Ibn Jaldún y la sociología de la historia

A pesar del prejuicio dominante en la cultura occidental, y en la española más, que predispone a los intelectuales a ignorar el acervo cultural y las aportaciones de los pensadores islámicos y los que escriben en árabe –por si acaso-, pocos son los que se atreven a poner en duda que Ibn Jaldún fue el historiador que inició una nueva forma de mirar la historia: más como un flujo y reflujo de masas y fenómenos sociales, con todo lo que estos tienen de política y cultura también, que como una relación de nombres, dinastías y hechos relatados en un orden cronológico y con su catálogo de fechas y apologías en función de quien escribía y, todavía más, de quien encargaba.

Con él se inicia la visión de la historia como un fenómeno social, y por eso a su Al-Muqaddimah se la clasifica como sociología de la historia. En la actualidad no hay historiador que se precie que no mire la evolución y el desarrollo de las épocas con una visión más social que personal; aunque haya siempre líderes y personajes que destacan y que influyen, sin lugar a dudas, en el desarrollo de los acontecimientos y en las decisiones que se toman. Pero yo quisiera destacar en este artículo dos nombres que en la historia moderna brillan de manera singular, y ver hasta qué punto son deudores del camino que muchos siglos antes abrió Ibn Jaldún, destacando también lo que los diferencia.

El primero de ellos es Marx. Su visión de la historia como “lucha de clases” bebe en el fondo de la actitud que iniciara Ibn Jaldún, pero con una diferencia abrumadora a favor de este y en detrimento de aquel: observar los movimientos de las clases sociales y cómo repercuten estos en el desarrollo de los acontecimientos ha ayudado a muchos a entender mejor el devenir de la historia moderna. Pero las interpretaciones economicistas del marxismo (cuando antepone la infraestructura económica a la superestructura ideológica) lo limitan para comprender sociedades cuya motivación estaba muy alejada de lo que Marx pretende y cuya mentalidad no es, en absoluto, trasladable a la del capitalismo que toma cuerpo, en lo fundamental, en los siglos XV y XVI y luego irá creciendo y decayendo.

Bastante más cercana a Ibn Jaldún (salvando las distancias, sobre todo en lo que para este tiene de importancia la historia de los profetas, además de la visión de la existencia distinta) es la de Spengler, quien, en sus libros sobre la decadencia de Occidente, examina con rigor y exhaustividad todos los ámbitos y aspectos de la historia como ciclos que se suceden (en lugar de la visión lineal de Marx, que obedece más a la idea judeo-cristiana de un progreso sin fin encaminado a un paraíso en la Tierra) con crestas de apogeo y caídas de evidente e inevitable decadencia. Para ambos historiadores, los inicios de un nuevo ciclo y su apogeo coinciden con épocas de predominio de la agricultura y la ganadería como actividad económica (en el caso de Ibn Jaldún, además, por el entorno en que se movía, el nomadismo por encima del sedentarismo). Y, sobre todo, y esto los aleja en lo fundamental de la visión marxista, estos periodos de renovación y crecimiento son épocas de gran espiritualidad y amor por lo divino. Las consecuencias de ambas actitudes son diametralmente opuestas: mientras que para el marxismo la creencia en Dios es signo de una mentalidad obsoleta y arcaica que mira al pasado, para Ibn Jaldún o Spengler puede ser la semilla de un nuevo ciclo por llegar, con lo que quienes creen en Dios pueden estar siendo la vanguardia de un tiempo futuro, en medio de la decadencia del nihilismo y su depravación moral, además de su deterioro económico y hasta poblacional, con la caída de la natalidad y la implosión demográfica que esto conlleva.

Ambas posturas (la marxista y la cíclica) están de acuerdo en que el capitalismo está llegando a su fin. Pero mientras que Marx ve un futuro paradisíaco con la implantación del comunismo por la clase obrera y sus vanguardias, de Ibn Jaldún y Spengler lo que se deduce es que ha de comenzar un nuevo ciclo que volverá a la agricultura y ganadería como actividad económica fundamental, y con un alto grado de espiritualidad.

La visión de Marx la han desmentido los hechos de forma sobrada. En Rusia el comunismo se desmoronó dando pie a mafias corruptas y en China su comunismo no es precisamente un paraíso para los trabajadores, con jornadas extenuantes y cada vez más suicidios. Los ciclos que tanto Ibn Jaldún como Spengler describen con detalle están avalados por los hechos.

Por desgracia, es la postura de Marx la que ha calado en la mentalidad moderna, incluso en sectores netamente capitalistas, como el liberalismo, en particular en su visión respecto a la creencia en Dios. Para el intelectual moderno, afirmar abiertamente que cree en Dios es algo que le cuesta la marginación y el descrédito, por asociársele con tiempos pretéritos. Sin embargo, el “dogmatismo” de esa mentalidad es tal que ni siquiera consideran “creencia” su “creer” que Dios no existe. Cuando eso tampoco se puede demostrar. Con lo cual tienen el peor beaterío posible: el que ni se da cuenta de que lo es. Su dogma es tan beato y rígido que convierten en certeza una simple creencia y rechazan como no científico cualquier pensamiento que los contradiga. Pero es su “religión” atea la que tiene el dogma más acientífico y pretencioso que se puede tener: el que, encima, se considera verdad indiscutible y demostrada, y no una certeza que se toma por propia voluntad.

Salir de la versión móvil