Eterno masculino y eterno femenino 3

¡Gloria a Aquel que creó todas las especies:

las de la Tierra, ellos mismos

y otras que no conocen!

Corán: 36-36.

El libro de D.H. Lawrence La fantasía del subconsciente contiene en el capítulo IX, titulado “El nacimiento del sexo,” algunas reflexiones sobre el amor que es, como hemos visto en Ibn al Arabi y en Wagner, la raíz de toda existencia.

Lo primero que subraya Lawrence es que hay una diferencia vital entre los sexos. Todas y cada una de las células del hombre son masculinas, y todas y cada una de las células de la mujer, femeninas. Lo son y deben seguir siéndolo. La mujer no concibe las cosas como el hombre y éste no puede experimentar como lo hace la mujer. Lo propio de la mujer es el sentimiento y lo propio del hombre es el propósito, la intención de hacer una cosa, de llevar a cabo un proyecto creativo. En el orden del sentimiento, la mujer va por delante, pero es el hombre quien avanza primero hacia lo desconocido.

Esta es la razón por la que se debe mantener a los chicos separados de las chicas; de modo que se mantengan puros en lo que cada uno son. Cuando se mezclan y se vuelven camaradas, pierden su propia integridad masculina y femenina. Y pierden también el tesoro del futuro, la polaridad sexual vital, la magia dinámica de la vida. Ya que la magia se basa en la diferencia.

La llegada de la pubertad es el umbral de la casa del sexo y del amor, donde las relaciones con los padres y hermanos toman un segundo lugar, detrás de las relaciones con hombres y mujeres que no pertenecen a la familia. Es la hora, dice Lawrence, de volverse hacia quien es extraño o extraña; del encuentro entre extraños.

La relación con el otro, con el extraño, conlleva un tiempo de espera, en el que el hombre y la mujer se contienen, hasta el momento en que es posible un acto de unión que puede ser logrado con éxito. Porque el coito es una experiencia psíquica y vital de total importancia. Según Lawrence, “la vida y el ser del individuo dependen en gran parte de esta experiencia vital individual”. En ella, los polos dinámicos masculino y femenino, se funden en una unidad, parecida a la chispa cuando dos corrientes eléctricas se encuentran.

Cuando se separan, no son los mismos que eran antes. Como después de la tormenta, el aire es nuevo, fresco. Después de un acto de unión verdadero –porque puede darse uno falso− el hombre y la mujer aparecen revitalizados con una nueva visión, un nuevo oír, una nueva voz. El corazón anhela actuar como nunca lo ha hecho antes; actuar colectivamente con otros seres; crear un mundo nuevo.

Surge una nueva pasión de actuar con los otros, con los compañeros, y la pasión entre el hombre y la mujer toma un segundo lugar. La pasión individual se funde en la ejecución de un proyecto colectivo.

Esta unión con los otros en un designio común apasionado ya no es de naturaleza sexual. Es un movimiento en el sentido opuesto. Y es, también −afirma Lawrence− un deseo superior; de modo que cuando el hombre pierde esta aspiración se pierde. Cuando hace de la consumación sexual su designio supremo −incluso cuando lo hace secretamente− comienza a recorrer una senda sin esperanza.

Los psicoanalistas, cuando nos conducen siempre hacia la prioridad de la consumación sexual, nos hacen mucho daño.

En la unión con los otros en un designio común apasionado se pierde lo individual. La fusión del sexo es individual, se produce a solas con el otro, no hay en ella ni superior ni inferior. En la fusión con el grupo, sin embargo, cada individuo entrega su individualidad. Puede llegar a tener que entregar su nombre, su reputación, su fortuna, su vida, todo.

Una vez que el hombre, en la integridad de su propio espíritu, cree, pasa a entregar su individualidad a su creencia, y a ser el uno que forma parte de un todo. Sabe lo que hace. Hace su entrega con honor, de acuerdo con el deseo profundo de su corazón. Se entrega y al mismo tiempo continúa siendo responsable de la pureza de su entrega.

¿Qué ocurre cuando, después de la unión sexual y en el fondo de sí mismo, sigue creyendo que esta consumación es lo más importante? Entonces se pone al servicio del designio común sólo y cuando le apetece, para volverse después hacia el sexo. Con lo cual, su mundo deriva hacia la anarquía.

Según Lawrence, se trata de escoger entre someterse a un líder o líderes o someterse sólo a la mujer, esposa, amante o madre. El sexo une solo a dos personas, pero tiende a desintegrar la sociedad, a no ser que quede subordinado a la gran pasión viril del designio colectivo. Cuando esto ocurre, cuando la pasión sexual se somete a la pasión colectiva de un proyecto, entonces hay plenitud.

Con todo, ambas pasiones son imprescindibles. Ningún designio colectivo puede durar si no está basado sobre la realización sexual en la vasta mayoría de los individuos que componen el grupo.

Si se opta por el sexo como la realización primordial, se produce un trastorno vital en el individuo. Se produce la anarquía. Si se opta por el designio colectivo como la realización suprema de la vida, ésta deriva hacia la esterilidad, como ocurre en nuestros días con la actividad política.

Por esto –acaba diciendo Lawrence− no hay en nuestros líderes contemporáneos amor por los otros hombres. Al contrario. Lo que hay es la voluntad clara de transformarlos en meras abstracciones.

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