Preguntas sobre China

A partir de los últimos dos decenios, China ha comenzado a ser un actor fundamental en América Latina, tratándose de un “aliado” −al postularse como una alternativa al dominio hegemónico de Estados Unidos y Europa− que plantea una condición problemática, pues ha resultado muchas veces más perjudicial que beneficioso, ya que su efecto más inmediato ha sido el desmantelamiento de la industria de la región y la dependencia de sus productos de bajo costo y de mala calidad.

En este sentido, y dado que el desarrollo exponencial de China la sitúa dentro del nuevo patrón paradigmático de ‘potencias emergentes’, como el de India o Brasil −y hasta Sudáfrica−, que implica un crecimiento gigantesco en fuerte contraposición con las desastrosas condiciones de vida de la mayoría de sus poblaciones, China se presenta, junto a otros países, como la garantía aparente de un mundo multipolar.

Sin embargo, además de la nefasta situación para la propia población que avala dicho crecimiento económico, con unas condiciones −de hasta veinte horas diarias de trabajo, y comida y sueño dentro de los recintos fabriles− que difícilmente podrían soportar otros seres humanos en otros lugares del mundo, salvo excepciones, la pregunta oportuna apunta a la veracidad del mito pretendido de la multipolaridad.

Es decir, ¿es distinto el capitalismo porque esta vez lo estén llevando los chinos a su lógica más extrema? En ese sentido apuntan teorías geopolíticas que oponen los intereses de las potencias marítimas con los de las potencias continentales, y, aunque dichos intereses contrapuestos existan, ¿existe en realidad una oposición fundamental? ¿Se plantea China frente a potencias que declinan con un modo diferente de hacer las cosas, o acaso podría resultar sólo una instancia de explotación exhaustiva y depredación aún mucho mayor?

Frente a esta interrogante, cabe esperar que China sea un actor tardío y recién llegado a un escenario donde el capitalismo −como la instancia que plantea las normas del juego−, en franco declive y pronto a hundirse, se lleve consigo las pretensiones chinas de dominio en el escenario mundial; aunque, entre tanto ello ocurra, parece que su dantesca maquinaria tiene aún por horadar.

En ese período medio, cabe la paradoja de que al haber adoptado los chinos como ideología el marxismo, no sólo no cumplieron la mayor parte de sus premisas y sus mesiánicas promesas, sino que a partir del respaldo a través del trabajo proletario de la ficción llamada ‘capital’ que sostiene al capitalismo como sistema, estén sirviendo además de contención a su hundimiento.

Por otra parte, cabe poner en duda que China, como cualquier otro país en este momento, tenga control a través de su élite de los procesos en los que se halla inserto o en los que se inserta, pues al fundamentarse su crecimiento en la adopción del proceso técnico, tal y como dice Friedrich Georg Jünger en Perfección y fracaso de la técnica, dicha adopción implica una penetración de la técnica en el Estado que exige beneficios equivalentes a los beneficios otorgados, por los que la técnica triunfa sobre él y pone en el lugar de la organización estatal, la organización técnica.

Por lo que la tan afamada Revolución china no sólo acabó aplicando los mecanismos del capitalismo que ellos decían en un primer momento estudiar, sino que hoy también entran en su salón de apuestas, brindando préstamos a otros países a condición de que se les garantice el suministro de materias primas, dando con ello, un balón de oxígeno al dólar, que es la ‘moneda’ −a partir de la crisis subprime profusamente ‘emitida’ y devaluada, y a punto de desmoronarse− que ellos han aceptado en sus transacciones.

Todo ello significa que, en lugar del omnipotente y centralista partido comunista chino, tenemos hoy un conjunto de burócratas reconvertidos en administradores de filiales locales de las transnacionales que precisan de China tanto como China precisa de éstas, y aún más del capitalismo que las supone, por lo que en lugar de una élite dirigente tenemos una élite tecnocrática y un país que, lejos de ser soberano, se ha convertido en la usina del capitalismo corporativista financiero subsistente por ahora.

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