La maestra

La Maestra
La maestra

Nació en Córdoba pero se trasladó a Sevilla para casarse con un hombre justo que pronto enfermaría gravemente, al que cuidó feliz y abnegadamente durante veinticuatro años hasta que éste murió. Ella se ganaba la vida cosiendo pero pronto tuvo que dejar de hacerlo a causa de una lesión en los dedos. Sin embargo, lejos de desanimarse, pensó que aquello era una señal para que abrazara la pobreza como forma de vida y subsistiera con los donativos y restos de comida que los demás le donaban por caridad. Cuando pasaba hambre y no tenía nada que comer ella permanecía sin embargo alegre y agradecida a Dios por mantenerla en las mismas circunstancias en la que Él había sometido a sus profetas y santos. Solía decir: “ Señor: ¿Cómo puedo yo merecer esta gran posición en la que me tratas como tratas a los que amas?

Uno de sus principales discípulos la conoció nonagenaria, pero a pesar de su avanzada edad él la describía así:

“La esperé con toda mi alma durante muchos años; en aquella época ella tenía noventa y cinco años. Sin embargo debido a la delicadeza y frescura de su rostro, sentía pudor en mirarla a su rostro. La mayoría de la gente que la veía pensaba que tenía cuarenta años… Sólo se alimentaba de los restos que la gente dejaba en su puerta, pero a pesar de ser tan mayor y comer tan poco ella tenía el rostro suave y rosado. Observándola de modo superficial se podría creer que era una simplona, a lo que ella hubiera replicado que aquel que cree que sabe algo, a parte de su Señor, es el verdadero tonto. Ella era claramente una misericordia para este mundo”.

Ella siempre tenía una actitud muy cariñosa hacia este discípulo, el cual se refería a la maestra como su madre. Ella solía decirme: “yo soy tu madre espiritual y la luz de tu madre terrenal. Cuando mi madre vino a visitarla, la maestra le dijo: ¡Oh luz, este es mi hijo, y él es tu padre, por lo que trátalo con respeto filial y no lo desagrades!”.

La maestra tenía un gran respeto por sus discípulos y prefería su compañía a la de las personas de su época que también la visitaban. Su discípulo continua narrando:

“Ella decía de mi: ‘No he visto a nadie como este individuo; viene a visitarme con su ser pleno y cuando se va, parte con su ser completo; no deja junto a mi ningún residuo de su ser…De los que vienen a visitarme él es mi preferido. El resto venís sólo con parte de vosotros mismos, dejando la otra parte ocupada con otras preocupaciones, mientras que él es un consuelo para mi ya que viene a verme con todo su ser. Cuando se levanta se levanta con todo su ser, y cuando se sienta se sienta con todo su ser, no dejando nada de sí mismo en otros lugares. Así es cómo debemos estar en el camino del conocimient’”.

Su preferido y dos de los compañeros de éste construyeron una choza de cañas para ella en la que vivió hasta su fallecimiento.

Según su discípulo la devoción de esta mujer era intachable y “Aunque Dios le ofreciera Su Reino ella lo rechazaría diciendo que Él era todo lo que necesitaba y el resto era poco adecuado para ella”. Su estado gnóstico era tal que se le escuchaba decir: “Me sorprende que la gente que dice amar a Dios, Exaltado sea, todavía no se regocijen en Èl, ya que por medio de Él pueden observarlo todo, y aunque sea en un abrir y cerrar de ojos, su omnisciente atención y conexión no se retira de ellos. ¿Cómo pueden estos hombres profesar amor a Dios y aun así llorar de tristeza?”

Le gustaba mucho tocar la pandereta. Cuando le preguntaron a cerca de esto ella respondió: “Yo estoy feliz en Él que se ha vuelto hacia mi para hacerme una de Sus Amigos, usándome para Sus propios propósitos. ¿Quién soy yo para que me elija entre los hombres? Él es celoso de mi, y cuando yo negligentemente me vuelvo a algo distinto de Él, me envía una aflicción relacionada con esa cosa”.

Cuenta este querido discípulo suyo que la maestra obraba milagros a causa de su estado de proximidad a Dios.

“Un día le construí una cabaña de paja para que ella hiciera sus oraciones. Esa misma noche el aceite de su lámpara se acabó, algo que nunca le había sucedido antes. Nunca había sabido cuál era su secreto respecto a eso. Ella se levantó para abrir la puerta y pedirme que le trajera más aceite, y en la oscuridad por accidente metió la mano en un cubo de agua que tenía a sus pies. Hizo una exclamación e inmediatamente el agua se transformó en aceite. Ella entonces cogió un a jarra y la llenó con ese aceite, encendió la lámpara y volvió atrás para ver de dónde provenía el aceite. Cuando vio que no había aceite alguno sino un cubo de agua, se dio cuanta de que aquello había sido una provisión de Dios”.

Esta extraordinaria mujer era Fátima bint ibn al-Muthanna, más conocida como Fátima de Córdoba, por haber nacido en esa ciudad. Vivió en Sevilla en el siglo XII y su principal discípulo fue Ibn al Arabi, quien la consideró siempre como su principal maestra en la vía espiritual. Ibn al Arabi, por sus importantes aportaciones en muchos de los campos de las diferentes ciencias religiosas islámicas, fue conocido como el Vivificador de la Religión, y es hoy considerado en todo el mundo como uno de los mayores maestros sufíes de la historia.

Dedico este artículo a las mujeres musulmanas en el Día de la Mujer, víctimas principales del odio extremista religioso en todo el mundo.

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