Entrada en la madurez

Entrada en la Madurez

La zona de luz de tu juventud, un jardín encantado lleno de promesas seductoras, acaba en la frontera de una sombra, donde la alegría y la satisfacción juveniles se desvanecen y oscurecen.

Hay caminos de perdición que parten de esta época en que cruzas la línea que separa la juventud de la madurez, también caminos de salvación. Uno de estos últimos es el encuentro con una persona experimentada y madura que se interesa por ti.

Es normalmente un encuentro desigual, pues mientras tú no ves con quién te has topado, la persona experimentada y madura es consciente de lo que eres y de la medicina que necesitas para atravesar la frontera entre las cosas iluminadas y las cosas oscuras, entre la juventud y la madurez.

La persona interesada por ti comprende en suma que el traje juvenil que has vestido hasta ahora te viene pequeño y que buscas sin saberlo uno nuevo a la medida de tu desarrollo. Porque si hasta ahora has cumplido con tu deber bajo la responsabilidad y a las órdenes de tus superiores, ha llegado el momento para ti de dar las órdenes y de asumir las responsabilidades; de cumplir con un encargo, de llevar a cabo un trabajo del que eres el último responsable.

En tu caso, para que la persona experimentada y madura te lleve a través de los escollos y bancos de arena de la frontera en penumbra hasta el comienzo de las aguas profundas y libres de la oscuridad, te tiene que engatusar; pero lo importante es que, gracias a su astuto pilotaje, consigues llegar hasta la nueva situación que necesitabas sin saberlo.

De modo que, como por encantamiento, te encuentras lleno de pasión por tu nuevo estado; y donde, hasta hace poco, la vida te parecía repetitiva, te resulta ahora llena de intensidad e interés; ante ti se extiende la zona oscura de la existencia en que poner a prueba tu carácter, tu valor, tu fidelidad y no tanto tus emociones como tu amor.

Dos pruebas te esperan. Una procede del trabajo que tienes que realizar. La otra, de las personas que tienes a tus órdenes. La primera, aunque imprescindible, es circunstancial. La segunda es la crucial, puesto que la existencia del hombre está siempre mezclada con la de los demás como el aceite y el vinagre en la ensalada.

Cuando te haces cargo de tu responsabilidad −imagina que es un barco− y te sientas por primera vez en el sillón del capitán, una voz interior, una especie de voz dinástica, te habla. “Tú también −te dice− probarás la paz y la inquietud de ahondar íntimamente en el oscuro interior de ti mismo, como lo hicimos nosotros”.

Después de este preámbulo, sales a la palestra. Debes conocer de inmediato al pequeño grupo de personas sin cuya cooperación no podrás llevar a cabo tu trabajo. Siguiendo con la metáfora del barco, conoces a tu primer oficial. Mientras te acompaña en un paseo de inspección, sobresale la mala voluntad con que te mira y responde a las preguntas que le haces; ya que la envidia es la primera prueba para quien tome cualquier mando. Te dice que el capitán a quien has sucedido en el cargo, entregado a un nihilismo destructivo, ha llevado la empresa hacia el abismo de la quiebra; sólo gracias a su intervención radical como primer oficial experimentado, “sólo gracias a mí”, el barco sigue flotando, aunque con la tripulación enferma y las bodegas vacías. Esto te da la medida de él y del trabajo que te espera.

En este primer encuentro con tu colaborador, o dominas o eres dominado. No es más que un hecho. Pero, para que te sea posible utilizar sus servicios, estás obligado a poner a tu primer oficial en su sitio. Lo mismo ocurrirá con el segundo oficial, un joven inexperimentado que no ha cruzado todavía la línea de sombra y que, como tantos, quizás no lo haga nunca.

Al contrario de éstos, tu cocinero-mayordomo, de mirada serena e inteligente, te enseña cómo los opuestos siempre van juntos, tanto por la simpatía y el calor que irradia como por la gran ayuda que encontrarás desde el primer momento en él.

Esta ayuda, no sólo exterior sino también interior, será imprescindible para los largos días y noches, de desesperante y angustiosa tarea, que te costará poner en marcha tu empresa; es decir, conseguir que tu barco salga a las aguas libres del océano con una tripulación eficaz y las bodegas llenas de mercancías.

El que manda no puede estar obsesionado por sí mismo ni por los demás. Es necesario que toda su atención se concentre en la tarea que tiene entre manos. En este caso, una vez pasada la barra del puerto, te ves obligado a anclar por la falta total de viento. Durante días y días la nave permanece inmóvil como una maqueta de barco sobre una superficie de mármol pulido. A esto se añade una epidemia de fiebre tropical que va diezmando la tripulación. Tus dos oficiales caen enfermos y te ves obligado a permanecer en el puente de mando sin dormir apenas durante días y días, atento a los menores soplos de viento que decaen tan pronto como se levantan. Al mismo tiempo, la confianza que tienes de mantener a raya la epidemia se evapora cuando descubres que tu predecesor, por razones poco limpias, vació el botiquín sustituyendo la quinina por una mezcla inservible. Algo que tenías la obligación de descubrir en tu inspección del botiquín antes de comenzar el viaje.

Al poco tiempo, aparte del mayordomo, sólo te quedan unos pocos hombres en pie. Cuando se presente la tempestad que sucederá a la calma, carecerás de manos para impedir que las velas salten por los aires y quedes desmantelado. Esto y la quietud intensa del mar actúan en tu cerebro como un veneno. ¿Quién no ha oído las historias de barcos flotando al azar con su tripulación muerta?

Te acobardas de repente y te resistes a seguir en el puente. Es la prueba crucial; el momento en que para luchar contra tus bajos instintos, contra el miedo y la  desconfianza, no tienes más que una cosa: la fidelidad al código de conducta profesional y personal. Aquí, las medias tintas no sirven para nada; tu entrega es completa o no es nada. Es lo que distingue a los hombres entre sí y por ello recibe el nombre de honor.

Afortunadamente, te aferras al simple cumplimiento de tus obligaciones, Apoyándote en las fuerzas escasas de cuatro hombres, el timonel  y el mayordomo, preparas todo en el barco para el desafío que una lluvia torrencial preludia.

Cuando se descarga la tempestad, como el timonel desfallece, eres tú el que toma la rueda del timón, conduciendo el barco y la tripulación cuarenta horas después hasta el puerto donde la tripulación podrá ser atendida.

Has cruzado con éxito la línea de sombra y has aprendido lo esencial para seguir adentrándote en la zona de tu madurez: el valor decisivo del código de conducta.

Preparas el barco con nueva tripulación y mercancías para zarpar al día siguiente. No parece haber mucho tiempo en la vida para descansar. Tampoco parece que haya que dar demasiada importancia a nada.  Alhamdulillah.

 

[1] Este artículo está basado en el relato de Joseph Conrad. La línea de sombra. Una confesión.

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