La internacionalización del conflicto Sirio

La internacionalización del conflicto Sirio

La guerra civil es una de las peores calamidades que puede ocurrirle a una nación. Crea una herida tan profunda que casi setenta y cinco años después todavía no ha cicatrizado en España. Las recientes acusaciones de un partido y de otro respecto a la legalidad de exhibir banderas y la legitimidad de las mismas son una prueba de las divisiones ideológicas todavía existente en este país.

La guerra civil, que desde hace dos años y medio tiene lugar en Siria, no está siendo menos cruenta de lo que fue la de aquí entre el 36 y el 39. La internacionalización del conflicto hace difícil discriminar entre la legitimidad de ambos bandos.

En un principio todo indicaba a una revuelta de la mayoría de musulmanes contra el régimen Alawita que gobernaba de forma minoritaria y dictatorial. No era difícil posicionarse ideológicamente puesto que lo que los primeros demandaban era la posibilidad de vivir de acuerdo a sus creencias sin ser perseguidos por ello, y por tanto hacían frente a un régimen comparable al de los tiempos de la post guerra en España. La dura represión del poder dominante hizo que la mayoría de la opinión pública estuviese en su contra.

El estiramiento más allá de lo que hubiesen permitido  los recursos del país a uno y otro bando, gracias a los apoyos internacionales que ambos se forjaron, ha llevado a una internacionalización del conflicto y que, al haber más intereses y políticas envueltas que las puramente autóctonas, se haya hecho muy difícil identificarse con unos u otros.

Por un lado, aquellos que apoyaban la revuelta de los musulmanes han visto como estos han sido secuestrados por los intereses supranacionales de mayores potencias que les han comprado a base de ayudas y armamento haciendo de su motivo inicial algo secundario a las ideas de nación-estado occidentales y los ideales de democracia y mercado libre.

Por otro lado y casi por defecto, el tiránico régimen de Al Assad ha asumido el papel de resistencia contra las políticas imperialistas de los Estados Unidos, secundadas por Occidentes y a todas luces inspiradas por Israel. Y se ha unido, o más bien ha afianzado de esta manera sus alianzas con Rusia, China e Irán. Cualquiera de estos países, estudiados por separado, produciría una sensación de rechazo igual que la que producen las políticas imperialistas de los EE. UU., pero, cuando tomados como un conjunto, se perfilan como los únicos competidores serios a estos y se convierten en los recibidores de la simpatía de todos aquellos individuos que no están de acuerdo con las políticas de EE. UU. y Occidente (principalmente Europa, aunque esta carezca de una voz unánime).

El reciente anuncio de la Casa Blanca de llevar a cabo acciones bélicas contra el régimen Sirio por el supuesto uso por parte de este de armas químicas no hace sino afianzar lo previamente descrito. Sea verdad o mentira el uso de este tipo de armamento tan cruel, hayan sido unos u otros (Al Assad como arma terrible o su oposición para despertar el rechazo de Occidente y así obligarle a actuar) ya casi no importa, puesto que es el detonante que muchos estaban esperando para que su partidismo tuviese une repercusión física.

A Estados Unidos le interesa la inestabilidad en Oriente Medio para encarecer los precios del crudo y así fortalecer su economía. También tiene que demostrar de alguna manera que, sin ser para nada el más indicado para enarbolar la bandera en contra del armamento químico y nuclear (Hiroshima, Nagasaki, “Agente Naranja”) aún es el campeón de Occidente. Eso sin hablar de la presión de Israel y de lo que algunos dicen que es el comienzo de una guerra contra Irán.

La ONU, una vez  más, ha demostrado ser un fracaso ya que nadie escucha lo que dice ni tiene en cuenta sus resoluciones.

Mientras Rusia dice que sería un grave error la incursión militar de los EE. UU. y, aunque dice que no va a intervenir, se siente un clima parecido al de la Guerra Fría, aunque en este caso Rusia no es la potencia débil. China e Iran apoyan a Siria por sus propios intereses geopolíticos en la región y ven a los EE. UU. como extraños en una tierra, Asia, que les pertenece.

Con todo esto sobre la mesa es difícil tomar una posición, y quizás lo más sensato sea no hacerlo. Al fin y al cabo en este momento ninguna parte representa los interese de la población musulmana que son los que están sufriendo las consecuencias de este conflicto.

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