Mi definición de Estado (II): El Acontecimiento

Sheij Umar Ibrahim Vadillo

El acontecimiento al que me refiero tuvo lugar en Inglaterra en el año 1694, con el nacimiento del Banco de Inglaterra como Banco Nacional. El de Inglaterra no fue el primero, pues otros dos habían sido creados antes. El primer banco nacional fue el Banco di Santo Spirito, o banco del Espíritu Santo (¡maravilloso nombre!), que, en 1605, se convirtió en el primer banco nacional de… ¿qué Estado? Del Vaticano. El Banco, fundado por Pablo V, ha dejado de realizar milagros financieros para los papas, pues ahora está en manos del Estado Italiano, pero el Vaticano posee su propio banco, piadosamente llamado Instituto para las Obras de Religión. El segundo fue el Banco de Suecia (Sveriges Riksbank), fundado en 1668.

La razón por la que hemos elegido el Banco de Inglaterra como el nacimiento del Estado es que solamente Inglaterra, con la decapitación de su rey y la creación del Parlamento, poseía la química social adecuada para desencadenar el despliegue sin precedentes de una institución, el Estado. Sólo en Inglaterra, y por primera vez, la deuda del soberano reunía las condiciones para convertirse en lo que se dio en llamar deuda pública o soberana. Un concepto mediante el cual la deuda que contraía el soberano ya no le pertenecía a él, sino a la nación entera.

Esto no significa que en 1694 apareciese de repente el Estado con todas las características con que lo conocemos hoy en día. No, el Estado se desarrolló en los años posteriores hasta su completa extensión. Lo que tuvo lugar en ese año fue la fusión de dos instituciones, la banca y el gobierno, de una nueva forma que creó la mezcla necesaria para el despliegue del Estado. Podría decirse que se creó el germen del Estado, que contenía el potencial para todas las características que se iban a desarrollar en los años siguientes. Ese germen contenía los elementos predecesores del Banco Central, el dinero fiduciario y la deuda nacional. ¿Cómo pasó? ¿Y qué pasó?

Con el fin de la Revolución y el Duque Guillermo de Orange en el trono (1689-1702), un clima de descubrimiento y experimentación con los asuntos monetarios floreció en Inglaterra. Fue el tiempo de las compañías cazatesoros, los planes para “hacer dinero rápido” y los nuevos modelos bancarios. Todo ello fue aún más potenciado por el pequeño “bum” de 1692-1695. En este clima nació el Banco de Inglaterra.

En un momento en que las finanzas inglesas estaban exhaustas tras medio siglo de guerra. Incapaz de subir los impuestos e incapaz de pedir préstamos, el Parlamento se desesperó por encontrar otra vía de obtener dinero, y hubo dos grupos de hombres que vieron una oportunidad única en esta necesidad. El primero se componía de los científicos políticos de dentro del gobierno. El segundo comprendía a los científicos monetarios del emergente negocio de la banca.

La oportunidad llegó en 1694, cuando el Rey necesitaba dinero para levantar un ejército en la guerra contra Francia. El rey acudió a los mercaderes ricos y a los banqueros basados en el oro de Londres para adquirir ese dinero. Se presentaron varios planes para un banco público.

Finalmente, William Paterson, un escocés, se enfrentó a diversos gremios e hizo una propuesta imitando empresas exitosas de Italia y los Países Bajos (especialmente, el Banco de Ámsterdam, fundado en 1609, que es visto por muchos como el padre de la banca moderna). Tras unos pocos intentos fallidos, él y sus patrocinadores mercantiles finalmente triunfaron.

Paterson redactó una breve presentación del producto ofrecido titulada “Una breve reseña del Banco de Inglaterra” [citada por el profesor Carroll Quigley, de la Universidad de Georgetown, en “Tragedy and Hope: A History of the World in Our Time”, 1966], en la que escribió: “el banco obtiene su beneficio del interés de todo el dinero que crea a partir de la nada”. Esta simple del primer banquero central del mundo iba a convertirse en la clave para el desarrollo del destino monetario del mundo en los siguientes trescientos años.

La frase significa que “bajo la autoridad del gobierno”, el Banco de Inglaterra emitiría papel moneda creado “a partir de la nada”, que sería a su vez dado en crédito con intereses a diversos prestatarios. Los bancos comerciales ya habían hecho eso antes, pero, esta vez, estaba respaldado por la “autoridad del pueblo”, el Parlamento. El significado de “a partir de la nada” es que los billetes del Banco de Inglaterra estaban respaldados sólo parcialmente por oro o plata, nunca al punto de la completa convertibilidad. Desde el principio, el Banco nunca declaró que su intención fuera emitir billetes que se correspondiesen exactamente con sus reservas en monedas y lingotes, aunque, por supuesto, equiparó exactamente sus deudas con sus activos.

Este asunto sigue siendo un misterio para la mayoría de la gente incluso hoy en día. ¿Cómo pueden ser las deudas iguales que los activos y, sin embargo, haber más billetes que reservas en metálico? El asunto se halla en el propio corazón del sistema bancario, pero dejaremos esta materia de la contabilidad “mágica” para otra ocasión, y simplemente nos referiremos a ello como la banca de reserva fraccionaria, o sea, la que posee la facultad de prestar más de lo que tiene, o crear dinero “a partir de la nada”

A principios de mayo de 1694, el parlamento aprobó un decreto asignando un nuevo impuesto al tonelaje de los barcos que esperaba recaudar 140.000 £ al año. 100.000 £ de ellas estaban destinadas a pagar los intereses (el 8% anual) de un nuevo crédito de 1.200.000 £ que el gobierno pidió al Banco para cubrir tan sólo una cuarta parte de los gastos generados en ese año por la Guerra de los Nueve Años (1689-1697) contra Francia.

El erario público pagó el préstamo de un millón y doscientas mil libras a plazos entre agosto y diciembre. Los prestadores recibieron un interés del 8% sobre el total de la cantidad, aunque sólo contribuyeron con 720.000 £ en efectivo, mientras que el resto se creó “a partir de la nada”.

El crédito se le entregó al gobierno con el efectivo de los prestadores, quienes para noviembre ya habían recuperado el 60% de la cantidad que hubieran suscrito. El resto se pagó con los así llamados “pagarés sellados”: billetes de papel estampados con el sello corporativo del Banco con un valor de 1.000 £. El gobierno usó estos billetes, a su vez, para pagar a sus proveedores. Puesto que estaban sujetos a un interés cercano al 3% anual, muchos fueron tenidos como inversiones; los pocos que se devolvieron al banco a cambio de efectivo fueron emitidos de nuevo y empleados en los siguientes préstamos.

El Banco poseía una doble función: manejaba las cuentas del Gobierno y le daba préstamos para financiarlo, pero también operaba como un banco comercial: tomaba depósitos y emitía billetes a los clientes privados. Gran parte del efectivo de los inversores se usó no ya para el crédito de la guerra, sino para hacer circular pagarés sellados adicionales a prestatarios privados, incrementado aún más las cantidades en retorno.

El decreto que autorizó aquel crédito impuso dos importantes limitaciones: el Banco no podría prestar más de 1.200.000 libras al gobierno sin dispensa parlamentaria, y tampoco podría sobrepasar esa misma cantidad en pagarés sellados. La primera supuso, en la práctica, una ventaja, puesto que, en los siguientes uno o dos años, los directores del Banco la convirtieron en una excusa para rechazar la concesión de préstamos a la Corona (a la que eran renuentes de todos modos).

En cambio, el techo en los pagarés sellados fue una constricción real. Los directores del banco lo evadieron mediante la emisión de lo que llamaron “billetes corrientes de efectivo”. En lugar de ir con el sello del Banco, estos billetes de pequeñas cantidades eran simplemente firmados por los cajeros y no cargaban interés, a diferencia de los pagarés sellados. Los numerosos críticos del Banco intentaron levantar una polémica con ello, pero los billetes continuaron circulando. Estos “billetes corrientes de efectivo” se convirtieron, de hecho, en los predecesores del papel moneda de nuestros días.

Para febrero de 1695, el banco había adelantado al Gobierno no sólo el total del capital inicial de 1.200.000 £, sino también una suma adicional de 300.000£. Pero le seguirían remesas incluso mayores en los siguientes dieciocho meses. El gobierno no podía dejar de pedir, rompiendo los límites que se había impuesto a sí mismo. El gobierno había descubierto la posibilidad de un “casi” infinito medio de financiación. Pero, por supuesto, los problemas empezaron a llegar.

El nuevo dinero creado por el Banco de Inglaterra salpicó la economía como la lluvia en abril. Consecuentemente, cuando los abundantes billetes llegaron a manos de los demás bancos, rápidamente las llevaron a sus cámaras para luego emitir sus propios certificados en cantidades aún mayores.

Como resultado, los precios se duplicaron en sólo dos años. Entonces, sucedió lo inevitable: se produjo un pánico financiero y el Banco de Inglaterra no pudo producir la moneda. En mayo de 1696, justo dos años después de que el Banco de fundara, se aprobó una ley autorizándolo a “suspender el pago en especie” (el pago en oro por el valor facial del billete presentado). Por ley, el Banco estaba ahora exento de tener que honrar su contrato devolviendo el oro. El dinero fiduciario había nacido y, con él, uno de los aspectos clave del Estado moderno.

Con este acontecimiento, otras dos instituciones vieron la luz: el Banco Central y la Deuda Soberana. El Banco Central todavía está con nosotros y se ha convertido en una institución dominante en la economía de hoy, mientras que esa deuda soberana es la que nosotros, los ciudadanos, todavía soportamos y que, además, es imposible de pagar en la práctica. Los ciudadanos de Gran Bretaña todavía no han podido saldar su deuda trescientos años después. Hoy por hoy, la deuda soberana del Reino Unido es de un billón de libras.

En 1694, el Banco de Inglaterra no era todavía un Banco Central en el sentido moderno, pero sí su germen. La capacidad de actuar como prestador de último recurso y regulador de la actividad financiera de la economía en general sólo se desarrolló, gradualmente, durante el siglo siguiente, al crecer la complejidad del sistema financiero.

Como el Gobierno pedía prestado más y más dinero, estos espectaculares créditos se denominaron Deuda Soberana. Esta deuda era diferente de la anterior. La deuda de los soberanos siempre había existido. Sin embargo, el cómo el rey podía hacer su promesa de pago digna de confianza era el problema crítico. La morosidad se había convertido en un fenómeno común en Inglaterra desde el medievo.

En el periodo medieval, la recaudación de impuestos era una tarea muy complicada; el rey a menudo relegaba a sus representantes locales y a los funcionarios a recoger los impuestos, una práctica curiosamente llamada “agricultura tributaria”. Generalmente, estos representantes y agentes tenían un privilegio de exención impositiva, reduciéndose la base de recaudación y empequeñeciendo así su beneficio. Los impuestos nunca eran suficientes. Pedir prestado, frente a este modelo tributario, era la única opción. Para el rey, la mejor alternativa era no pagar a sus prestamistas. Aunque la cooperación con ellos pudiera parecer la mejor elección, esto no era siempre posible. Los prestamistas, que luego serían banqueros, y los reyes mantenían una relación difícil. La cooperación no podía llegar a cristalizar. Esto cambió para siempre con el Banco de Inglaterra.

El establecimiento del Banco de Inglaterra alteró los incentivos de los (estados) soberanos para aceptar la deuda, que podía ser fácilmente distribuida entre todo el pueblo gracias a un nuevo mecanismo: la emisión de papel moneda que no era reembolsable o lo era sólo parcialmente. Gracias al Banco, el Estado fue capaz de dotar su deuda de confianza. No era la deuda del rey, era la deuda de la nación. El Estado proveyó la ley que hacía legal el nuevo dinero, el banco podría proveer cantidades casi ilimitadas de ese dinero. Las dos instituciones parecían salir ganando, y podían cooperar entre ellas por primera vez.

Este acontecimiento alteró los incentivos de los (estados) soberanos para aceptar más deuda. A partir de ese momento, el incremento cada vez mayor de la deuda alcanzaría niveles sin precedentes en la historia. Esta deuda sostuvo la extraordinaria expansión de la institución bancaria y la llevó de los bordes de la sociedad al centro de su núcleo, convirtiéndola en la dueña y señora de la economía.


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