Monsanto compra Blackwater; la verdad sobre la conspiración

Portada del libro 'Blackawater, el auge del ejército mercenario más poderoso del mundo', de Jeremy Scahill
Portada del libro ‘Blackawater, el auge del ejército mercenario más poderoso del mundo’, de Jeremy Scahill

Monsanto compra Blackwater. Esta información se ha propagado en la web alter-mundialista a una impresionante velocidad en las primeras semanas de este verano, y ha concentrado muchos comentarios de toda la comunidad anticapitalista.

La empresa militar privada más emblemática de los recientes conflictos –Blackwater–, revelada al ojo público por su responsabilidad en la masacre de la plaza Nisur, en Iraq en 2007, comprada por la multinacional número uno de las biotecnologías –Monsanto–, cuyos sucesivos escándalos, como el del agente naranja, el de los PCB, el de la hormona de crecimiento bovino, o su agresivo lobby a favor de los OGM, han hecho de ella el arquetipo de la Multinacional-malévola-que-quiere-dominar-el-mundo-entero.

Era sin duda una noticia destacada, verdaderamente increíble.

Y, por cierto, era falsa.

El inicio de esta falsa información es un artículo muy interesante del periodista Jeremy Scahill, publicado en el periódico estadounidense ‘The Nation’ el 4 de octubre 2010. Jeremy Scahill es un reconocido y premiado periodista, especialista en el tema de la seguridad nacional de los Estados Unidos. En este artículo Scahill nos presenta brevemente algunas  revelaciones desarrolladas en su libro Blackwater: El Auge del Ejército Mercenario más Poderoso del Mundo, publicado en 2010.

Al leer el artículo, descubrimos que en 2008 y 2009 Monsanto pagó más de 200.000 dólares por contratar los servicios de Total Intelligence Services –una sociedad del fundador de Blackwater– a fin de vigilar grupos de militantes oponentes a la multinacional. Los servicios contratados eran, en gran parte, para la vigilancia de la web. Sin embargo, Monsanto no había comprado Blackwater, sino que únicamente habían contratado prestaciones a una empresa afiliada a Blackwater. En una época en la que “El mundo entero es un campo de batalla”, en la que el espionaje sobre los ciudadanos se revela como una práctica masiva de los “estados de derechos”, y en la que cualquier intento ciudadano de protesta está íntimamente infiltrado por los Mark Kennedy y otros ‘agentes provocadores’, no hay nada sorprendente ni raro en la decisión de Monsanto.

Pero esta falsa información nos interesa por otro motivo: nos revela una tendencia conspiradora cada vez más presente en la gente en desacuerdo con el conjunto de fenómenos que llamamos comúnmente ‘globalización’.  El anuncio de la compra de Blackwater por Monsanto cuadraba perfectamente en el discurso conspiracionista tan perfectamente que fue copiado y pegado en centenares de páginas web sin jamás ser verificado. No era por la dificultad de aclarar la malinterpretación: era clara y el artículo de Scahill estaba a la disposición de todos. Non obstante, hemos tenido que esperar varias semanas para que aparezca en algunas de estas páginas un rectificativo (y muchas siguen sin haber rectificado nada).

Este conspiracionismo es altamente nocivo para una crítica verdadera y una lucha eficaz  contra los partidarios del hegemonismo financiero. Se enfoca en un número restringido de entidades arquetípicas, reduciendo a unos pocos nombres, como Blackwater o Monsanto, vastos sectores de actividad cuya fuerza reside, precisamente, en la multiplicidad de actores y la complejidad de sus interconexiones. Si Blackwater –ahora llamada ‘Academi’– es por supuesto un nombre importantísimo dentor del sector de las empresas militares privadas, es solo una empresa dentro de una multitud. Lo mismo vale por Monsanto: si constituye el perfecto ejemplo de empresa química predadora, no es para nada la única en el sector de las biotecnologías, ni la única en tener un pasado mortífero.

Al contrario de las teorías conspiracionistas, el periodismo de investigación (en el cual la conspiración busca qué dar de comer a sus fantasmas) nos deja ver sistemas complejos, donde empresas aparecen un día y desaparecen el siguiente, donde individuos navegan entre el sector público y empresas privadas según el fenómeno llamado ‘puertas giratorias’, donde los abogados juegan un papel esencial, explorando las fronteras de la legalidad para hacer que actos inmorales sean ilegales, y donde fondos de inversión, holdings y otras entidades financieras insondables aparecen como usuarios exclusivos de circuitos financieros a caballo entre dichos ‘estados de derechos’ y ‘paraísos fiscales’.

Es al entendimiento de esta complejidad a lo que debemos las criticas más pertinentes e instructivas. Al contrario, el simplismo conspiracionista –en perfecta harmonía con la debilidad intelectual que provoca el consumismo– impide alcanzar un entendimiento real de los fenómenos existentes, y atribuye a un pequeño grupo de entidades un poder sin límite. Por eso reduce al individuo a la impotencia y la paranoia.

Es importante tener claro lo que estamos delineando aquí. No estamos diciendo que las conspiraciones no existen. Está claro que sí; que al igual que miembros de una banda se juntan para planificar el atraco de una joyería, miembros de la oligarquía  –aquellos que controlan los comités de dirección de las grandes entidades financieras y multinacionales–  se juntan para planificar sus maniobras para acaparar las riquezas del mundo. Es todavía más evidente dado el vínculo tan fuerte que une a los miembros de esta oligarquía, a razón de un conjunto de realidades sociológicas más o menos perceptibles para el ojo público, confiriéndoles una identidad y unos intereses comunes poderosos: alianzas matrimoniales, actividades deportivas y culturales exclusivas, lugares de encuentros exclusivos, pertenencias a clubs y círculos privados, etc.).

Por lo tanto, hay que tener en cuenta que los poderosos son capaces de conspirar. Pero enraizar nuestro entendimiento de los eventos a conjeturas sobre lo que podría ser el objeto de estos complots es otra cosa muy distinta. Y, sin olvidar la primera ni caer en la segunda, esa es la línea estrecha sobre la que tenemos que caminar. Hay que combatir el secreto con la exposición de los hechos, y luchar contra las mentiras con la verdad. Decir esto puede parecer simple e idiota, pero al ver el velo conspiracionista que a muchos cubre el entendimiento, no parece inútil recordarlo.

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