Noticias del juez Mohammed Ibn Bashir, cadí de Córdoba, Al Ándalus

Mohammed Ibn Bashir

“Allah  reserva una gran recompensa y una honrosa mención a aquel

que restablece la verdad y la restituye a su verdadero sitial”.

                                                         Califa Umar Ibn Al-Jatab

Cuando el juez Mohammed Ibn Bashir estaba agonizando y próximo a morir, el emir Al-Hakim I (796-822), uno de los más temidos por su fuerza  y resolución, que le había nombrado juez de la medina de Córdoba, se levantó en mitad de la noche para implorar y rogar a Allah que le proporcionase alguien que le pudiera reemplazar y nombrarlo juez de los musulmanes, cuando éste faltara. Una de sus mujeres más queridas, viéndolo en estas circunstancias, le preguntó a qué se debía esa acción en el seno de la noche. El emir contestó: “Con este juez mi alma estaba sosegada y mi corazón completamente confiado en él, sin tener que preocuparme de los rumores, altercados y maleficios del pueblo, sabiendo que era persona justificada y muy de fiar”.

Mohammed ibn Bashir era natural de Beja, hoy Portugal; había estudiado con los mejores maestros de Córdoba, llegando a ser un hombre muy instruido. En su juventud fue secretario del juez Al-Mosab Ibn Imran y de algunos altos dignatarios, pero dejó estas tareas para realizar el Hayy, la peregrinación a Meca. Los andalusíes aprovechaban este viaje al epicentro del conocimiento gnóstico, para una vez realizados los ritos de este rukn, ‘pilar’, del Islam, sentarse con los maestros de Oriente y el Norte de África, especialmente en Medina, El Cairo y Kairawan. Mohammed fue condiscípulo de Imám  Malik en Medina Almunawara, asistiendo a las clases de algunos maestros de este gran sabio; siendo uno de los primeros que transmitió a Yahia ibn Yahia,  el gran impulsor del Fiqh Maliki en Al-Ándalus, noticias directas de Malik ibn Anas. A su regreso se detuvo en Egipto para perfeccionar sus estudios, y cuando llegó de nuevo al Alentejo se encerró en su cortijo de Beja.

A la muerte del juez Mosab Ibn Inram, el emir hubo de sustituirle, consultando entre la gente de su proximidad. Elabás Abdelmalik El Meruaní le dijo: “Aunque el juez Mosab sentenció en mi contra y esto me distanció de él, reconozco que era hombre de virtudes y que sabía elegir bien a las personas. Así que Mohammed Ibn Bashir podría desempeñar bien esta función”. El emir hizo que le llamasen, haciéndole romper su retiro en Beja.

En su viaje hacia Córdoba, el futuro juez, que pensaba que le obligarían a tomar la secretaría del juzgado, se detuvo en Almodóvar del Río a fin de visitar a uno de los  amigos y sirvientes de Allah. Cuando se encontraron en intimidad, Mohammed  le expuso el porqué de su viaje, pero el sufí le anunció la muerte del Juez Mosab y que con seguridad le ofrecerían el puesto. “Aconséjame”, dijo Ibn Bashir. El wali le dijo:

−“Te haré preguntas sobre  tres cosas, después no tendré inconveniente en aconsejarte. ¿Tienes mucha afición a comer manjares exquisitos, a vestir telas preciosas y a montar ágiles cabalgaduras?

−No me preocupa lo que haya de comer para matar el hambre, ni los vestidos ni las cabalgaduras que montar.

−¿Tienes suficiente fuerza moral para resistir la tentación de caras bonitas y otros apetitos de esa índole?

–Jamás me preocuparon, ni hago caso aunque me falten.

−¿Gustas tú de que la gente te alabe y ensalce? ¿Te disgustaría que te dejasen cesante, por haberte encariñado con el cargo?

–Poco me importa, haciendo yo justicia, si me alaban o denuestan, ni me alegra el nombramiento ni me entristecería el cese.

−Entonces, querido hermano, nada malo hay en que aceptes”.

Mohammed llegó al Alcázar y fue nombrado Juez de Córdoba e Imam de la Oración del Viernes. Una de las noticias aceptadas por todo el mundo en su época es que fue uno  de los mejores jueces de Al-Ándalus. Era completamente incorruptible, no se doblegaba nadie) y era resolutivo en sus decisiones. Era riguroso al aplicar la ley y, en materia de justicia, era severo. No toleraba nada a la gente perversa, ni disimulaba nada por consideraciones políticas al emir ni se dejaba influenciar por los cortesanos que servían en palacio, ni por los que le rodeaban, cualquiera que fuera su categoría, visires generales o altos funcionarios.

Una de las primeras providencias que tuvo que tomar fue pronunciar sentencia contra Al Hakim I, negándole el derecho sobre unos molinos del puente de Córdoba. Y más adelante, haciéndole devolver una esclava a su legítimo dueño. Y a pesar de ello,  el emir no le destituyó. Y es que esta relación que establece una dinámica de fuerza entre poder y justicia es lo que realmente mantiene la confianza  y  el sosiego en las gentes,  previene contra la tiranía de aquel que no tiene quien le llame al orden y protege al pueblo ante las arbitrariedades de los poderosos.

Para juzgar se sentaba en un banco de la mezquita de Abu Uthman, sin que nadie se sentara a su lado. Despachaba desde el alba hasta el mediodía para los litigios, y desde el duhr hasta el asr para la presentación de pruebas. No admitía pruebas fuera de ese tiempo, y no consentía fuera del lugar en que daba audiencia que se le hablase de pleitos, ni siquiera en su casa. Fue sumamente escrupuloso en la aceptación del testimonio; rechazando testimonios incluso de amigos por ser cauto y precavido.

Su aspecto externo era llamativo. Se ha transmitido de persona que le conoció que solía llevar una mantilla color azafrán, zapatos de brillo refulgente y su pelo peinado a cabellera partida, a veces se tocaba con un bonete de seda para la oración del viernes. Cuando los desconocidos le veían, no lo identificaban con la dignidad del cargo que ocupaba; pero cuando conocían su conducta y moralidad, le alzaban a la más alta consideración.

Se cuenta que un general de caballería, Musa Ibn Samaa, se quejaba de continuo al emir de que Mohammed ibn Bashir cometía injusticia contra él. Dijo el emir: “Ve a verle tú solo, sin tu contendiente. Si te recibe, le destituyo; y se te rechaza, no puedo afirmar que sea injusto”. Salió el general de palacio y se dirigió a casa del juez. El emir envió un paje de su confianza para observar lo que acontecía y tener noticias veraces. Tardó poco en volver y dijo: “Viendo el ujier quién era el que se aproximaba, fue a avisar al juez, y éste  hizo comunicarle al general: “Si a usted se le ofrece algo, vaya a expresarlo en la curia cuando el juez comience a dar audiencia”.  Cuando el emir oyó la narración del paje se afirmó diciendo: “Ya sabía yo que Ibn Bashir es hombre justo, que no tiene tolerancias ni debilidades con nadie”.

Como Mohammed Ibn Bashir, tuvo Al-Ándalus una pléyade de hombres que hicieron que Islam se extendiera por su sola presencia y proceder; siendo ellos en sus personas los garantes de la justicia entre las  gentes. Hombres que no se inhibían, por su conocimiento, ante las injusticias y que sabían que se jugaban la vida ante los poderosos con sus decisiones. Este carácter humano es el que establecerá de nuevo el Din. ¡Oh Allah, haznos gentes de sinceridad y haz surgir de entre nosotros capitanes y jueces!

Salir de la versión móvil