La fe de Van Gogh

La fe de Van Gogh

Abdalbasir Ojembarrena

Ciudad de Cabo

Y todo lo que para vosotros ha producido en la Tierra con distintos colores; verdaderamente en ello hay un signo para la gente que recapacita.

Sura de la Abeja 16:13.

Vincent Van Gogh es un pintor cuyos escritos y cuadros expresan la conciencia de Dios.

En septiembre de 1875 –cuando trabaja en la galería Gourpil  de París y no sabe todavía que su destino es ser pintor y no marchante de cuadros− le escribe a su hermano:

“El sentimiento puro y delicado que despierta en nosotros la belleza de la Naturaleza no es lo mismo que el sentimiento religioso, aunque existe entre ambos una especie de inteligencia. Casi todos poseemos el sentimiento de la naturaleza, pero son pocos los que sienten que Dios es espíritu y que deben adorarle en espíritu y en verdad”.

Un año más tarde abandona la galería Gourpil y se pone a trabajar en la Blusse and Van Braam Library de Dordrecht. Pasa sus horas libres estudiando la Biblia y haciendo dibujos con los que cubre las paredes de su cuarto. Escribe en esta época:

“Lo que llamamos nuestra conciencia es el hecho de que Dios nos ve. Es la prueba y la certeza de que no está lejos de nosotros; de que es como una sombra a nuestro lado; de que nos protege del mal, porque de Él nos viene la luz en medio de la oscuridad del mundo y de la vida. Si tenemos la impresión de que un ojo nos mira, es bueno que elevemos nuestra mirada hacia los cielos, como si pudiéramos percibir en ellos lo invisible”.

En 1877, Van Gogh se traslada a Ámsterdam para preparar su examen de ingreso en la Universidad y llegar a graduarse en Teología, lo que le permitirá ser pastor de almas.  Su voluntad y su entusiasmo son considerables, sin embargo fracasará en sus estudios, pues no es capaz de ver la relación que hay entre el aprendizaje de Latín y Griego y la labor del cuidado de las almas. De nuevo, llena su mesa de papeles en los que se aprietan una tras otra las citas de la Biblia, y cubre las paredes con sus dibujos y litografías de cuadros que ama.  Sobre uno de estos cuadros, una obra de J. Maris, dice:

“Se podría escribir al pie de este cuadro lo siguiente: Un pobre hombre en el Reino de Dios”.

El fracaso en sus estudios no le desanima y decide, durante el verano de 1878, trasladarse por su propia cuenta a la región minera de Mons, con  el objeto de enseñar la Biblia a los mineros y ayudar en lo que pueda a los pobres y a los enfermos. Al cabo de unos pocos meses, las autoridades religiosas le conceden permiso para ejercer de pastor en Wasms; pero el permiso dura muy poco porque Van Gogh, viendo la poca ayuda que proporcionan los sermones, se dedica a ayudar directamente a los pobres y enfermos con su propia ropa y comida; una generosidad que sus superiores ven con tanto desagrado que acaban destituyéndolo.

Solo, sin dinero y sin trabajo, se dedica a dibujar a tiempo completo. Lee también  las obras de Shakespeare, de Dickens, de Michelet. Escribe por entonces en una carta lo siguiente:

“Hay algo de Rembrandt en Shakespeare, algo de Correge en Michelet, algo de Delacroix en Víctor Hugo, algo de Rembrandt en el Evangelio y algo del Evangelio en Rembrandt […] Me inclino a pensar que la mejor manera de conocer a Dios es amar. Cuando amas a un amigo, cuando amas algo –lo que quieras− tomas un camino que te llevará a conocerlo mejor; sobre todo si amas con una simpatía interna elevada y seria. Es también un camino que te llevará a Dios y a una fe inquebrantable. Por ejemplo, si alguien ama a Rembrandt profundamente, llegará a conocer que hay un Dios y creerá”.

Entre 1878  y 1882 Van Gogh se traslada a Wasmes, luego a Bruselas, más tarde a Tournai, seguidamente a Etten, a Ámsterdam, y finalmente a La Haya, donde se quedará unos años y donde decide entregarse a la pintura en cuerpo entero. Dedicará los diez años que le quedan de vida a dibujar y a pintar sin descanso; vivirá siempre muy pobremente, sin llegar a vender su obra y dependiendo para todos sus gastos de su hermano Theo, a quien entrega los trabajos por los que doscientos años después se pagarán millones.

En la Haya –después de que la mujer de su vida se niega a casarse con él− se une a otra mujer, Christine, una prostituta con dos hijos pequeños, a quien acoge y con la que forma durante poco más de un año el único hogar que llegará a tener. Escribe a su hermano desde este hogar una carta en la que le dice:

“A veces, para encontrar algo grande, algo infinito, algo que revela la presencia de Dios, no necesitas ir muy lejos. Basta mirar en los ojos de un niño que se despierta por la mañana. Hay algo inmenso, profundo y más grande que el océano en los ojos de un niño que se despierta por la mañana y que grita de alegría porque la luz del sol inunda su cuna […] La mejor manera de conocer a Dios es amar mucho. La diferencia entre una persona que ama y otra que no ama es la misma que existe entre una lámpara encendida y una apagada. Se trata de la misma lámpara, pero la que está encendida añade luz a su presencia y cumple con la función para la que ha sido creada. Querer a un amigo, a una persona, una cosa, lo que se quiera, es el mejor camino para conocerla […] En cuanto al artista, la cuestión es captar en lo pasajero lo que no es pasajero, y una de las cosas que nunca pasará es la fe en Dios. Sólo las formas están sujetas a cambio; como el verde en la primavera. Nos rodea la poesía divina, aunque es más difícil transcribirla al papel que verla”.

Después de La Haya, los dos años que pasa en Nuenen, en la casa de sus padres (1884-5), son prolíficos: alrededor de ciento ochenta cuadros y doscientos cuarenta dibujos. El año 1886, se traslada a París, donde permanece hasta 1888 y donde pinta doscientos cuadros y conoce a Monet, Gauguin, Pissarro, quienes le ayudan a descubrir el lado colorista de la paleta y sobre todo la importancia de la luz. En 1888, se muda precisamente a Arles, en el sur de Francia, en busca de la luz.  Pintará en Arles sus primeras obras maestras.  Escribe:

“Si alguien llegara a amar a Rembrandt, descubriría a Dios en este artista y creería […] Quien comprenda lo que dicen los grandes artistas en sus obras maestras,  encontrará a Dios en ellas”.

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