Enseñanzas de un pescador

Por paradójico que parezca, dejarse llevar por la corriente puede ser la

única forma de llegar a donde uno quiere y, a veces, de salvar la vida

 

Un vecino musulmán, amigo mío, de mi familia y de mi comunidad, murió hace algún tiempo ahogado en la playa, muy cerca de su propia casa. El Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda paz, informó de que no sólo los que mueren en el combate por el Din de Allah son shuhada, mártires, sino que hay otras muchas formas de morir que le valen al musulmán el Jardín, entre ellas, la madre que muere en el parto, quien muere en una plaga, en un incendio, defendiendo a su familia o su propiedad y quien muere ahogado. Yo espero que mi amigo sea uno de ellos.

Al parecer una corriente entre dos rompeolas lo arrastró y él intentó resistir y nadar hacia la orilla, hasta que, agotado, fue arrastrado a una distancia en la que el fondo marino tiene un pronunciado escalón, y en ese punto el mar se lo tragó. Horas después las olas arrojaron su cuerpo sin vida de nuevo a la orilla.

Durante una visita reciente a la ciudad donde esto ocurrió, y recordando a nuestro amigo y vecino común, un veterano pescador, con cuarenta años de experiencia en el arte de la pesca, me habló del mar y sus peligros.

“Cuando la corriente te arrastra no hay error más grave que intentar ir a la contra. Por buen nadador que seas acabarás agotado en poco tiempo y cuando los brazos te empiezan a doler intensamente y te das cuenta de que no avanzas, el pánico se apodera de ti. Quien nada contra la corriente perece.”

Sus explicaciones, que ilustró sobre un papel con rayas y flechas, me fascinaron. Me daba cuenta de que esa experiencia –además de ser de la máxima importancia y utilidad para la gente que se adentra en el mar− es aplicable a las corrientes, mareas y olas de la vida.

“En una situación así hay que dejarse llevar, nadar suavemente a favor de la corriente y acompañar su fuerza, pero procurando apartarse gradualmente hacia un lado. A medida que te alejas de la orilla la fuerza de la corriente se va atenuando y entonces te puedes separar completamente de ella y regresar a nado sin mayor dificultad.”

He experimentado personalmente este principio físico de las corrientes, en el mar y también en el tawaf de la Casa de Allah en Makkah. Durante los días del Hajj, tres o cuatro millones de seres humanos congregados en un mismo espacio y realizando los mismos rituales de movimiento circular, siete vueltas en torno al Santuario Antiguo, y las idas y venidas recorriendo siete veces la distancia de medio kilómetro que separa las dos colinas de Safa y Marwa, a paso ligero la mayor parte del tiempo y a la carrera en el fondo del valle, se convierten en una marea humana de un empuje irresistible.

Durante el Hajj, moverse con gentileza y a favor de la corriente, salir paulatinamente, con una trayectoria tangencial, de las impresionantes fuerzas de la multitud no sólo evita trágicos accidentes, sino que te puede permitir sin demasiado esfuerzo lograr algo casi imposible si se intenta por la fuerza en una congregación de tal magnitud: besar la Piedra Negra. Sólo hace falta fijeza de intención, paciencia y dejarse llevar.

“Cuando la corriente arrastra a alguien y llega el momento en que ya no tiene fuerzas, lo empuja hacia abajo, entonces  sus pulmones se llenan de agua y pierde el conocimiento. Vuelve a salir a la superficie, pero ya está inerte, y de nuevo la fuerza del mar lo arrastra a su interior, y así perece.” La descripción era tan vívida y exacta como sólo son las descripciones de quien tiene verdadero conocimiento, y algo así le debió pasar a nuestro buen vecino.

“Y si por la razón que sea te quedas abandonado en el mar −continuó el experimentado pescador− y sabes que la costa está a una distancia inalcanzable, lo único que tienes que hacer es descansar boca arriba para respirar bien, y pedir a Allah que la ayuda llegue pronto, nunca intentar llegar tú a nado, pues con ello mueres”.  A un pescador se le hundió su barco y se quedó solo, a dos horas de distancia de la costa, me relató mi amigo el pescador, y dándose cuenta de la distancia se pasó el día flotando hasta que cayó la noche. Durante la noche permaneció calmado hasta el amanecer y así durante dos días y dos noches, hasta que al tercer día los pescadores y los servicios de salvamento que habían salido en su busca lo encontraron vivo y en buen estado, alhamdulillah.

La alabanza le es debida a Allah, quien salvó a Yunus de perecer cuando lo arrojaron al mar. Atrapado sin posible escapatoria en el vientre de la ballena, en las profundidades marinas y en la oscuridad de la noche.

 

Heroico y sobrehumano fue el milagro de la salvación de Yunus, la paz sea con él, cuando se volvió a su Señor y Creador con una súplica sincera: “No hay más dios que Tú, gloria a Ti, cierto que yo estaba entre los injustos” (Surat al Anbiya 21, 87).

Cuando los velos son espesos y las sombras envuelven en su oscuridad el corazón, la declaración de la propia debilidad, la súplica sincera volviéndose a Allah, desvalido, reconociendo el propio error y con sinceridad…, esas son las llaves de la salvación.

Otro consejo del hombre de mar: “El que flota tranquilo sobre la superficie marina en zona de tiburones no atrae la atención de los escualos. Siempre que no derrame sangre, los tiburones, si los hay, lo ignoran. Sin embargo, un cuerpo que agita brazos y piernas puede ser percibido como un tortuga y atacado por el tiburón”.

Las observaciones del marinero no terminaron ahí. “¿Sabías que las mujeres suelen flotar boca arriba, y tienen más posibilidades de sobrevivir? Los hombres, por el contrario, suelen preferir dar la cara al mar, y con ello son más vulnerables a las olas y se agotan antes”.

En resumen, que dejarse llevar por la corriente no es sinónimo de pasividad, sino más bien de inteligencia intuitiva, algo que es sabido en las artes marciales (aikido), en la estrategia militar (El Arte de la Guerra, de Sun Tzu) y en los negocios (trends), y, por paradójico que parezca, dejarse llevar puede ser la única forma de llegar a donde uno quiere.

El bueno de mi vecino no pudo eludir su hora y quizá sabía todas estas cosas cuando salió a darse un baño, como había hecho durante tantos años; pero su decreto le alcanzó y allí, en el mismo mar que tan a menudo lo había sostenido a flote, entregó su alma. “Y cuando su plazo se cumpla no se le atrasará ni se le adelantará ni una hora” (Surat Al A’raf, 34).

Que Allah bendiga y cubra en la otra morada con Su misericordia y Su bondad a nuestro pobre amigo Ahmed, que murió shahid en el mar.

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