó parte en las querellas internas de la Iglesia. Aunque normalmente se dice que fue el primer Emperador romano cristiano, lo cierto es que fue bautizado muy mayor y cercano a su muerte. Durante gran parte de su vida, tuvo una fe inquebrantable en el dios Sol, a quien consideraba summus deus, es decir, una deidad suprema e invisible, sin embargo como estadista comprendía que no podía gobernar y mantener unido el Imperio con la oposición de los cristianos.

A partir de la promulgación del credo Niceno,  se elaboró una profesión de fe trinitaria y tomó disposiciones disciplinarias. Constantino fue ejecutor de las decisiones conciliares, por lo que de facto la iglesia cristiana trinitaria pasó a ser la religión oficial del Imperio. Después de su muerte, la familia Constantiniana continuaría esta labor, inaugurando la era del Imperio Romano Cristiano.

Durante la primera década posterior al Concilio de Nicea, la gente común no percibió de forma notable, las importantes decisiones de la corte imperial. Como antes decíamos, el nexo que los cristianos tenían con su fe, eran los evangelios, que eran seguidos por las distintas comunidades y que eran muchos, estos textos eran los utilizados por los predicadores y los pastores de la iglesia para sus sermones y los que utilizaban los obispos y clérigos en sus estudios teológicos.

Una vez organizada la nueva iglesia desde la corte imperial de Constantinopla, se inicia la ingente labor de adecuación canónica del credo niceno y su sustentación con los evangelios. De esta forma, por orden imperial, de los innumerables evangelios solo cuatro van a ser reconocidos como canónicos, esto es, legales en el Imperio, mientras que el resto van a ser apócrifos y perseguidos por el Imperio.

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