Kalat M’guna: el desierto de rosas

Kalat M’guna: el desierto de rosas

Partimos la madrugada del miércoles desde Granada, en las caras de los allí reunidos, a la espera del autobús, reinaba  más la expectativa contenida de lo que nos deparaba en el viaje que la somnolencia propia de aquellas horas. Éramos un grupo considerable, hombres y  mujeres, jóvenes y sabios en la vida, acompañados por dos grandes hombres de conocimiento, Shaij Muhammad Al Kassbi y Shaij Abdalhaqq Bewley, cuya presencia hacía que valiese la pena el trayecto de dos días de viaje que teníamos hasta nuestro destino: el moussem de Shaij Mourtada en Kalat M’guna, al sur de Marruecos. Era la primera  vez que asistía a este encuentro, y tan solo el recuerdo de haber visto un álbum de fotos que recogía algunos momentos del moussem anterior me daba una leve idea de la magnitud del acontecimiento al que nos dirigíamos, y como nosotros gente de muchos otros lugares del mundo recorrían su camino hacia el mismo lugar.

En el trayecto de ida pasamos la noche en Meknes, en la zawiyyah de Shaij Muhammad Ibn Al Habib, que Allah esté complacido con él. Llegamos sobre la hora de la oración de magrib; en grupo y a paso sosegado nos acercamos a la puerta de la zawiyyah donde comenzamos a recitar la shahada. Recorrimos el pasillo escalonado hasta encontrarnos dentro de la zawiyyah. Era la segunda vez que recorría aquel pasillo en mi vida, todo me era familiar y nuevo a la vez.  Otros, en cambio, volvían donde vivieron parte de su infancia, otros jamás habían estado allí pero lo conocían y otros se reencontraban con el hombre y el lugar donde tomaron el Islam y hallaron la respuesta a su búsqueda. Todos nos encontrábamos con el Shaij de nuestro Shaij, un momento privilegiado y un honor para todos los que estábamos presentes.

Allí se hallaba la semilla de lo que ha derivado en miles de musulmanes conversos por todo el mundo; el plan de Allah es perfecto e inconmensurable. El wird y el diwan de Shaij Muhammad Ibn Al Habib, gracias a la labor de Shaij Abdalqadir As Sufi, que Allah le bendiga y recompense por su trabajo, se recita por todo el mundo como nosotros allí entonces lo estábamos recitando, como antaño: las mismas melodías, las mismas qásidas en aquel humilde remanso de paz y bendiciones en el corazón de Meknes.

Retomamos nuestro viaje con los primeros rayos de luz. Kalat M’guna se prestaba cada vez más cerca y las diversas alusiones al significado de su nombre anticipaban el aroma a agua de rosas. Oí que la razón de que se hallasen allí sus conocidas rosas es fruto de la peregrinación a Meca por los lugareños, que a su vuelta y pasando por Damasco las recogían y traían consigo, convirtiendo de esta manera el lugar en un jardín; un oasis de rosas en medio de lo que por momentos parecía ya el desierto.

Bordeamos las montañas del Altas, pasamos pueblos enteros construidos de adobe, explanadas infinitas. La noche se había cerrado cuando finalmente llegamos a nuestro destino. Al día siguiente, poco antes de la puesta de sol, nos dispusimos camino a la zawiyyah de Shaij Mourtada, un vergel emplazado por muros de adobe y ribeteado por un riachuelo que corría a la par del camino que llevaba hasta el lugar donde se celebraría el dhikr. El grupo esta vez era más numeroso, nos habíamos encontrado con hermanos de otros lugares y juntos nos hicimos una voz que cantaba una y otra vez la shahada paso a paso hasta el lugar de encuentro. Allí se encontraba ya Sidi Ali, el que fuera muecín de Shaij Muhammad Ibn Al Habib, un hombre humilde de unos 90 años, ciego, que a pesar de su avanzada edad y condición se valía con asombrosa fortaleza, con una sonrisa que se intuía constante en su rostro de tranquilidad y contentamiento. A cada momento unos y otros buscamos una pequeña audiencia con él para saludarle e intentar inmortalizar un instante del encuentro.

En aquel lugar reverberaba un rumor de recuerdo, de agradecimiento y gratitud, una llamada a la virtud, la acción recta, el amor por y en Allah entre nosotros. Uno recoge de su viaje lo que anhela y busca en el, y así sucedió con nosotros: están los que sembraron, los que recogieron, los que aprendieron, los que se purificaron, los que atestiguaron, los que estuvieron y los que llegaron.

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