Islam en Chile

En América Latina hay una presencia importante de inmigrantes procedentes de Oriente Medio a los que se llama ‘turcos’, sin importar que se trate de turcos, judíos, o árabes de tradición cristiana o musulmana, debido a que en los tiempos que precedieron a la caída del Califato otomano, muchas de estas familias optaron por emigrar, ya que se trató de un período de grandes convulsiones, en los que las provincias hasta entonces gobernadas por el califato, comenzaron a ser invadidas por franceses e ingleses, quienes a su vez intentaron, muchas veces con éxito, soliviantar a los árabes contra el califa, con el argumento de que debían liberarse del ‘dominio imperialista turco’. A quienes llevaron a cabo esta sublevación, poco les importó que en la administración otomana existiese como base común un ethos islámico que garantizaba su seguridad y la armonía entre las diferentes comunidades, y que permitía una autonomía en la que cada provincia se gobernaba a sí misma. En cambio, la ola de insurrecciones dejó no sólo un territorio fragmentado y subordinado a las emergentes fuerzas monetaristas o financieras que actuaban tras la fachada de las potencias europeas, sino que además, antes de eso, dio a las distintas comunidades religiosas que antes convivían bajo el alero del sultanato, motivos para enfrentarse entre sí, a la vez que un estatus igualitario, que en términos prácticos ponía a cristianos y judíos en la tesitura de no poder eludir, como antes, las obligaciones militares, y eso en un período de graves agitaciones y guerras civiles.

Ante dicha situación, muchas familias cristianas árabes, aunque también judías, optaron por emigrar, a partir de lo cual llegaron a América Latina numerosas familias procedentes de Palestina, Jordania, Siria y Líbano, que viajaron empero con pasaporte otomano, ya que los nombres de sus tierras referían entonces regiones geográficas sin aludir aún a países en el sentido de estado-nación como hoy los conocemos.

De esas familias emigradas al ‘Nuevo Mundo’, con el tiempo, algunos de sus miembros fueron llegando a Islam, a partir del interés primero y el amor después, por la tradición árabe de sus antepasados, ante el descubrimiento de que gran parte de la nobleza y la admirable grandiosidad de dicha tradición estaba relacionada con el Din de Islam.

De esa manera, y a partir de los últimos dos decenios del siglo pasado, se fueron construyendo mezquitas en casi todas las capitales de los países de América Latina, que son frecuentadas por miembros de la comunidad árabe, por tradición en su mayoría comerciantes, además de un número creciente de conversos, que han ido llegado a Islam a partir de procesos de búsqueda personal y hasta el interés motivado, curiosamente, a partir de los eventos del once de septiembre en Nueva York y la campaña mediática islamófoba que le siguió.

De esta manera ha habido en Latinoamérica una incesante gotera de lugareños que han ido entrando a Islam, constituyendo en cada región comunidades incipientes, que en general cuentan más con buena voluntad que medios y la información mínima necesaria para saber con certeza que en la práctica que van aprendiendo se están ateniendo a los fundamentos, pues, me consta −y así me lo han manifestado varios musulmanes−, les falta formación y referentes claros acerca de Islam, pues se sabe que el recién llegado es como un recién nacido que difícilmente podría formarse a sí mismo.

A estos grupos, descendientes de emigrantes árabes y paisanos conversos, se han ido sumando en las mezquitas, al menos en las capitales latinoamericanas, pequeñas delegaciones constituidas por el personal de algunas embajadas de países musulmanes, como Malasia o Indonesia, presentes en la región, y hasta situaciones tan variopintas como la de algunos emigrantes africanos que han llegado al país esperando ser admitidos en algún club de fútbol local.

Esta es más o menos la configuración de las comunidades musulmanas presentes en América Latina, con algunas particularidades, dependiendo del lugar, como en Brasil o Argentina, que al ser países con una población más voluminosa cuentan con realidades más heterogéneas. Sin embargo, en Chile, se han sumado a la comunidad recientemente, desde hace unos tres años, varios grupos de familias palestinas acogidas como refugiados en el país, adonde han llegado directamente desde los campamentos de Altá, en la frontera sirio-iraquí.

Hay también en el norte del país un significativo número de emigrantes paquistaníes, que llegaron a dicha región por ser ésta zona franca, dedicándose allí a la compra venta de automóviles japoneses de segunda mano entre Chile y Perú-Bolivia. Y aunque este comercio decayó y muchos de ellos con el tiempo se fueron trasladando, construyeron antes una mezquita en la ciudad de Iquique, la segunda después de Arica en cercanía con la frontera peruana.

Esta inmigración más reciente puede ser una oportunidad para la comunidad musulmana en Chile, ya que estas familias, en una situación más precaria que la de las consolidadas familias árabes llegadas en otros tiempos, se han establecido en barrios más populosos, y ello puede dar pie a un fructífero diálogo con las gentes del lugar, tradicionalmente hospitalarias y dadas a recibir y a incorporar a los afuerinos que se allegan a la tierra.

Situación favorable que se añade a la coyuntura existente en Chile y en América Latina en general, donde podemos constatar acerca de Islam que hay muy poca información pero a la vez muy pocos prejuicios, a diferencia de España, donde el desconocimiento se mezcla con una desconfianza y un rechazo irracional que dificulta en principio la convivencia, aunque, finalmente, un comportamiento noble se impone.

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