La ‘yama’ah’

La forma de vivir del musulmán es la yama’ah; la comunidad de los creyentes es su medio natural como el agua lo es para los peces

La necesidad imperiosa de la yama’ah para cada musulmán es un hecho ratificado por el Libro de Allah, respaldado con toda claridad en la sunnah y en el ejemplo de la primera comunidad de los musulmanes y probado por la experiencia.

En cada situación y en todo lugar el musulmán debe aferrarse a la yama’ah, y esa obligación, cuyo descuido tiene consecuencias graves para el individuo y para la Ummah, es especialmente importante y, de hecho, completamente imprescindible para los musulmanes que vivimos en sociedades mayoritariamente no musulmanas, cuyos fundamentos legales, políticos y de creencia son ajenos a la Revelación y sitúan al Islam en el terreno marginal de las opciones “religiosas” privadas.

Examinemos en primer lugar qué es la yama’ah, cuál es su confirmación en el Libro de Allah y su validación en la sunnah y en el ejemplo de los salaf. Veamos a continuación por qué pertenecer a la yama’ah es una cuestión de vida o muerte, una necesidad de supervivencia, en nuestro contexto de musulmanes en Occidente.

Lingüísticamente, yama’ah es un término árabe que ‘significa unidad, reunión, congregación y comunidad’, de la misma raíz j-m-‘ (unir, juntar, reunir) de la que proceden las palabras que usamos comúnmente para designar el día de la reunión, Yumu’ah, una asamblea, iytima’, o una colección o compendio, como el Yaami’ al Sahih de Imam Al Bukhari.

La obligatoriedad de la unidad entre los musulmanes se deduce de numerosas aleyas del Corán con mandatos inequívocos. La orden más general en el Corán es la dirigida a los muminun en la Sura Al Imran:

“Vosotros, los que creéis, tened temor de Allah y que no os alcance la muerte sin estar sometidos (musulmanes). Aferraos juntos a la cuerda de Allah y no os dividáis…” (3: 102-103).

Y más adelante: “Que surja de vosotros una comunidad que invite al bien, que ordene lo reconocido y prohíba lo reprobable. Esos son los que tendrán éxito” (3: 104).

Y en la Surat al Huyurat (Las Habitaciones Privadas): “Verdaderamente los creyentes son hermanos, así pues poned concordia entre vuestros hermanos y sed conscientes de Allah para que podáis recibir misericordia”.

Las graves consecuencias de la división y las disputas, así como de separarse y actuar de manera privada, están también repetidas en muchos pasajes del Libro de Allah:

“¡No seáis como quienes, después de haber recibido las pruebas claras, se dividieron y discreparon! Esos tendrán un castigo terrible” (3: 105).

“… Y obedeced a Allah y obedeced al Mensajero y no disputéis entre vosotros, pues si lo hacéis fracasaréis y vuestra fuerza se disipará. Sed pacientes. Allah está con los pacientes” (8: 46).

En la sunnah y en la sira de la primera comunidad musulmana, la necesidad de aferrarse a la comunidad musulmana es manifiesta. En el conocido hadiz del Mensajero de Allah, que Allah le bendiga y le conceda paz, recogido en los dos Sahih: “Quien se separe, aunque solo sea un palmo de la yama’ah, y muera en ese estado, morirá la muerte de yahiliya. Y en la transmisión de Ibn Abbas: “… Quien se separa, aunque solo sea un palmo, de la autoridad del emir y muere en ese estado muere la muerte de los días de la ignorancia”.

Es evidente en este contexto que la existencia de una comunidad musulmana está ligada a la existencia de una autoridad, de un emir.

La manifestación externa de la adhesión a la yama’ah es el juramento de obediencia y lealtad, el ba’yah, a la autoridad de la comunidad musulmana. Esta es una sunnah que debemos revivir en cada comunidad y que afecta por igual a los hombres y a las mujeres. La fórmula verbal con la que los sahaba comprometían su lealtad al Mensajero de Allah, que Allah le bendiga y le conceda paz, es bien conocida y existe una formula ligeramente distinta para las mujeres (Surat Al Mumtahinah; 60: 12). La declaración pública y ante testigos del juramento de obediencia y lealtad lleva implícita acatar y comprometerse activamente en todos los aspectos esenciales del Din, los que requieren unidad y autoridad: establecer el Salat; pagar el Zakat; el Hayy, la emigración por Allah; el Yihad y la administración de justicia.

En el lenguaje del fiqh y en la práctica cotidiana, la palabra yama’ah es de uso frecuente en relación al Salat. La yama’ah empieza por el Salat, pues la plegaria es la piedra angular del Din. El salat en yama’ah (congregación) es preferible, más meritorio en 25 o 27 veces al salat individual. Los musulmanes se agrupan por esa razón y procuran reunirse en cuanto se produce un asentamiento de varias familias, para poder establecer el salat en yama’ah, la oración del viernes y los dos Id en congregación.

La importancia de la unidad y la cohesión de la comunidad musulmana en cada localidad, bajo la autoridad de un Emir, es tan grande que carecer de ella, o apartarse de ella, supone la inaceptable contradicción de ser musulmán y vivir en ignorancia (yahiliyyah). Así como uno vive, así muere. La ignorancia de los primeros tiempos, igual que la actual, fomentaba el tribalismo, el sectarismo, las tradiciones fetichistas e idólatras y la dictadura de las bajas pasiones de la naturaleza humana. Exactamente igual que la yahiliyyah moderna.

La forma de vivir del musulmán es la yama’ah; la comunidad de los creyentes es su medio natural como el agua lo es para los peces. Las nobles cualidades de carácter no se pueden desarrollar sin la existencia de un entorno de hermandad, de colaboración y de ayuda mutua. “La relación entre un creyente y otro creyente es similar a las vigas de un edificio, se apoyan y se refuerzan mutuamente”, dijo el Mensajero, que Allah le bendiga y le conceda Su gracia, y cruzó los dedos de sus manos para ilustrarlo.

Y también dijo, que Allah le bendiga y le conceda paz: “El ejemplo de los creyentes en su afecto mutuo, su compasión y benevolencia es como la unidad del cuerpo: cuando un miembro enferma el resto del cuerpo responde con fiebre e insomnio”.

Los creyentes se afanan por restaurar los lazos con quienes los han roto, perdonan a quienes les han hecho daño y se esfuerzan por mantener las buenas relaciones y por ejercer la bondad (ihsan) con los cercanos, los miembros de su familia, los vecinos, los huérfanos y los viajeros, los pobres y los empleados.

Por todo ello, es inconcebible, y existencialmente inviable, ser musulmán en aislamiento o reducir el Din a la práctica “religiosa” de los rituales o las experiencias de adoración y devoción. Y tampoco es suficiente vivir en comunidades “virtuales” a través de amistades de Facebook y foros de internet que no desarrollan más que la capacidad de retórica y la actividad intelectual. Al Dinu al mu’amalah, ‘el Din es el modo de comportamiento’. Las transacciones, la interacción con otros, el trato y la conducta social son la arena donde se practica el Din, no sólo en la alfombra de oración.

La casi completa desaparición de los nexos de familia, vecindad, clan, barrio, pueblo y la solidaridad tradicionales de nuestras sociedades propicia la individualización, el aislamiento y la soledad y favorece al capitalismo bancario y sus ambiciones. El hombre solo es débil y cuando está en yama’ah es fuerte. Las cadenas de la tiranía bancaria y las redes de la usura se romperán solas por la baraka de la gente que se une para obedecer a Allah, siguiendo al más perfecto y completo de los ejemplos: el del Mensajero de Allah.

En el caso de los jóvenes, el aislamiento y la desaparición del pueblo, la vecindad y la familia extensa les impiden el cultivo de las habilidades sociales y promueve un nuevo modo de autismo tecnológico.

El mensaje del Islam necesita de la yama’ah. El argumento del Islam es su gente. Su modelo es visible, vivo, existencial y no es doctrinal o simplemente teórico.

De igual modo que los diversos órganos, tejidos diferenciados y células especializadas del cuerpo forman una unidad con sus sistemas interrelacionados y cada uno tiene su función y su papel, cada comunidad musulmana local, sana y activa, participa en la regeneración y aporta buena salud y crecimiento a la Ummah.

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