Plaza Taksim

La ironía de la democracia

Caminando por el parque Gezi, en una pausa durante las protestas, quedé sorprendido por el ambiente festivo existente sobre la destrucción que algunos de los manifestantes habían causado en la propiedad pública: coches destrozados y desfigurados y objetos cubiertos por latas de cerveza y grafitis. Algunos de los vehículos estaban allí a modo de barricadas, mientras otros eran fotografiados con manifestantes enmascarados y borrachos en el asiento del conductor, como si se tratasen de elementos de un decorado artístico para cautivar a los medios de comunicación –lo cual lograban con eficacia–. Así fue mi valoración, como había anticipado: el evento en las calles era insignificante comparado con el que estaba teniendo lugar en el ciberespacio. Era un pequeño escenario que, tal y como en el montaje de una película, con la ayuda del enfoque de las lentes y un guión, había conseguido exagerar su significado, construir una narrativa superlativa a partir de sucesos ordinarios y crear héroes de gente normal, con la característica de ser muy eficientes como “noticia de última hora”.

La presión interna al gobierno del país era insignificante comparada con la influencia que se creó externamente, según los países respondieron a la malinterpretación global de los medios de comunicación, dando fuelle, de ese modo, al fervor emocional de los manifestantes. Las intenciones ocultas, que rápidamente se transformaron de anarquía en reivindicaciones articuladas al gobierno, no fueron verbalizadas por los manifestantes desconformes, sino fabricadas por los medios de comunicación globales con su frenética profusión de noticias.  La hipérbole proporcionada en tiempo real por la ‘transmisión’ de la red social nutrió eficientemente la conversión: de protesta infantil a una torcedura de brazo política,  que no representaba los intereses de los manifestantes Verdes originales ni el interés del Gobierno.

Para el observador curioso la pregunta persistía: ¿quién tiene intereses en estas protestas?

La velocidad sorprendente con la cual las multitudes se reunieron, en un principio como una oportunidad gratuita para hacer el salvaje y destrozar cosas, comenzó a mostrar las características de una campaña estratégico-política de desprestigio al Gobierno que, naturalmente, atrajo a todas las agrupaciones y todas las agendas políticas que inundan el paisaje político de Turquía –de la extrema izquierda a la extrema derecha– sin ninguna que ofrezca un término medio moderado aparte del partido en el gobierno puesto en el punto de mira.

La mano dura usada por la policía atrajo a más manifestantes y esto escaló rápidamente en revueltas contra la policía y la destrucción desenfrenada de bienes públicos y privados. Normalmente a esto se le llama anarquía, pero ya estaba definido en los medios de comunicación dentro de un discurso democrático, justificándose a sí mismo al apuntar con el dedo a otros.

Dejó de ser una escena compuesta sólo de jóvenes con ideas discordantes, declaraciones contradictorias y acusaciones airadas con respecto a los valores y agendas del partido gobernante. Los medios de comunicación retrataron perfectamente este aparente oportunismo como la solidaridad frente a la tiranía, anexionando eficazmente al lenguaje un método previamente ensayado en el norte de África y en Wall Street; sin tener en cuenta que la comparación no podía sostenerse bajo ninguna argumentación inteligente.

Los levantamientos “Twitter” en el norte de África lograron su legitimidad volviéndose en contra de las dictaduras comunistas y la tiranía real vivida por los ciudadanos. El fenómeno de Wall Street se alzó contra las oligarquías financieras del capitalismo corporativo. Los usurpadores de la plaza Taksim no han experimentado un liderazgo tiránico o el estrangulamiento del capitalismo financiero reclamando sus deudas y “favores”. De hecho han formado parte de una campaña de desprestigio contra un líder de la democracia al frente de un gobierno moderado que en poco más de una década ha sacado a Turquía de la cloaca.

La plataforma ‘Solidaridad Taksim’, creada para representar los intereses de los manifestantes, se reunió dos veces con la oficina del Primer Ministro Erdogan. Una vez con un representante y luego con Erdogan en persona. En la primera reunión tenían una lista de demandas. Algunas de estas demandas eran para que se cancelasen proyectos de importancia internacional: el aeropuerto internacional, el proyecto del nuevo canal y todos los proyectos de HES (distribución hidroeléctrica y agua, incluidos en 450 espacios nacionales). Uno se tiene que preguntar por qué estas peticiones llegaron a estar en la lista, ja que darían pie a un amplio análisis preliminar de los intereses geopolíticos y financieros. Estos proyectos no solo son en beneficio de los ciudadanos turcos, sino que indican la dirección que el gobierno turco ha tomado en la última década: el aprovechamiento de sus recursos y establecer por sí mismo algún tipo de influencia en el panorama geopolítico, ya que se acerca una época en la que acuerdos firmados hace un siglo, y que impedían su crecimiento, se verán anulados.

En la segunda reunión con el presidente del Gobierno las demandas habían desaparecido salvo la persistencia sobre el proyecto del parque Gezi. Este proyecto fue detenido por el sexto tribunal de Administración de Estambul y debía ser sometido a referéndum más adelante. No obstante los manifestantes insistieron en que no se debía de dar referéndum alguno. El Primer Ministro debía cancelar el proyecto. En otras palabras, se le pidió que suspendiera la decisión de exponerlo a votación y, como un sultán, les concediera sus deseos.

Erdogan en sus discursos a menudo se ha referido a un lobby o grupo de interés. En realidad, él utiliza una palabra turca, ‘faizun’, que indica el interés pagado por un préstamo –la práctica común de los bancos conocida como usura–. Este lobby está formado por instituciones financieras, grandes holdings y empresas multinacionales que tiene una influencia importante en el juego de tronos que es y ha sido la política turca. Su influencia se ha extendido históricamente muy adentro en pasillos gubernamentales, pasando a formar parte de la urdimbre y la trama de la siniestra herencia de Ataturk; externamente se ha extendido en el tablero de ajedrez regional donde a menudo ha copulado con las potencias extranjeras. El AKP y el propio Erdogan, desde que fue elegido en el año 2002, han evitado planes de asesinato, intentos de golpe de Estado y numerosos intentos de sabotaje a través de caos incitado. Estas manipulaciones no son desconocidas ni nuevas para Turquía. El gobierno democráticamente electo de Erdogan ha hecho bien en recortar las garras de estos grupos clandestinos y oligarcas financieros que ahora chillan por la pérdida de lo que equivale a 642 billones (Liras Turcas) en intereses durante la última década. No debe considerarse sin consecuencias que bancos como ‘Garanti’, y otros grandes grupos empresariales, como ‘Koc Holding’, hayan respaldado públicamente las protestas dando a sus empleados días libres para que apoyaran las protestas y ofreciendo infraestructura: una base en el parque, el ‘Hotel Divan’, utilizado como cuartel y refugio. El hotel es propiedad de Koc Holding.

Tal y como los actos de los políticos son siempre mostrados como una mera apariencia de espontaneidad necesaria para influir en la opinión pública, asimismo la agrupación espontánea de multitudes, a menudo, requiere conocimiento de cómo hacerlo y el tiempo para planearlo y ejecutarlo. Sin esa apariencia de espontaneidad los beneficiarios del caos incitado yacen al descubierto. Sería conjeturar, en este momento, el afirmar que los principales intereses de las protestas de Taksim eran, o  aparentaban ser una u otra cosa. Sin embargo, un examen de los hechos tiene que prevalecer sin los prejuicios y manipulaciones emotivas que los medios de comunicación se empeñan en forzar. Vilipendiar a Erdogan y proveer una causa fantasma con carne y hueso ha sido un éxito de audiencia al no encontrar disidencia alguna en las filas de los medios de comunicación globales; el desenfrenado “corta y pega” de afirmaciones sacadas de contexto y reconstituidas para retratar de forma distorsionada lo que fue dicho y hecho ha sido preocupante.

La plaza Taksim, como protesta, mientras está aún en la mesa de negociaciones, ha sido un auténtico fracaso. La absurdez de su comienzo queda sellada por la ironía según llega a su fin, por el continuo rechazo de la Asamblea de Solidaridad Taksim de someter sus demandas al Gobierno a un referéndum democrático. Aunque el fracaso más despreciable ha sido el de los medios de comunicación fomentando un sentimiento anti-islámico como medio para atacar al Gobierno de Turquía, es decir, un gobierno elegido democráticamente cuyo electorado es de inmensa mayoría musulmana.

Nizar Schaller es arquitecto y reside en Estambul.

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