La era del terror

Martes 22 de marzo de 2016: otro espectáculo siniestro de destrucción y muerte en el aeropuerto y en la red del metro de Bruselas. Treinta y cinco muertos, tres de ellos terroristas suicidas. Otro atentado de diseño. ¿Motivo? Supuestamente en represalia contra las operaciones militares de la OTAN, cuya sede está en Bruselas, en los territorios conquistados por el EI en Oriente Próximo. Autores: dos hermanos que se volaron en pedazos en el aeropuerto y otro individuo, quien también se hizo volar en pedazos en el metro. Un cuarto detenido fue puesto en libertad por falta de pruebas y un quinto sospechoso (el hombre del sombrero), que se arrepintió en el último momento (no hizo explotar su cinturón explosivo y huyó), un joven francés de 26 años que regentaba un bar con su hermano, uno de los tres suicidas que se llevó por delante a muchas víctimas inocentes, según la versión oficial de los hechos. Delincuente habitual conocido por la policía, con antecedentes criminales por robo, tráfico de drogas y violencia, fue detenido después de una semana en una espectacular operación en el barrio de Molenbeek, y al parecer estaba implicado en los atentados de París de noviembre del 2015.

Bruselas es la quintaesencia del espíritu burgués, apacible y saciado de la Europa pudiente y acomodada. Bélgica produce una primera impresión -al menos a mí me la produjo en alguna visita lo suficientemente larga como para observar y reflexionar- de un enorme distanciamiento de la vida natural, rural y tradicional de los pueblos y de la tierra, algo que aún pervive en cierta medida, cada vez menos, en los países del sur de Europa y en los más pobres. La belga parece una sociedad anestesiada por la comodidad y en una etapa avanzada de decadencia, en el sentido jalduniano de las sociedades opulentas. El refinamiento de los famosos encajes de hilo de Bruselas, los finos chocolates, los elegantes restaurantes, las exquisitas tiendas de los más delicados objetos de decoración y regalo, mayormente superfluos, son tantas y tan altos los precios, que parecería que las necesidades primarias estuvieran todas completamente satisfechas para la mayoría de la gente. Manifestaciones menos elegantes de esa opulencia aletargada belga son los casos brutales de abuso y asesinato de niños, muy numerosos, la pedofilia casi institucionalizada (una buena parte de los escándalos vinculados a la Iglesia católica) y una cierta apatía, frialdad, soledad e indiferencia que se percibe en los belgas cuando uno llega de fuera.

La otra cosa que llama la atención en Bruselas es la presencia de los musulmanes. En las calles, en los centros comerciales, en el transporte público y en los cafés parece que la mitad de los habitantes de Bruselas fueran musulmanes. Curiosamente, esa percepción de una población musulmana mucho más numerosa de lo que realmente es está reflejada en algunas encuestas de opinión realizadas en muchos países europeos. Las cifras oficiales afirman que un cuarto de la población de la capital es musulmana. Muchos de ellos segunda y tercera generación de inmigrantes magrebíes, educados en Bélgica, que hablan francés como primera lengua y culturalmente integrados. La cifra exacta de los musulmanes de Bélgica varía según quién la publique. En Wikipedia se cita el 6% de la población, con un total de 650 000 musulmanes de una población total de unos 10,5 millones. Lo que sí es cierto es que Muhámmad es el nombre de varón más registrado entre los nuevos nacidos en los registros civiles de Bruselas y Amberes desde el año 2001. Por cierto, Muhámmad es también el primer nombre en Oslo. En lo que parecen coincidir los estudios e informes demográficos es en que el 50% de la población de Bruselas lleva camino de ser musulmana en muy pocos años. La comunidad musulmana es la que más crece.

Otra experiencia del que visita Bruselas, que contrasta con la proverbial frialdad de los belgas, es la cordialidad, hospitalidad y vitalidad de los musulmanes. El barrio de Molenbeek, muy cercano al centro de Bruselas, con unos 100 000 musulmanes, parece un barrio de Casablanca. Los restaurantes, las mezquitas y las costumbres magrebíes son bien patentes. La contribución innegable de los musulmanes a la economía y a la regeneración familiar y moral de las sociedades europeas, que son los rasgos más dominantes de las comunidades musulmanas, se pierden de vista por completo en el humo de las bombas, y sus voces de civismo y buena vecindad ya no se oyen con el estruendo de las noticias del terror y los discursos interminables de los comentaristas y expertos.

Las conspiraciones de los extremistas islámicos, la alta tasa de natalidad de las familias musulmanas y la amenaza de una invasión silenciosa de una religión extraña y ajena a la tradición europea son algunas de las paranoias, basadas como todas las paranoias, en imaginaciones y no en hechos reales, propagadas por los movimientos nacionalistas y populistas de extrema derecha en toda Europa. Seamos objetivos y no nos dejemos convencer por argumentos paranoicos. En primer lugar, la tradición religiosa y cultural autóctona y la homogeneidad cultural y racial son una fantasía en la sociedad globalizada del capitalismo del siglo XXI; no sólo en Europa, sino en todo el mundo.

Las nuevas ciudades de Europa -y en Bélgica eso se percibe con mucha más intensidad- están formadas por individuos mental y económicamente narcotizados por una sumisión dócil al sistema bancario, a los impuestos y a las instituciones, una esclavitud económica y espiritual que se sobrelleva con el savoir vivre de las buenas comidas, los hogares confortables, las vacaciones en destinos idílicos y una vida sin sobresaltos. La tradición cultural nacional y la identidad cristiana de Europa, que dicen querer salvaguardar los populistas en toda Europa, se perdieron irreparablemente hace muchas décadas, siglos quizá. Por otra parte, la presencia del Islam en Europa no es ni nueva ni foránea, pues hay países europeos enteros de mayoría musulmana al este del continente y otros cuantos, incluidos España y Portugal, en los que la creencia y la práctica del Islam forman parte de la historia e identidad nacional.

Y por lo que se refiere a los actos terroristas de individuos o grupos radicalizados que utilizan una bandera islamista, en primer lugar, son una minoría insignificante de la población musulmana y el peligro que representan está magnificado deliberadamente al incrustarlo en el discurso islamofóbico y paranoide, que no es ni realista ni objetivo. Puestos a ser objetivos, el número de víctimas causadas por el alcohol, la adicción a las drogas, el tabaco o los accidentes de carretera es en cualquier país europeo muchísimo mayor, y hace parecer a su lado la amenaza terrorista un fenómeno casi irrelevante. En segundo lugar, los individuos radicalizados, que se amparan para justificar sus despreciables crímenes en una supuesta ideología “islamista”, suelen proceder del hampa, del crimen organizado y del tráfico de drogas; muy a menudo son conocidos por la policía y otras veces son incluso sus confidentes o chivatos. Son individuos social y psíquicamente desequilibrados, resultado de la marginalidad y el desarraigo social de las barriadas obreras europeas, no de la enseñanza del Islam, y siempre están en la periferia de la mayoría trabajadora, honesta y productiva de la comunidad musulmana. En numerosos casos hay pruebas de que estos individuos marginales son instrumentalizados por organizaciones con medios técnicos y financieros, planificación y metodología sofisticados que no se corresponden con sus antecedentes marginales ni con sus currículos de delincuentes de poca monta.

Muchas figuras de reconocida autoridad y de conocimiento tradicional entre los musulmanes de Occidente han denunciado repetidamente, no sólo los crímenes terroristas y el suicidio como medio de lucha, completamente ajenos al Islam e ilícitos, sino también la instrumentalización de personas ignorantes, lo que permite ponerle nombre y apellido árabe a los actos terroristas.

Los yihadistas que se van a Siria y los conversos radicalizados son reales. El que esto escribe es un converso español que forma parte de la comunidad musulmana de España desde hace más de 35 años y que ha viajado mucho por Europa, y sólo se ha encontrado con ese yihadista fanático y peligroso en YouTube y en las pantallas de televisión. Las campañas de descrédito del Islam los presentan como la tendencia dominante o, al menos, peligrosamente pujante, lo cual es simplemente falso.

Es necesario admitir que hay  musulmanes (lo mismo se puede decir de otras comunidades de trabajadores de inmigrantes) que no se integran, no toman contacto con la realidad del entorno europeo al que pertenecen y no se hacen responsables, con todas sus consecuencias y con toda la riqueza de su propio legado y discernimiento, de la sociedad europea de la que, por voluntad propia (los que han emigrado) o por haber nacido en Europa (los hijos y nietos de emigrantes) forman parte. Es en ese terreno oscuro y peligroso del desarraigo donde aparecen la frustración, la amargura y el nihilismo que, en unos casos, deriva en el crimen y la droga y, en otros, puede ser terreno abonado para sembrar una ideología extremista.

El lavado de cerebro yihadista es una ideología que puede resultar excitante a personas que necesitan una causa por la que luchar y una experiencia límite, alternativa emocionante a una vida sin horizontes. ¿Con qué lógica se puede justificar una matanza indiscriminada de civiles inocentes? ¿Porque la sede de la OTAN está en la misma ciudad? Es absurdo, inmoral y completamente incoherente. ¿Qué culpa tienen los civiles asesinados? Los supuestos autores, empujados por una ideología adquirida por adoctrinamiento y lavado de cerebro (todas lo son), que ocurre en muy poco tiempo -al contrario de la educación y el conocimiento, que requieren perseverancia y mucho tiempo-, y traspasando los límites que una conciencia moral delinea en el pensamiento de cualquier ser humano más o menos equilibrado y cuerdo, están siendo utilizados para cometer actos de propaganda con objetivos mediáticos de máximo impacto.

Los grupos como el EI de Siria y Levante que han enarbolado las banderas de una doctrina intransigente y fanática son conocidos desde los primeros siglos de la comunidad musulmana como jariyitas (al-jawariŷ), los que se han salido del camino. El Profeta, que Allah le bendiga y le conceda paz, dijo:

“Lo que más temo por vosotros es un hombre que recita el Corán hasta que llegado un punto, se hacen manifiestos en él los signos de conocimiento y que acaba mostrándose apasionado por el Islam. Entonces descuartiza la verdad, cambia los significados (del Corán) tanto como Allah quiera, hasta el punto de que sale lanzando su espada contra su vecino, acusándole de infidelidad”.

El hadiz fue relatado por Baẓẓar y por Ibn Hibban y lo transmitió Al Bujary.

En los desastres naturales es sabido que la solidaridad y la generosidad espontáneas se desencadenan, convirtiendo de pronto a gente ordinaria en héroes de leyenda. Por el contrario, cuando se trata de actos de terrorismo nihilista, los buitres están al acecho para ensañarse en el odio y fomentar más violencia en base a los sentimientos de indignación, los instintos primarios de supervivencia y las viscerales ganas de venganza. Los movimientos populistas y de extrema derecha se están construyendo un futuro político sobre el ideario del odio y el miedo.

Estos atentados son manifestaciones de la época de la globalización y de las masas manipuladas por sofisticados medios de distorsión de la realidad, no son manifestaciones de la enseñanza ni de la práctica del Islam. El nuevo paradigma de control político global está basado en sembrar la confusión y el desconcierto en las mentes -espoleando dudas y miedos, desmantelando certezas- para evitar la rebelión y acallar la protesta, y utiliza una forma caótica de hacer la guerra, sin autoridad visible ni territorio, sin límites morales, ni honor, donde todo vale, donde el terror irracional e incoherente se fomenta en el cine, en los videojuegos y acecha en cualquier esquina. Por otra parte, la economía está estrictamente ordenada; el control de la riqueza, el expolio de los recursos naturales, meticulosamente controlados. Mientras el espectáculo distrae y aterroriza, los crímenes de la usura, el monopolio y el oligopolio siguen impunes.

El Profeta Muhámmad, que Allah le bendiga y le conceda paz a él y a su Familia y Compañeros, nos enseñó a buscar la tranquilidad de corazón en la invocación de Allah, la certeza en las buenas acciones y la protección de Allah en la recitación del Corán. En particular, las dos últimas suras –las protectoras-, en las que se suplica la protección de Allah contra la maldad de los hombres y de todas las criaturas.

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