La caja de las maravillas

televisionDicen que nuestro hogar es donde tenemos nuestro corazón. Hace un par de meses cumplí diez años desde que llegué a mi actual hogar: España. Ello me invita a la reflexión, después de pasar una década de mi vida en un periplo de alrededor de tres años por tres ciudades españolas muy distintas entre sí.

Ser musulmán en España entraña algún que otro desafío más que ser “un Englishman en Nueva York”. Se oye hablar mucho de los musulmanes últimamente en la televisión. Y digo se oye hablar porque no suelo ver la televisión, en parte, porque no dispongo de un televisor. Y eso que trabajo en un medio televisivo. De hecho, por una razón o por otra, nunca he tenido dicho dispositivo desde que empecé ese periplo.

No soy ninguna especie de Amish a la musulmana. No creo que el diablo anide entre los píxeles de las pantallas, Aunque sí tengo suficientes argumentos para creer que la televisión, y los medios de comunicación en general, son una espada de doble filo. Primero, porque generan en nosotros una falsa impresión de que estamos al control de la información que recibimos o, mejor dicho, que consumimos. Mientras que, en realidad, pocos televidentes son capaces de filtrar lo que les llega a través de las antenas y detectar las alteraciones que sufren algunas noticias.

Además, no hay que desestimar el poder de la imagen y, por ende, el de los editores que eligen las imagen para darle protagonismo a las noticias que les apetece a ellos, que no son necesariamente las que me interesan a mí. ¿Acaso no es una manipulación darles protagonismo a algunos hechos por encima de otros? Estas técnicas y prácticas, en ocasiones deliberadas, transmiten una visión sesgada de la realidad.

Antaño, al disponer de uno o dos canales tan solo, la televisión no tenía que fingir esta quimera ya que no ofrecía el abanico de opciones con el que contamos hoy. Pero hoy se ha tejido un entramado para hacernos vivir en la ficción de la libre elección. Esto es aplicable a muchos otros aspectos de nuestras vidas.

Tomemos como ejemplo los supermercados. Los productos que allí se venden no están colocados y presentados precisamente de manera que se favorezca nuestro ejercicio del libre albedrío. Lejos de ello, a través de las décadas de expansión de las grandes superficies y según han ido evolucionando las técnicas del arte milenario del marketing, se han desarrollado trucos para convencer al consumidor de que lo que le conviene comprar es una marca y no tanto la otra. Aunque al fin y al cabo, compres la que compres, tu dinero acaba en el mismo sitio.

Los trucos de los que hablamos son muchos y algunos son ya de manual. Colocar esa marca de la casa que genera más ganancias a una altura adecuada para que sea la más visible, rodearla de flechas, letreros, colores llamativos y verbos en imperativo para indicarla con más claridad si cabe o ponerle un precio de rebaja sabiendo que es sólo su descenso a su precio anterior después de una subida de precios… Todo ello y mucho más, para meter ese producto en tu cesta de la compra, hacer caja y despedirte con expresiones que ya suenan a ironía: «Gracias por elegirnos.»

De niño, en mi querida Tetuán, me hacía gracia cómo llamaban algunos al televisor: “ la caja de las maravillas ”, le decían. El paso del tiempo se ha encargado de aplastar la caja hasta convertirla en un plano del grosor de la alfombra que transportaba a Aladino a mundos imaginarios. Esencialmente, los cambios no terminan ahí. La industria de la televisión ha sufrido transformaciones fundamentales. Se puede hablar de un cambio de paradigma cuando, por ejemplo, el puesto de periodista, corresponsal o presentador ya no es el cargo vitalicio que era, salvo en algunas cadenas públicas que, al fin y al cabo, han mostrado su intención de acabar con ello a fuerza de EREs. Los periodistas investigadores con apariencia de académicos que se dedicaban a una temática determinada o a una región concreta del mundo han abierto paso a una nueva generación a la que se le exige una polivalencia exagerada que le impide conocer con profundidad cada detalle de los temas que trata.

Además, actualmente, la palabra clave es ese anglicismo de moda, el freelancer. Se trata de periodistas, redactores y corresponsales que prestan sus servicios a las cadenas por un período limitado. Y, más allá de las condiciones de trabajo pésimas y la legislación poco favorable vigente en España para los freelancers, tenemos que comprender que dichos profesionales, al igual que sus compañeros polivalentes, se dedican un día a cubrir un desahucio y, al día siguiente, a tratar una noticia acerca de una mezquita y sus conflictos vecinales que les llevan a hablar del Islam en términos poco afortunados. Por lo tanto, dada la diversidad de noticias que se ven obligados a contar y la disparidad de temas a analizar, son comprensibles las dudas que tenemos quienes cuestionamos su rigor informativo en temas tan sensibles. Se puede hablar de un periodismo especializado en vías de extinción, y una nueva generación de periodistas a la que se exige producir noticias y reportajes en tiempos record.

Dicen que la palabra insán, o ser humano en árabe, tiene algo que ver con el olvido (nisyán). Quizás sea verdad, puesto que muchos nos olvidamos de lo ingenuos que somos y tendemos a bajar la guardia rápidamente hasta rendirnos ante la tentación de mentirnos a nosotros mismos.

Si, como yo, ya formáis parte de ese éxodo de personas que dejan la televisión y se decantan por informarse online, es preciso que tengáis cuidados con los bulos que llenan la red cual campo de minas, así como con terminar engañados por la telaraña de logaritmos de los grandes buscadores y de esa nueva fuente de información que son las redes sociales. Que sirva de aviso para navegantes que,si bien “democratizan” la información, sus logaritmos pueden acabar leyendo tus pensamientos y tendencias y alimentándote con sus famosas “galletas” llamadas cookies, y así, suministrándote con la información que sueles consumir, que no es necesariamente la que necesitas.

Y es que una cuestión teológica que se plantea con frecuencia es si el ser humano posee la capacidad de elegir el camino a seguir o si ese libre albedrío, en realidad, sólo existe en su mente finita y defectuosa, mientras que el camino es quien elige al ser humano en medio del bosque de posibilidades que es el universo, siendo el hilo conductor de nuestras cortas vidas esa noción de la predestinación. Tanto la televisión como los supermercados me han ayudado a perder un poco la fe en eso del libre albedrío. Aunque no niego tal realidad, sí me niego a aceptar su divinización y su absolutismo. De hacerlo, me estaría mintiendo a mi mismo… Algo que hago cada vez que voy al super del barrio.

Fuente: http://www.cordobainternacional.com/la-caja-de-las-maravillas/

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