Integración, integridad

Muhammad Muhtar Medinilla
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Comentaban en un programa de radio, hace sólo unos días, acerca de los resultados de una “muy seria” encuesta realizada entre la creciente población musulmana que vive en España. En resumen, reflejaban el alto grado de integración de este sector de la población, y se congratulaban los comentaristas de turno, de la declarada, y para ellos sorprendente, general satisfacción en la que dicen vivir los musulmanes en este país.

Como musulmán y como educador no he podido evitar pensar en primer término en nuestros niños y jóvenes. He intentado imaginarlos, por un instante, felices y animosos, respetados y queridos, bien integrados en sus centros de enseñanza y en las calles. Y a sus padres y madres, contentos y complacidos, conformes… ¿o tal vez deberíamos decir conformistas?.

He vuelto a recordar entonces aquella sentencia de Jiddu Krishnamurti que tanto me hizo reflexionar no mucho antes de mi conversión al Islam:”No es signo de salud el estar bien adaptado a una sociedad enferma”.

Porque, «cómo hacer compatible al sistema Káfir y lo que está enseñando desde una edad muy temprana y la moralidad que está inculcando, con el elevado y noble Din del Islam», tal como ha expresado un gran Shaij.

Hemos de advertirnos seriamente de las nefastas consecuencias, de la fuente de desequilibrios tanto a nivel personal como social de una “integración” superficial, acultural, sin arraigo…, dentro de una sociedad ignorante acerca de la vida misma y de la existencia. Al tiempo que llamarnos vívidamente a recobrar la actitud vital y la dignidad acordes con la grandeza de nuestra Tradición y a recuperar una filosofía educacional que funcione, basada en la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace; en armonía con lo mejor de la civilización occidental.

Educar hoy significa reeducar, un proceso consciente por “volver a educarnos”.

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Y nuestras escuelas han de ser abiertas, para la vida, funcionales; donde se posibilite una correcta transmisión y una formación verdaderamente integral: la propia salud personal en todos los órdenes de la vida, una buena preparación y cultivo intelectual, una rica interioridad y capacidad de comprender la existencia, sentirse orgulloso de su creencia, ser libre y, en su culmen, la adquisición de un carácter genuino, noble.

Por supuesto que no estamos hablando de hacer “escuelas religiosas”. Lo que ha de interesarnos es la Ibada, nuestro Din; el Din como revulsivo, que nos confronta, que nos hace crecer; no la “religión” que conforta en la impotencia.

Pero esta escuela “alternativa” no puede ser tal si no se encuentra inmersa en una verdadera sociedad alternativa en sí misma. En otras palabras, no hay escuela sin comunidad; comunidad en el sentido más puro de la palabra, gente que VIVE UNIDA…Tendríamos que recordarnos esto constantemente. Y aún diría más, comunidad que ha aceptado la autoridad de un Emir y donde el Iman cumple su función primordial; comunidad que no “se conforma” con algo menos que reconstruir el Din del Islam de forma completa, con Adab, con la cortesía y el respeto debidos entre sus diversas generaciones.

Integrarse en la sociedad es estar capacitado, desde la cercana relación con los vecinos hasta el más amplio ámbito social posible, para actuar correctamente, comprender la realidad en la que se vive, comprometerse y tomar responsabilidad, ser capaz de transformar, al punto de ser partícipe en el establecimiento de una sociedad mejor.

No podemos los musulmanes dejarnos llevar por un conformismo impotente disfrazado de “integración”; aunque sea realmente más cómodo. Esto significaría la castración de nuestra juventud, de nuestros propios hijos; la dejación de un deber importantísimo.

Gracias a Allah, subhana wa ta´ala, hace años que trabajamos en nuestras comunidades para establecer unos cimientos educativos suficientemente firmes, no sin grandes dificultades. Nuestro anhelo reside en dar un paso más hacia delante cada día, nuestro desvelo, construir seres humanos completos, preservar la integridad de nuestros jóvenes, “que no se rompa un corazón”. Porque, en definitiva, antes que la integración del ser humano en la sociedad, necesitamos una sociedad de seres íntegros.

 

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