La identidad europea en tiempo de crisis

Estambul es el centro neurálgico de la frontera europea y esto se siente de la forma más penetrante. El Bósforo, con sus míticas aguas y corrientes místicas, atraviesa la ciudad. En una orilla Asia y en la otra Europa; ambas orgullosas de su historia milenaria. Lo que en su día fue el centro cultural y político del Imperio Otomano es ahora el centro cultural e intelectual de la República de Turquía; un estado que hoy en día se encuentra constantemente flotando en el Bósforo,  arrastrado por oriente y occidente.

El revuelo que ha roto, muy levemente, la pantalla habitual de normalidad que cubre las profundas corrientes de conflicto, ha demostrado una vez más la situación de Estambul como un espacio en la frontera europea, como el microcosmos del macrocosmos turco. Han quedado expuestas sus aspiraciones tradicionales de inclusión en la Unión Europea y, en este sentido, su intento de abrazar la ‘identidad europea’, mientras inexorablemente se ve arrastrado hacia el este, hacia un mar de riqueza e Islam.

Los manifestantes acampados en la plaza Taksim de Estambul personifican los ideales esquizofrénicos de una idea nueva y frustrada de la Unión Europea, una imagen que es el reflejo deformado del proyecto europeo de la UE. La ideología que se utilizó para crear la República de Turquía, y como consecuencia para arrasar la historia Otomana, echa más leña al fuego de este ideal de lo europeo, al menos en un sentido puramente estético. La difusión de cuestiones periféricas a corrientes mucho más profundas, que mantienen a la población en constante tensión, ha logrado ahondar a través del tema de los árboles y el alcohol hasta la verdadera identidad del país. De la mano de este conflicto de identidad viene el resurgimiento del conflicto político entre una vieja guardia, que se ha visto cada vez más a la defensiva,  contra el auge de las nuevas riquezas y el poder político que ha surgido en los últimos diez años de gobierno del AKP, y que se presenta como un competidor legítimo.

La importancia de la catarsis que tiene lugar hoy en Turquía no está en la forma que ha tomado, sino más bien en la interpretación del evento por los medios de comunicación europeos y occidentales. La portada de ‘The Economist’ del pasado 8 de junio, captura la esencia de la crisis de identidad europea. La imagen del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, representado como un sultán oriental, resume la necesidad de alteridad que la identidad europea actual necesita para definirse a sí misma.

A pesar de que las protestas en Turquía son, en cierta medida, una reacción juvenil a una forma paternalista de islamismo político, la situación es más profunda y afecta a todos los aspectos de la historia del país.

À Paris:

Desde los acontecimientos que están teniendo lugar en la frontera europea nos trasladamos a una ciudad de la que podría decirse que es el corazón cultural del continente. El 21 de mayo, el famoso nacionalista franco-europeo que, a pesar de tener un pasado extremista, había sido adoptado por Francia como un historiador de renombre y principal defensor de la identidad europea, se pegó un tiro en la Catedral de Notre Dame en París. Dominique Venner, con este espectacular acto nihilista, al más digno estilo de la pluma de Dostoievski, nos revela la crisis de identidad europea en su forma actual.

En la última entrada de su blog, titulada La manif du 26 am et Heidegger, Venner comienza abordando la reciente decisión en Francia de abrir el matrimonio “a todos”, por así decirlo. De la cuestión de la legislación que universaliza el matrimonio, Venner afirma que la oposición a este tema es el único punto en común entre lo que él llama la tradición europea y su idea del Islam. Venner pasa después a referirse a un bloguero argelino desconocido que había dicho que el tema de la legislación del matrimonio gay no tenía ninguna importancia, ya que, según dicho bloguero, Francia se convertiría en un estado islámico en quince años y la ley sería derogada.

Aunque los medios de comunicación describen el suicidio de Venner como provocado por la legalización del matrimonio universal, el motivo principal, como describió el propio Venner, fue el asunto de lo europeo en contraposición al Islam. Su entrada en el blog continúa pidiendo algo más que gentilles manifestations y la reconquista de la identidad histórica de Francia y Europa. Después de señalar la urgencia del dramático cambio demográfico en la población de Francia, le recuerda al lector la Heiddegariana inmediatez existencial del Ser. Según Venner sólo se tiene una vida para actuar contra la erosión de lo europeo y el cambio de tonalidad de la población. Tras este exaltado llamamiento a las armas, esa misma tarde salió de su casa hacia la majestuosa catedral parisina y acabó con su propio Ser.

Este acontecimiento es un conmovedor momento de quietud que revela la crisis extrema a la que Europa se enfrenta al tratar de asimilar el cambio histórico y el proceso,  nada romántico, de la integración política y económica de Europa. Dominique Venner creía tanto en su causa que le entregó lo que él consideraba su máxima expresión. Es igualmente conmovedor recordar que la concepción de Heidegger de Sein o Ser, como Shaij Umar Vadillo señaló una vez, está muy cerca de la idea de la existencia en el Islam, y las afirmaciones ontológicas germánicas de Heidegger reflejan la Shahada del Islam.

El problema de una nueva Cruzada

Actualmente Europa se encuentra en una constricción económica que es el resultado del proceso de integración europeo. Esta constricción ha dado lugar a la disolución política de lo que antes eran entidades nacionales y estructuras robustas. Desde la disolución política del estado-nación en lo que todavía viene siendo, principalmente, una unión económica europea, la idea de lo europeo ha sido secuestrada por simples intentos de universalismo. En otras palabras, bajo la presión de la crisis económica a la que los países europeos se enfrentan, la única idea que brota de Bruselas acerca de la idea de lo europeo es la del más bajo denominador común.

El proyecto de la Unión Europea carece de ideología, un problema que ha sido reconocido desde dentro además de por los equipos de académicos reclutados para añadir el lubricante intelectual a la máquina económica. Pero la realidad de los efectos que el proceso de integración tiene en los pueblos del continente, echa en falta una causa lo suficientemente alta como para resistir el sacrificio necesario y que este se haga de buena gana. Eurovisión no es suficiente.

La fuente de presión principal sobre los pueblos de Europa, y que ha producido una crisis de identidad, radica en la paradoja de la integración. La historia moderna de Europa ha sido construida sobre unas bases firmemente nacionalistas. Fue sobre la forma hibrida de nacionalismo moderno de nación-estado donde se libraron las dos guerras civiles europeas (la Primera y la Segunda Guerra Mundial). La UE, como un proyecto puramente tecnocrático, necesita de estas ideologías nacionalistas y edificios políticos para disolverse en una conceptualización, todavía indefinida y post-moderna, de estado y soberanía.

La crisis de deuda soberana que ha sacudido el continente es, en cierto modo, la crisis de cada estado individualmente, pero al mismo tiempo es el resultado inevitable de la visión tecnocrática de integración según el método de Monnet. Por lo tanto, la presión sobre los estados en particular, como pueden ser Francia o España, para reconciliar su identidad nacional con la idea de europeidad bajo dificultades económicas, se ha edificado de forma defectuosa. Lo que en algunos países ha resultado en una positiva reevaluación de la identidad nacional, en muchos otros se ha quedado en una simple delimitación de europeidad que se enfrenta a un Islam imaginado.

Por tanto tenemos una situación en la que la raíz de la cuestión de la identidad europea ha sido ignorada en favor de una versión post-moderna de las Cruzadas. Europa está en cambio, sus poblaciones están cambiando. Muchos de los nuevos pueblos del continente son musulmanes y, en consecuencia, esta hipersensibilidad es normal hasta cierto punto. Sin embargo debemos recordar que vivimos en una época que estableció sus bases en lo europeo. Lo que realmente no es europeo es un sentimiento de liberalismo falso o un sencillo racismo. La identidad de Europa no se puede encontrar en Bruselas, y solo se encontrará como la cultura debe ser encontrada, como algo de belleza y del corazón. El Islam no es un enemigo para la cultura europea, y siempre ha sido su reflejo, no el filo de la espada que la limita.

Monnet y De Gaulle

La Unión Europea que surgió del Tratado de París es el resultado de uno de los dos puntos de vista sobre la cuestión de la Europa de posguerra, que dominaban en el momento de su firma en 1951. Europa se enfrentaba a la devastación que dejó tras de sí la Guerra Civil, y dos aspectos fundamentales en la forma de avanzar tomaron como eje de gravitación los esfuerzos de reconstrucción. El primero fue la forma en la que la Europa de posguerra se podría establecer, de forma que fuese imposible repetir aquellas guerras. El segundo fue la forma económica que esta nueva disposición había de tomar.

La creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero en 1951 generó una interdependencia industrial simbiótica entre Francia y Alemania; esta relación se vio como el medio para que los dos rivales históricos enterraran el hacha de guerra en pos de la economía. Al mismo tiempo, este acuerdo embrionario tenía el potencial de crecer y convertirse en, o bien la visión federalista de Jean Monnet, o la visión de una `Europa des patries’ de Charles de Gaulle.

En medio del cambio tectónico del poder occidental, que se alejaba de Europa y caía en manos de una América a la espera y relativamente advenediza, pueden establecerse paralelismos entre la cuestión europea después de la Guerra Civil y la cuestión americana que precedió a su propio fratricidio. Por un lado se encuentra De Gaulle, que hizo hincapié en la necesidad de que el estado-nación permaneciese como el ente nuclear de una Europa interdependiente, pero intrínsecamente dinámica, que debía ser construida a semejanza del modelo de Jefferson, que contemplaba una América hecha de estados independientes. Jean Monnet, un compatriota de De Gaulle con fuertes lazos con América, presionó, al igual que Hamilton,  por unos “Estados Unidos de Europa” que reflejaran el federalismo económico y político de la triunfal América.

En el centro de la divergencia entre los dos puntos de vista, el de De Gaulle y el de Monnet, estaba la cuestión de la soberanía frente a la integración económica. Y si bien las opiniones de Monnet, a pesar de estar detrás del Plan Schuman, se dieron de bruces en la época de De Gaulle, su “método” fue la base del proyecto europeo que nos ha llevado al momento de crisis en el que hoy nos encontramos.

El ‘Déficit Democrático’

Describamos el método Monnet: es, ante todo, el resultado de un enfoque lineal y universalista de la política. En este sentido se pretende crear una esfera tecnocrática fuera de los tradicionales estados-nación, cuyo resultado será la creación de una Europa políticamente universal mediante el uso de levas económicas como la base del poder, los insípidos y políticamente castrados miembros de un Parlamento Europeo en Bruselas y el Banco Central Europeo, conspicuamente localizado en el Frankfurt alemán. La integración, de acuerdo con este enfoque, requiere la fusión de los estados europeos en una definición mercurial de la Unión Europea. La cuestión de cómo sucedería esto se dejó deliberadamente al pragmatismo y sigue siendo una obra sin terminar. Al mismo tiempo, el método se basa en la cooperación franco-alemana como el ‘látigo’ para propiciar que el proceso de integración se haga de forma plausible y gradual.

Aquí está el problema, la contradicción inherente, también conocida como el “déficit democrático”: si Europa ha de integrarse políticamente como un sueño tecnocrático con riendas económicas, los estados europeos tendrán que estar de acuerdo a renunciar a la base de su soberanía y la legitimidad sobre la que se construyen. Para que la UE se integrase con éxito, el mapa del continente debería desaparecer.

En la crisis de la deuda soberana europea los parlamentos de los estados europeos han tenido que responder ante Bruselas, a pesar de que implicaba ir en contra de la voluntad de su pueblo y los intereses inmediatos de los estados. No queda ni rastro de la idea griega y chipriota de Enosis sobre la que se basa su historia. Aquí vemos el mérito de las objeciones de De Gaulle respecto a la visión de Monnet, que es en realidad unos Estados Unidos de Europa, pero sin la noción de un Destino Manifiesto.

La crisis europea, de la que Chipre es parte, es la manifestación de la cuestión de la legitimidad que surge a través de los intentos del poder para hacer una transición del estado-nación a la esfera supranacional de la UE. Los problemas económicos de Chipre son el resultado de la expansión del poder político y económico de la UE, en detrimento del poder de los estados individuales. La crisis de legitimidad que los acontecimientos en Europa han puesto de relieve, es un tema sobre el que la viabilidad de la UE como proyecto tecnocrático se balancea.

Esta cuestión sobre la legitimidad es muy importante, ya que requiere su reformulación a partir de los estados-nación en ese megalito Europeo. El hecho de que ninguna ideología o reformulación de la legitimidad haya sido capaz de actuar como fundamento y bálsamo político para hacer frente a la brecha escindida entre población y políticos durante la crisis, significa que la propia viabilidad de la UE está en cuestión.

No hay un ‘déficit democrático’, sino una grave crisis de legitimidad en un sentido puramente político. Esta crisis no es solo la crisis de Europa, sino la crisis de nuestra época.

Parvez Shaikh, Estambul

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