La fabricación de una realidad orwelliana

En el mundo hay grupos que concentran muchísima capacidad de control sobre la riqueza e influencia sobre distintas instancias de poder y decisión, y están dispuestos a todo con tal de que las cosas sigan así y se mantenga el servilismo y la ignorancia de las mayorías, por más que esto signifique mantener un rumbo de colisión que lleva al mundo al despeñadero, pues una modificación de las conciencias -que podría estar ocurriendo a su pesar- pondría en peligro su posición y privilegios. De esa manera estarían dispuestos incluso a provocar directa o indirectamente –por su mano o la de sus creaciones frankensteinianas- ruines atentados que buscan crear efectos o reacciones favorables a su agenda geopolítica, ¡y esto lo hemos visto tantas veces! Por ejemplo, ISIS es la creación de los servicios secretos de al menos dos países -y no es muy difícil saber cuáles son-, aunque a eso contribuyó la confluencia de varios factores. Entre ellos, el primero es la creación a finales del siglo XVIII de una ideología, el wahabismo, que desvirtuaría al Islam que se había reconocido como tal durante más de once siglos y que se correspondía con las enseñanzas del Corán y del Profeta Muhámmad, la paz y las bendiciones sean con él. El segundo es la grave descomposición social ocurrida tanto en los países árabes como fuera de ellos, producto de la erosión que causa la mal llamada economía relacionada con la creación continua de deuda (llámese “dinero”) a través de los mecanismos de reserva fraccionaria (que permite a los bancos cobrar interés por un volumen de dinero prestado equivalente por lo menos a cincuenta veces el monto de lo que en realidad disponen), lo que ha erigido un sistema de acumulación e hiperconcentración de la capacidad de control sobre la riqueza que arruina a las sociedades, avocadas de ese modo a una pauperización continua y a una tensión que acaba socavando las bases sobre las que podría garantizarse su integridad, lo que implica la pérdida de la propiedad, el abandono de las zonas rurales y las actividades agrícolas; el hacinamiento y la miseria en las grandes ciudades, la reducción de los vínculos comunales y su sustitución por relaciones contractuales a plazo, y el quiebre de las familias. El tercer factor es la liberación para hordas lumpen adoctrinadas, surgidas de la unión de los dos factores anteriores, de enormes arsenales a partir de los bombardeos de Libia por parte de la OTAN, con la pretensión supuesta de que liberarían Siria del régimen de Assad. Pero sería ingenuo pensar que la sinarquía (‘gobierno de las corporaciones’) financiera, tal como acertadamente la llaman grupos anarquistas, van a transparentar cuáles son en realidad sus planes, intenciones y objetivos. En cambio, lo que estamos viendo a partir de los últimos eventos de París (y desde antes con el 11-S y 11-M), es la movilización uniforme y la puesta en campaña de los mass media, en su mayoría controlados por ellos. ¿Y qué dicen estos medios? No hay una guerra que dura ya treinta años en Oriente Medio, no hay cuatro millones de muertos en Afganistán y drones que a diario matan decenas de personas, no hay un continente africano incendiado por las guerras y el hambre, no hay control de sociedades por el narco y la distribución de estupefacientes, la expansión del alcoholismo, la proliferación de “familias monoparentales”, la prostitución y el analfabetismo funcional (aquel referido a las personas que saben leer pero no entienden lo que leen), no hay una crisis que ha dejado en el mundo a millones sin trabajo (aunque de quienes trabajan y les son cogidos los im-puestos ha salido un “rescate” billonario para los responsables que en lugar de rescatados deberían estar en las cárceles), no hay un cartel farmacéutico que engorda de vender venenos paliativos para enfermedades que no se curan sin cambiar nuestras desastrosas formas de vida, no hay un complejo industrial militar que echa panza con los conflictos que se multiplican por doquier y que tienen al mundo a la orilla de un abismo de conflagraciones de las que sobrevivirían nada más que los insectos. No hay nada de eso, y ¿qué hay? Hay ¡ISIS! ¡Y el mundo libre que es el resto! Este es el mantra de los medios, esta es la jaculatoria del Gran Hermano, un Gran Hermano que es mentiroso porque no es un hermano, no es un cercano, aunque se presente como tal; no nos trae la libertad ni la seguridad aunque nos diga lo contrario, y no nos trae buenas noticias aunque esconda sus malas noticias en el miedo. Para no hablar del anticristo, del falso mesías, del tuerto mentiroso, hablemos de las instalaciones maquínicas de un imperio mundial sin fronteras y sin centro, a excepción del mundo feliz y su periferia. Un mundo empero al que se le ha borrado la sonrisa porque la frenética carrera de los mercados en búsqueda de nichos se ha cebado con la gordura que aún quedaba en el mundo, en Europa y América. Y la periferia, o sea, los salvajes, se han mostrado como una nutrida reserva de elementos sugestionables, tanto en el escenario donde es probado el material de la industria bélica como a este lado de los televisores, donde habita en su mayoría una fauna desencantada y sin historia, y sin capacidad de hacerse preguntas. Con otras características quizás verían, tal vez recordarían, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial y cómo Hiroshima y Nagasaki y el paseado museo del holocausto evaporaron y quitaron de la vista lo que hicieron los “aliados” con cientos de miles de civiles alemanes. Sin embargo, ciegas, consumistas y crédulas, permanecerán las muchedumbres del mundo con la mirada en la “hiperrealidad” de ISIS, mientras la chusma de los humeantes países árabes seguirá alimentando las filas de las facciones que mantendrá el espectáculo del Gran Hermano. Entre tanto, estamos seguros, no cesarán de crecer las almas que despiertan, que sí se preguntan, que buscan, que quieren llegar. Para ellas no hay París que detenga sus caminos, y por éstas el mundo podrá llegar a ser otra cosa.

 

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