La Res Publica musulmana

Res Publica

Occidente ha entrado en la era de la decadencia. El ciclo de alzamiento y caída, cuyo máximo exponente es Roma, se repite. La sociedad occidental, en todos sus niveles, no puede, ni quiere, darse cuenta de ello.

La degeneración de la organización social no es algo reservado al análisis historiográfico del pasado. Se trata de una cuestión cuyo tratamiento razonado acaparó notables esfuerzos en el pensamiento clásico de la civilización europea.

“Democracia” es, junto con sucedáneos como “libertad”, el mantra de nuestros días, repetido hasta el hastío en el altavoz de propaganda que son los medios de comunicación. Pero cuando hablamos de democracia, ¿sabemos qué es realmente la democracia? ¿Cuando criticamos el sistema actual, estamos criticando la democracia o un modelo usurpador que se ha apropiado de su nombre?

Si nos atenemos a las definiciones clásicas, o a la simple justicia con los significados de las palabras, habremos de inclinarnos por la segunda opción. De hecho, desde la Antigüedad, el sistema globalizado que se da en nuestra sociedad tiene nombre: demagogia, u oclocracia (‘gobierno de la muchedumbre’, frente a democracia, ‘gobierno del pueblo’).

El hecho es que, para que haya democracia, primero ha de haber demos. Y ello termina convirtiendo a la democracia pura en el más utópico de los sistemas de organización del poder, porque requiere de una virtud en la sociedad que no es capaz de dar por sí misma. Se pone como ejemplo de la organización democrática la Atenas clásica, pero lo cierto es que un análisis no demasiado profundo revela a las claras que Pericles fue uno de los mayores demagogos de la historia.

Demagogia. Es el sistema que, según la síntesis del pensamiento político clásico que hace Polibio, procede de la degeneración de la democracia. Para saber en qué consiste basta con abrir un periódico. Se le entrega, aparentemente, el poder a las masas, pero éstas, que han sido reducidas al pensamiento gregario, son incapaces de ejercerlo realmente. Aunque, por supuesto, son igualmente incapaces, en su gran mayoría, de darse cuenta de ello, puesto que han sido educadas en un sistema de valores de falsas libertades y conformismo, en el pan y circo, en la comodidad y el consumo. Así lo describe Platón en La República (I, 344b): “Cuando alguien, en cambio, además de secuestrar las voluntades de los ciudadanos, secuestra también a éstos, esclavizándolos, en lugar de aquellos denigrantes calificativos es denominado ‘feliz’ y ‘bienaventurado’ no sólo por los ciudadanos, sino por todos aquellos que se han enterado de la injusticia que ha cometido”.

Lo curioso es que quien mantiene el poder real tras esa cortina de falsa democracia es una oligarquía (sistema que proviene de la degeneración de la aristocracia) apoyada sobre un poder económico mantenido mediante la tiranía (poder procedente de la degradación de la monarquía) de la usura. Es decir, que aquellos que manejan el poder real tampoco son soberanos, puesto que están esclavizados por las mentiras que ellos mismos crean.

Spengler, en La decadencia de Occidente, lo resume así: “¿Qué es la política civilizada de mañana en oposición a la culta de ayer? En la Antigüedad, retórica; en el Occidente, periodismo; ambos al servicio de esa abstracción que representa el poder de la civilización: el dinero”.

Como vemos, la usura es el motor y el combustible de nuestro sistema social. Y, puesto que el objeto de este artículo es demostrar las similitudes entre la política (en el sentido etimológico del término) clásica y la musulmana, replicaremos a este hecho con una cita de La Política de Aristóteles (I, 1258b): “Muy razonablemente es aborrecida la usura, porque, en ella, la ganancia procede del mismo dinero, y no de aquello para lo que este se inventó”.

¿Cuál ha de ser nuestra alternativa a la usura como cimiento de la sociedad? La virtud, areté, futuwwah… en definitiva, el perfeccionamiento de las nobles cualidades de carácter. Esa base, introducida mediante el sometimiento a Allah y la taqwa, permite que lo que puede parecer utópico se convierta en real. De ello dan buena fe más de mil años de gobierno musulmán en el mundo.

Islam, mediante la taqwa y el perfeccionamiento de las nobles cualidades, permite poner en funcionamiento una sociedad casi ácrata que no necesita de fuerzas de coacción de ningún tipo. La república (en el sentido latino de res publica, ‘cosa pública’, que traduce el término griego politeia) que plantea Islam es la alternativa al modelo globalizado, debe resultarle familiar a Europa. Entre otras cosas, porque, como la constitución espartana de Licurgo, aúna lo mejor de los tres sistemas de gobierno. Polibio, bebiendo de Aristóteles y Tucídides, lo plantea así (VI, 4: 5 y ss.): “La mayoría de los que quieren instruirnos acerca del tema de las constituciones sostiene la existencia de tres tipos: realeza, aristocracia y democracia. Pero creo que sería muy indicado preguntarles si nos proponen estas constituciones como las únicas posibles o bien, ¡por Zeus!, solamente como las mejores. Me parece que en ambos casos yerran. En efecto, es evidente que debemos considerar como óptima la constitución que se integre de las tres características citadas”.

Frente a la oclocracia actual, una democracia ejercida mediante bayá y asabiya que vela porque el gobierno se rija por las nobles cualidades, actuando si es necesario mediante una toma transparente del poder, establecida sobre un pueblo que tiene asimilada la virtud como motor social.

Frente a la oligarquía financiera, una aristocracia que lo sea en su sentido original (aristoi, ‘los mejores’), formada por los más distinguidos en la virtud, que se ocupe de aconsejar al gobernante y de establecer una tensión dinámica con él.

Frente al imperio tiránico de la usura y los gobernantes-títere, la monarquía, en su significado puro, ejercida por un emir recto.

Hasta ahora, nos hemos ocupado del gobierno, que en términos modernos llamaríamos “poder ejecutivo”. ¿Qué ocurre con el “poder legislativo”? En Islam no existe. La ley viene de Allah. La alternativa es que proceda del nihilismo y de la pura conveniencia. En La República, Platón lo expresa de este modo (II, 358e-359a): “Es por naturaleza bueno el cometer injusticias, malo el padecerlas, y lo malo de padecer injusticias supera en mucho a lo bueno de cometerlas. Cuando los hombres cometen y padecen injusticias entre sí y experimentan ambas situaciones, aquellos que no pueden evitar una y elegir la otra juzgan ventajoso concertar acuerdos entre unos hombres y otros para no cometer injusticias ni sufrirlas. Y, a partir de ahí, se comienzan a implantar leyes […]. Y este es el origen de la justicia, algo intermedio entre lo mejor –que sería cometer injusticias impunemente– y lo peor –no poder desquitarse cuando se padece injusticia”. Es decir, en Islam prevalece la fýsis (‘ley natural’) frente al nómos (‘ley positiva’). El caso paradigmático del conflicto entre ambas es la Antígona de Sófocles.

Con este breve resumen queremos poner en evidencia que Islam, tras un análisis crítico, se revela como lo que es: la manera más natural y acorde con la condición humana de regular la vida en cada uno de sus aspectos. Y nuestros padres en el pensamiento, desgraciadamente tergiversados, concuerdan en su análisis con él. En definitiva, el Islam no es el enemigo de la cultura occidental. Al contrario, es su única esperanza de salvación para poder ser restaurada en la pureza original de sus términos.

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