LOS TRES PODERES

Tres es el número típico de los cuentos y de los mitos: los tres cerditos, las tres bolitas de la fuente, las tres pruebas a superar, las tres preguntas de la esfinge… Para este cuento de la “democracia” moderna, también eligieron el número 3. Será Montesquieu, influenciado por Locke, el primero que le busque tres pies al gato (que luego resultó ser un gato con botas al que no había quien lo pillara) y hablará de la separación de poderes en tres poderes distintos. Esos tres poderes, en teoría independientes, se supone que se contrapesan entre sí para evitar abusos. Wikipedia, que es el libro gordo de Petete actual, nos lo explica así: “Para prevenir que una rama del poder se convirtiera en suprema, y para inducirlas a cooperar, los sistemas de gobierno que emplean la separación de poderes se crean típicamente con un sistema de checks and balances (controles y contrapesos). Este término proviene del constitucionalismo anglosajón, pero, como la propia separación de poderes, es generalmente atribuido a Montesquieu”.

A los musulmanes eso nos suena como si se quisiera descubrir la pólvora cuando ya lleva siglos haciendo “pum”, pues en Islam desde los tiempos del Profeta (s. a. w. s.) ya existían cadíes, ulemas y suyuj que no era infrecuente que recriminaran al emir o incluso al califa sus medidas de gobierno y que le ayudaran a ser más justo y equilibrado en sus decisiones; así que ese “contrapeso” ya existía de antiguo y con resultados más que constatables.

Sin embargo, la supuesta separación de poderes de este sistema es una falacia que se cae por sí sola y que si debía separar, no separa mucho; más bien se para. El cuento de Los tres cerditos resulta más verosímil para quien no sea inocentemente crédulo o servilmente interesado. Repasemos un poco el trípode para tullidos:

Walter Graziano, en su libro Nadie vio Matrix, nos da algunos elementos interesantes de reflexión:

Cuando se habla de los «tres poderes» se suele pensar generalmente en el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Craso error. Ésos no son los tres pode­res reales que ejercen un dominio cada vez más efectivo y abru­mador sobre nosotros, quienes en mayor o menor medida esta­mos encerrados dentro del triángulo.(…) el poder económico —claramente predominante— surte de fondos tanto al poder político (financia el costo de las campañas electorales, el mo­do de vida de los políticos, y muchas veces también sus nego­cios, legales o no), y también financia a los medios de comu­nicación (avisos, propaganda, solicitadas, premios, dinero «arriba» y «abajo» de la mesa, y hasta coloca a algunos de los periodistas). El poder político brinda cobertura a los designios del económico mediante decretos, leyes, sentencias judiciales y todo tipo de decisiones visibles (como guerras) e invisibles (como la generación del «terrorismo» y también la propia «lu­cha» contra él). A su vez da a los medios de comunicación in­formación, desinformación, cargos y puestos dentro de la es­tructura de gobierno, y hasta sostiene agentes de inteligencia travestidos muchas veces de periodistas. Finalmente, los me­dios de comunicación brindan cobertura al poder económico, haciendo conocer la información que las megacorporaciones desean que se conozca, y escondiendo en lo posible la que és­tas consideran inconveniente y digna de ser ocultada, y le dan cobertura y legitimidad al sistema político apoyando al gobier­no de turno, o a la oposición.

Es todo tan visible y evidente que cuesta entender que las masas comulguen con ruedas de molino con tanta facilidad. Pero se entiende mejor cuando se cae en la cuenta de que el sistema educativo (que adoctrina desde la infancia y alecciona sobre la bondad indiscutible de la estructura), medios de comunicación, en manos de unos pocos que, casualmente, o son banqueros o les deben gran parte de sus ganancias y privilegios, repiten machaconamente quiénes son los buenos y quiénes no merecen un segundo de atención para ser escuchados porque son maaaalos, requetemalos, arcaicos, dementes, retorcidos y quién sabe qué cosas más, ninguna bonita. De esa forma, las ingenuas mentes de tanta carne de cañón pueden comulgar, no ya con ruedas de molino, ¡de Caterpillar, si hace falta! Sobre todo, cuando esas masas viven en una sociedad opulenta que derrocha a costa de esquilmar recursos y posibilidades de otros grupos humanos que, endeudados y saqueados hasta el límite, apenas tienen para sobrevivir.

Pero Allah en la sura del Viaje Nocturno nos advierte: “Y cuando queremos destruir a una ciudad ordenamos a los habitantes que han caído en la molicie de la opulencia para que siembren la corrupción en ella y así es como se cumple la palabra decretada en su contra y la destruimos por completo”.

Estos tiempos de crisis nos van a poner las cosas difíciles. Pero puede ser la oportunidad para dejar de comulgar con ruedas de molino, por fin. Tal vez ahora las masas acaben de despertar de su letargo y se den cuenta de que los cuentos que les cuentan no son contantes, sino sonantes (o sea, que suenan como las monedas de verdad, pero no cuentan como tales; ¿les suenaaaa?).

Lo mismo es hora de dejar de esperar a un príncipe azul que todo lo arregle y tomar las riendas de la propia vida.

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