Muros

Asalto a la valla de Melilla
Asalto a la valla de Melilla junto a un campo de golf. Octubre, 2014

Veinticinco años sin el muro que dividió al mundo en dos bloques. Sin embargo, el propio Mikhail Gorbachev, el principal artífice de su derrumbe, advertía estos días que es muy posible que vuelva la Guerra Fría, y con ella levantaremos nuevos muros.

Muros que se unirán a los que ya tenemos en pie. Para muestra sirvan cuatro que son simplemente la somatización de una enfermedad global: los muros con los que la entidad sionista ha aislado a Gaza y Cisjordania; las vallas de Ceuta y Melilla, que separan a Europa de África; las gigantescas vallas que aíslan a Estados Unidos de sus vecinos del sur; y el muro que ha construido Marruecos en el Sahara Occidental para expulsar a los saharauis de su territorio.

Todos estos muros cuestan miles de vidas al año, miles de millones de dólares de mantenimiento, y nos cuestan a todos la vergüenza de formar parte de unas sociedades incapaces de ser desarrolladas más allá de lo meramente técnico.

¿Cómo seríamos si no maduráramos intelectualmente y afectivamente a la par que nuestros organismos abandonasen las fisonomías infantiles? Seríamos niños encarcelados en cuerpos de adulto que jugando podrían matarse los unos a los otros.

Así es nuestra civilización. Hemos madurado en conocimientos técnicos, tenemos un desarrollo científico y económico global espectacular que cambia radicalmente en cuestión de décadas. Sin embargo, nuestras instituciones políticas están obsoletas, no han evolucionado gran cosa desde el siglo XVIII. Seguimos pensando en naciones estado, en partidos políticos, en conservadores, progresistas y revolucionarios, en izquierdas y derechas, en clases sociales, en monopolios y oligopolios, en prejuicios raciales y religiosos, en agresiones militares, en violencia política, en castas y sectas, en ejércitos y policías, y el discurso político sigue siendo dialéctico, reactivo, corrupto y corto de miras.

Por eso es necesario construir muros que nos separen de los que no son como nosotros: de los otros.

Los mismos conceptos de enemigo, opresor, competencia, clase antagónica, hereje, amenaza, etc. siguen siendo los mismo que hace dos o tres siglos.

Pocos son los políticos, y menos aún los gobernantes, que han mudado sus prioridades a unas amenazas globales, menos personificadas, como, por ejemplo: la superpoblación, el calentamiento global, el agotamiento de los recursos (el más preocupante, el de los acuíferos), la desigualdad, las pandemias o las armas de destrucción masiva… Por citar algunos de los actuales Jinetes del Apocalipsis.

Seguimos anclados en el tribalismo, en el nacionalismo miope (talla pequeña, mediana o imperial) cuando los problemas que nos afectan son problemas de supervivencia de la especie y del planeta que la sostiene, no de tribus y de sus propios diminutos ecosistemas.

Lo que sucede en España y en sus reinos de taifas no es nada especialmente peculiar, es una pequeña escala de lo que sucede en el mundo. Lo vemos amplificado porque lo tenemos al lado, nada más. De hecho, a lo mejor es por su céntrica posición en el globo, podría ser un compendio de todos los males que afectan al planeta. No creo que seamos peores ni mejores que los demás en nada. No deberíamos envidiar a nuestros vecinos del norte ni despreciar a los del sur, ya que participamos de muchas virtudes y defectos de ambos. No en vano hemos sido colonizados por todos ellos y, a su vez, nosotros mismos hemos colonizado a medio mundo, por lo que somos una mezcla única de civilizaciones, culturas y razas. Y el que tenga los genes y su identidad puros que tire la primera piedra.

Construir muros es dar la espalda a la realidad y edificar un mundo en base a ladrillos mentales que no tienen ya ninguna utilidad en nuestra evolución como seres humanos.

La época de las cavernas quedó atrás. La de los castillos y fortalezas también. La época de las cruzadas pasó con más pena que gloria. La de los grandes imperios, la de las colonias de ultramar, la de las ciudades estados, los estados nación y hasta la de los bloques, han pasado a la historia.

Vivimos en un mundo en el que más que nunca el batir de alas de una mariposa en Tokio puede hacer temblar las bolsas de Londres y Nueva York y arrastrarnos a todos a una glaciación económica. Una época en el que un loco con un frasco de virus diseñados en una empresa de armamento biológico puede acabar con el 50% de la población mundial en pocas semanas. Una civilización que puede quedar reducida a polvo en cuanto un hacker coloque un buen troyano en los sistemas de defensa de las principales potencias nucleares.

¿De qué nos servirán los muros contra la desigualdad, la superpoblación, la sequía, o las pandemias?

Construyamos puentes por los que circule el conocimiento, la solidaridad, el progreso y el hermanamiento. El único desarrollo posible es aquel que consiga unificar nuestra adolescencia tecnológica con nuestro infantil desarrollo político, y madurar ambos a la par hacia la responsabilidad de gobernar esta nave que va a la deriva en un universo inmenso e inexplorado en el que probablemente tengamos la importancia que tiene un grano de arena en el desierto.

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