Reflexiones y comentarios del libro ‘La revolución europea’

La revolución europea

Hay un libro cuyo título, La revolución europea, resulta sorprendente cuando se lee el subtítulo: Cómo el Islam ha cambiado el viejo continente. Y sorprende aún más que quien lo escribe sea un norteamericano, Christopher Caldwel, que escribe en el Financial Times, en el New York Times y es redactor jefe del Wakly Standard.

No es musulmán, aunque lleve tiempo escribiendo sobre el Islam. De hecho, que no lo conoce bien se nota, por ejemplo (aparte de porque confunde términos y mezcla elementos no islámicos como si lo fueran) en algo tan básico como que en un libro de más de 400 páginas con el Islam como tema destacado, si bien no el único, ni mencione la usura como algo que éste no tolera. Y se nota también en que se haga un lío al hablar de Islam religioso e Islam político, sin darse cuenta de que Islam es un “din” (compromiso vital) que abarca todos los ámbitos de la vida y no es una religión al uso, como las otras que menciona en su libro. Se acerca bastante a intuirlo al menos, cuando al intentar explicar el término “Islam moderado”, se responde que si lo de moderado se refiere a la política, eso sería independiente de ser o no musulmán, y si se refiere a la religión, ¿qué significa ser moderado: no tomarse en serio su religión?

De forma muy acertada en su diagnóstico, el escritor observa que todas las religiones, salvo el Islam, en Europa han acabado por no ser tomadas en serio por sus practicantes y cita como ejemplo a diversos personajes; en particular uno holandés que se decía católico, pero no por religión, sino por “cultura”. Sin comentarios. Refiere también la actitud mayoritaria (refrendada por diversas encuestas de opinión significativas) según la cual la inmensa mayoría de los europeos ha acabado viendo el escepticismo religioso como parte de la esencia de la europeidad. Menciona incluso unas afirmaciones del general británico Dannat, cristiano devoto, que dice: “Algo va a llenar el vacío espiritual de Europa, y ese algo podría ser el Islam”.

Caldwel no sólo no es musulmán; su libro, en realidad, está escrito más como aviso para navegantes y tiene un tono de prevención y desconfianza hacia el Islam. Pero como quiere ser objetivo y no cierra los ojos a la evidencia (si bien tampoco la ve en su justa medida y nunca abandona una visión confusa, cuando no sesgada, del Islam), deja constancia de algunas observaciones que son interesantes, al menos en cuanto a datos relevantes:

En primer lugar, el peso numérico del Islam en Europa ya hoy día, y todavía más en un futuro próximo. Sin contar los conversos (y sólo en Alemania recoge el autor un dato según el cual hay un promedio de 4.000 musulmanes conversos por año y otro de la periodista Francesca Paci que habla de unos 50.000 conversos en Italia, si bien son sólo cifras estimativas), en Europa hay en la actualidad unos 20 millones de musulmanes: además de los nativos de los Balcanes, los aportan países como Francia, que tiene 5 millones, Alemania, con 4, Gran Bretaña, con 2, etc. etc. Algunas ciudades y distritos importantes ya cuentan con mayoría –o casi- de musulmanes. Son, en su mayor parte, de origen extranjero (turcos en Alemania, magrebíes en Francia o España, pakistaníes en Gran Bretaña…); pero lo curioso para el analista es que, al contrario que la inmigración latina en EE UU, que en las nuevas generaciones se integra en la cultura dominante, en el caso de los musulmanes, los de segunda y todavía más los de tercera generación siguen sintiéndose tan musulmanes como sus progenitores, o si acaso más; a todos los efectos, cada nueva generación de musulmanes es como si fuera primera generación. Sin embargo son ya nacidos en Europa, y en muchos casos de padres nacidos en Europa a su vez y, según todos los sondeos, se sienten, al menos en el sentido legalista, británicos, franceses, españoles, alemanes… (raramente ingleses, escoceses, catalanes, pues los nacionalismos no les dicen nada; su nación es la umma del Islam).

Pero hay otra cosa más: mientras que el índice de natalidad de los europeos de antes cae en picado, el de los nuevos europeos (musulmanes) se mantiene alto y poderoso. Al ritmo actual (sin que se incremente el flujo de inmigración), la población, por ejemplo, de británicos “no blancos” (musulmanes en su mayoría) podría tener para el 2050 siete millones de personas; mientras tanto, la población “blanca” de Europa, con sus actuales índices de natalidad, puede caer en un siglo hasta su cuarta parte; además de estar muy envejecida. Números cantan, que dicen.

Y en cuanto al arraigo de la mil’la musulmana (el autor no menciona ese término, pero está hablando de él, aunque no lo sepa; ¿o sí lo sabe?), tal vez sin darse cuenta del todo, lo explica él mismo cuando se pregunta por la escasa respuesta que Gordon Brown, que luego llegaría a ser primer ministro británico, cosechó en su llamamiento a sus compatriotas para que fuesen más explícitos acerca de los valores y costumbres que todos los integrantes de la sociedad deberían respetar, al margen de su procedencia. Y así, dice Caldwel:

¿Cómo podía esperar Brown que los inmigrantes y sus hijos ayudasen ahora a revivir una cultura por la que los nativos y sus hijos habían hecho poco más que mofarse de ella? Sobre todo cuando había una fuente alternativa de valores que se antojaba, para muchos inmigrantes europeos, más legítima, coherente y viva que las desacreditadas culturas nacionales de Europa. Hablamos, por supuesto, del Islam.

Tal vez lo que necesite Caldwel es conocer mejor el Islam y, en lugar del batiburrillo de datos, prejuicios y confusiones que maneja, adentrarse a conocer el din del Islam y entonces se dará cuenta de que un Islam europeo, como él parece esperar como mal menor, se dará en efecto, pero no como él pretende porque el Islam se adapte a las estructuras políticas y económicas europeas, corruptas en su propia naturaleza y planteamiento y decadentes en su funcionalidad, sino porque recoja lo mejor de los pensadores, artistas y científicos de la tradición y de la actualidad europea y lo integre en el Islam. Por eso, no se trata de “europeizar” el Islam, como parece desear, sino de islamizar Europa. Y si consigue discernir con mayor claridad, liberarse de ese prejuicio tan absurdo como prepotente de que todo lo que no sea Occidente es el infierno (¡como si esto fuera el paraíso!), y abrir su corazón, puede que se dé cuenta de que, más que un peligro, el Islam es la solución que llega. Y Allah sabe más.

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