¿Qué es lo ‘clásico’?

Desde la antigua cultura clásica grecorromana o china, pasando por el teatro español clásico del Siglo de Oro, el teatro de Shakespeare, la Comédie Francaise de Molière, hasta la física clásica, la música clásica, el Rock clásico, coches clásicos (de época) y los famosos partidos deportivos, son muchos los usos de la palabra “clásico”. Según Wikipedia, lo “clásico” significa ‘algo digno de imitación’ (del latín classicus, ‘perteneciente a una clase, particularmente a una clase superior respecto de una inferior; lo que debe tomarse como modelo por ser de calidad superior’). Sin limitarse a ninguna época o civilización en concreto, se reserva el calificativo de clásicas a las producciones culturales que alcanzan el rango de lo sublime”.

Quizá el rasgo más propio de lo clásico, aparte de su excelencia, es su elevado sentido de la medida y del equilibrio. Como es modélico, lo clásico a menudo parece ser algo para museos, es decir, separado de la vida cotidiana. Pero como sus medidas clásicas siempre se refieren al ser humano, lo clásico no pertenece a museos, más bien es una manera de cómo vivimos nuestra vida. Lo clásico es sobre todo la aceptación consciente de que el mundo entero, empezando con por nosotros mismos, está hecho de opuestos. Los clásicos se distinguen de los demás (románticos, revolucionarios, esotéricos y exotéricos, etc.) porque confirman las polaridades de la vida para aguantar la enorme tensión entre ellas en el nivel más alto posible. El filósofo Heráclito (535-484 a.C.) decía: “El camino hacia arriba y hacia abajo, uno y el mismo” (fragmento 69).

Eso sí, donde hay dos, hay duda. Para salir de la duda los clásicos buscan lo seguro, se acuerdan de lo invariable en un mundo que no para de cambiar, el equilibrio del justo medio, siempre anhelado pero raramente conseguido.

A finales de la Edad Media (siglos XV y XVI), Occidente rechaza la doctrina cristiana, pero también pierde la conexión íntima con el Creador –vaciar la bañera con niño y todo– buscando una verdad que no choque con la razón y la ciencia. Mientras la Iglesia destruía muchos manuscritos de la Antigüedad, los musulmanes rescataron la herencia grecorromana a través de sus traducciones en el Bagdad del siglo IX y en Al Ándalus del siglo X y XI y la incorporaron en su visión más amplia de la creación.


Desde entonces hasta hoy, “lo clásico” siempre ha sido el recuerdo de las leyes, del orden, de la armonía, una indicación hacia el secreto invariable del cosmos. Lo clásico procura superar el miedo porque vuelve a la experiencia de lo sublime. El Occidente cristiano no conocía los nombres de Allah que expresan este atributo Suyo: Al Alíi (El Sublime) o Al Adhim (El Grandioso); pero viendo una montaña inmensa, un cielo vasto, o escuchando una música poderosa el corazón no puede negar la experiencia de lo sublime. Y así como al enfermo le da igual entender cómo un medicamento es capaz de quitarle sus molestias –le basta con llegar al alivio, con o sin entendimiento de su funcionamiento–, pocos llegaron al fondo de su experiencia.

Uno de los ejemplos en la Europa moderna, donde dos hombres extraordinarios -Goethe y Schiller– buscaron una respuesta a las convulsiones de su época, fue el período entre 1786 (el año del primer viaje de Goethe a Italia) y 1805 (cuando murió Schiller). Esa época literaria, de unos veinte años, fue nombrada el Clasicismo de Weimar, por la ciudad situada en el centro geográfico de Alemania, donde vivían. Para evitar futuras guerras civiles que siguieran el modelo de la Revolución francesa, Goethe y Schiller volvieron a los ideales clásicos del arte de los antiguos griegos.

Goethe buscaba en la naturaleza un modelo para entender el Universo; mientras tanto, Schiller se centraba en la historia y el arte. Mientras Goethe quería entender el mundo y contemplar su esencia, Schiller quiso cambiar al ser humano a través de la “educación estética del hombre”; la belleza, la libertad del juego y la moral universal derivados del encuentro con lo sublime son sus claves para llegar a un ser humano completo. Según Schiller, lo sublime expulsa al hombre del mundo sensorial y lo lleva al mundo de las ideas eternas. Lo sublime para Schiller es la tragedia donde el héroe (por ejemplo en su obra de teatro Wallenstein, 1799) encuentra su catarsis (purificación) y, así, su papel en el destino. Para Goethe la obra de arte más elevada es vivir una vida completa y feliz. En sus Máximas y reflexiones, dice lacónico: “Lo clásico es lo sano, lo romántico es lo enfermo”.

A los musulmanes nos conviene conocer la historia de este país y continente para ser capaces de entender y ayudar a nuestros contemporáneos que buscan la verdad y una vida digna en las ruinas de la historia. Toda la obra de Goethe y Schiller busca el justo medio de la creación, la confianza y la justicia en vez de quedarse con la resignación o la venganza. El que entiende esto no quiere eliminar a su oponente, sino que debe tratarle con nobleza porque sabe que forma parte de su propio destino. Sin dos, no hay equilibrio. Quien dice: “¿Eres de derechas o de izquierdas?”, en realidad pregunta: “¿Qué tipo de manco quieres ser?”. Hoy, mientras los tiranos del mundo hacen lo que siempre hicieron: sembrar el miedo y enemistar a los pueblos para ampliar su dominio vil, sería útil conocer la historia de los tiranos, del faraón, para saber quién puede liberarse de su opresión. Quien busca lo clásico busca la clase, el modelo de una persona superior. Con toda su ilustración y desarrollo tecnológico después de 1400 años de historia, Europa no tiene ni idea de quién es Muhámmad (la paz sea con él). Es el “secreto abierto” (Goethe) más grande que hay. Quien lo busque, lo encontrará.

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