Granada, el último reino musulmán de Al Ándalus.

Es una tarea enorme hacer un repaso de la historia de Al Ándalus porque abarca un período de unos mil años. Hubo picos de gloria durante el califato omeya y más tarde con el murabitún dirigido por Yusuf ibn Tassufin, y hubo momentos de dificultades y derrotas. Pero se puede llegar a una conclusión: cuando los musulmanes se unieron bajo un fuerte liderazgo, el Islam expandió sus territorios hasta el sur de Francia, floreció, y con ello las artes, las ciencias, la artesanía, la agricultura… Fue un foco de atracción no solo para el mundo musulmán, sino también para los cristianos que vinieron aquí a aprender y disfrutar de una gran civilización en una época en la que estaban inmersos en el oscurantismo y las plagas.

Los pequeños reinos cristianos del norte, rodeados de musulmanes, aprovecharon todas las oportunidades que se les presentaron para atacar en el momento en que sintieron que la autoridad y la unidad de los musulmanes se debilitaban. Fingieron que era una guerra religiosa, pero la codicia fue el motivo principal, como siempre ha sido con las invasiones.

Hubo dos períodos principales de desunión en Al Ándalus cuando la autoridad musulmana se dividió en pequeños reinos. La primera gran crisis fue resuelta por Yusuf ibn Tassufin, que llegó con su ejército desde Marruecos y conquistó hasta los territorios del norte y exilió a los emires que no querían unificarse bajo una sola autoridad. Siglos más tarde, Al Ándalus se dividió de nuevo en pequeños reinos musulmanes, cada territorio con su emir o rey, generalmente enemigos de los otros reinos musulmanes, que estaban involucrados en constantes reclamos y guerras entre sí y, lo que es peor, a menudo pedían a los cristianos del norte que les ayudaran en sus guerras contra sus compañeros musulmanes. Con frecuencia, los cristianos eran simplemente un ejército mercenario al servicio de los diferentes reyes musulmanes. A veces se hacían tratos mayores con los reinos cristianos, tales como darles el derecho de recibir pagos anuales.

Estos caballeros cristianos, o mercenarios, pronto aprendieron sobre estrategias, lugares, y debilidades de los reinos musulmanes y comenzaron su propio «negocio de guerra». El más famoso de ellos, y ahora reivindicado por la historia oficial como héroe de la reconquista, es Rodrigo Díaz de Vivar, apodado El Cid. Luchó para los emires musulmanes en muchas batallas como mercenario hasta que decidió que estaba listo para emanciparse y acabó conquistando Valencia por sí mismo. Algunos historiadores dicen que su apodo proviene del árabe Sidi, que era muy conocido entre los musulmanes.

Aislados, los reinos musulmanes cayeron uno tras otro ante los cristianos. En el siglo XV el único que quedaba era Granada. Muchos musulmanes de otras zonas conquistadas habían huido a este último enclave musulmán. Bien poblada, rica y estratégicamente situada en altas colinas, aunque había sido debilitada por una terrible guerra civil en la que padre e hijo se enfrentaron en por el poder. El hijo, Abu Abdullah –conocido por los cristianos como Boabdil– fue finalmente proclamado emir, pero tristemente destinado a ser el último emir de Al Ándalus.

 

En el mundo cristiano muchas cosas habían cambiado para entonces. En 1453 los otomanos se habían convertido en una gran potencia al conquistar Constantinopla –más tarde rebautizada como Estambul– lo que dejó a los cristianos sin acceso a las rutas hacia Asia. Ambas salidas del mar Mediterráneo estaban ahora en manos de los musulmanes: el Bósforo y el estrecho de Gibraltar.

La conquista del reino de Granada fue la única posibilidad de salir al Mediterráneo, ya que enfrentarse a los otomanos era impensable. El Papa como cabeza del mundo cristiano lo convirtió en una prioridad.

La conquista de Granada fue cuidadosamente planeada y se reunió un ejército integrado por miembros de  once países europeos. Los reyes que habían conquistado las tierras musulmanas en Al Andalus, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se casaron convenientemente y con ello lograron unificar un vasto territorio. El Papa les dio el título de » Reyes Católicos», respaldándolos con la autoridad para dirigir el ejército papal.

Se prepararon bien construyendo una ciudad propia, no un campamento como solían hacer, en las afueras de Granada, a la que llamaron Santa Fe. Sabían que el asedio que estaban a punto de comenzar no iba a ser fácil. La ciudad resistió durante dos años. Mientras tanto, delegaciones de ambas partes se reunían para acordar los términos de la rendición. De hecho, la ciudad nunca fue conquistada, sino que fue entregada tras la firma de un documento, «Las capitulaciones de Granada». Los cristianos se comprometieron a respetar la vida de la gente, sus propiedades, las mezquitas, la libertad de practicar el Islam, el derecho a ser juzgados por sus propios cadíes… y el 2 de enero de 1492 el emir dio a los cristianos las llaves de la ciudad, confiando en estos acuerdos. Él mismo consintió en exiliarse a las montañas de las Alpujarras con su familia.

Al salir de Granada se dio la vuelta para mirar por última vez a su amada ciudad y las lágrimas le salieron de los ojos. Las palabras de su madre al verlo se hicieron inmortales: «Llora como una mujer por lo que no fuiste capaz de defender como un hombre».

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