No hay otro sitio adonde ir

Hemos tenido el privilegio de contemplar una imagen del planeta Tierra difundida por la NASA que fue tomada desde el espacio exterior el pasado mes de julio. Estamos acostumbrados a este tipo de fotografías de la Tierra tomadas por cámaras que están situadas en órbitas terrestres, pero esta era la primera vez que se podía ver la cara iluminada de nuestro planeta desde la profundidad del espacio tomada por una cámara a millones de kilómetros de distancia.

Asombrado y maravillado ante la finura de ese planeta suspendido en el espacio, puedo apreciar una serie de milagros. Gira en torno a un eje puntualmente definido, a una distancia óptima del Sol. Nos proporciona una barrera, la capa de ozono, que nos protege de las radiaciones dañinas, que provocan cáncer. Nos ofrece una atmosfera que nos permite respirar una mezcla de gases en perfecto equilibrio y que nos aporta las proporciones precisas de dióxido de carbono en el aire que nos rodea para que nuestro clima sea habitable.

Los ritmos de las estaciones se cumplen. En las zonas templadas, las montañas almacenan la nieve en el invierno que, al derretirse en la primavera, nutren a los ríos, que a su vez irrigan los campos y los prados. En las regiones más cálidas, los ciclos de las lluvias derraman copiosamente agua sobre los ríos, y gracias a ellos podemos cultivar nuestras cosechas. En el mar hay peces, aves en las marismas y ganado en las praderas. Las abejas polinizan las cosechas estacionales de grano y de fruta, zumbando en el aire toda su corta vida a nuestro servicio. Y el Corán nos confirma que la Tierra está en mizan, en perfecto equilibrio.

En la imagen de la NASA no hay líneas que separen a un país de otro, ni a una nación de otra. No hay barreras que nos protejan a unos de las acciones de los otros. Pero en este momento de la historia, al contrario que en civilizaciones anteriores, hemos creado unas condiciones tales que hacen posible causar un grave impacto en las vidas de otros que viven a enormes distancias de nosotros, del modo más profundo y preocupante. El cambio climático nos ilustra con toda claridad esta realidad. Los efectos acelerados del cambio climático son el resultado de la “globalización” provocada por el hombre y ponen de evidencia que hemos entrado de lleno en el “periodo antropoceno”. Hoy todos somos parte del problema, tanto si somos conscientes de ello como si no. No obstante, asombrosamente, todos podemos ser parte de la solución.

El cambio climático es el resultado acumulado de los procesos de industrialización que alimentan las bajas pasiones de nuestros apetitos consumistas. Ellos son los responsables del aumento del CO2 en la atmosfera, causado por el uso de combustibles fósiles durante un periodo de aproximadamente doscientos cincuenta años. Una fracción minúscula de tiempo, si consideramos los enormes periodos en la vida de la Tierra.

Los países desarrollados, y ahora también algunas economías emergentes, que lideran estos procesos representan una minoría de naciones en relación al resto de las naciones del mundo, las cuales contribuyen, comparativamente, muchísimo menos a las emisiones de carbono expulsadas a la atmosfera. La Conferencia del Clima de París, el pasado mes de diciembre, fue un momento crucial para que esas naciones mostraran su determinación por tomar la iniciativa en una transición que se aleje de un mundo adicto a los combustibles fósiles y se acerque cada vez más a un mundo que obtiene su energía de fuentes renovables.

El reto radica en el hecho de que nuestra civilización global se apoya exclusivamente en sistemas industriales y financieros que sólo persiguen ganancias. Todos y cada uno de las Estados nación tienen una agenda de crecimiento, ese es el modelo internacional. Pero las matemáticas planetarias no coinciden con la agenda del crecimiento interminable. Cuando contemplamos la imagen de nuestro planeta suspendido en el espacio observamos que es finito. No crece. Tenemos que modificar nuestra conducta y aprender a vivir dentro de sus limitaciones. Desde todos los ángulos de consideración nuestro planeta ya ha sobrepasado su capacidad, y el sentido común nos está diciendo que una economía global en expansión, dependiente de los combustibles fósiles y emitiendo cada vez más carbono en el aire, no puede seguir creciendo si no es dañando gravemente nuestro hogar.

Se estima que los musulmanes constituyen un veinte por ciento de la población mundial. Este porcentaje se compone de enormes números de personas sumidas en la pobreza, que también constituyen el mayor número de refugiados del planeta. En el otro extremo de la ecuación, también son musulmanes los principales productores de petróleo. Estas divergencias no tienen por qué suponer un impedimento, sino que pueden considerarse como puntos de fuerza en torno a una mesa de negociación, pues no hacen sino poner de manifiesto la amplitud de los retos que precisan solución. Islam siempre ha tomado partido por los pobres, y ese fue el modelo profético. El principal impedimento en las discusiones sobre el cambio climático ha sido siempre las consideraciones económicas. Si los musulmanes se proponen acometer por ellos mismos estos temas, teniendo presente la naturaleza finita del planeta Tierra, puede que lleguemos a una alternativa al tratado de Kyoto que nos proporcione una visión de un mundo mejor, más limpio y más seguro, insha Allah.

En el Corán está este recordatorio:

“En la Tierra hay signos para los que tienen certeza, y en vosotros mismos. ¿Es que no veis?”

(51, 20-21). Yo veo un planeta azul, y no tenemos ningún otro sitio adonde ir.


Traducción de Hayy Abdalhasib Castiñeira

 

 

Fazlun Khalid es el fundador y director de la Fundación para la Ecología y las Ciencias del Medioambiente (Foundation for Ecology and Environmental Sciences), Birmingham, Gran Bretaña, y director del equipo que redactó la Declaración Islámica sobre el Cambio Climático.

 

 

 

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