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«Mi nombre es Abdalhaqq Bewley. He nacido en Londres y he crecido y tuve mi formación escolar en Sussex. Mis padres eran ingleses y he sido musulmán durante más de cuarenta años».
Quisiera referirme a esta situación, extremadamente preocupante, diciendo en primer lugar que toda persona en su sano juicio tiene que sentirse absolutamente horrorizada por el crimen brutal y sin sentido que ha sido cometido por dos jóvenes desquiciados, ese ataque contra un soldado indefenso que condeno sin reserva alguna. Debo declarar de forma rotunda que en el Islam no hay justificación posible para este horrible acto de violencia, por mucho que hayan intentado justificarlo. Es de sobra evidente que esos dos jóvenes sufren algún tipo específico de trastorno mental. Sus acciones y conducta posterior parecen indicar una esquizofrenia aguda que debe examinarse con la ciencia de la psiquiatría. El resultado de ese examen debería hacerse público para que todo el mundo, tanto musulmanes como los que no lo son, pueda saber lo que ha provocado esta atrocidad.
Las informaciones posteriores muestran que una serie de ataques injustificados e impremeditados contra mezquitas y musulmanes han tenido lugar como consecuencia de este suceso horripilante. Y el lenguaje final de David Cameron, medido y considerado, que apareció con posterioridad a la reacción inicial de calificarlo de acto de terrorismo islámico, no ayudó mucho a la situación. De hecho, y tal y como argumentaba de forma convincente Glenn Greenwald en un artículo reciente publicado en The Guardian: “¿Ha sido terrorismo el asesinato de un soldado británico en Londres? Es sumamente dudoso calificar de terrorismo a ese crimen tan terrible”. Y el alcalde de Londres, con claridad meridiana y gran serenidad, insistía en separar la tragedia de la religión del Islam y las operaciones de las fuerzas británicas en el extranjero.
No cabe duda de que David Cameron tiene toda la razón cuando enfatiza la contribución positiva que los musulmanes británicos han aportado a la vida de nuestro país. Yo llegaría incluso a decir que los musulmanes de la Gran Bretaña tienen ahora el potencial para desempeñar el mismo papel que George Fox y sus Cuáqueros en el siglo XVIII y John Wesley y sus Metodistas en el siglo XIX. Las reacciones imprudentes ante tendencias recientes no deben sembrar duda alguna con respecto a los efectos beneficiosos de su presencia, tanto ahora como en los años venideros.
El ataque contra los musulmanes y sus instituciones, propiciado por lo que han hecho ese par de lunáticos, tiene tan poco sentido como un ataque perpetrado por los noruegos contra las iglesias y las organizaciones cristianas incitado por la orgía criminal del psicópata Anders Breivik que calificaba de cruzada cristiana la masacre de 77 adolescentes. Sería también ridículo atacar a las iglesias católicas y sus organizaciones como venganza ante las atrocidades perpetradas por un puñado de terroristas del IRA. Y sin denigrar en modo alguno la naturaleza espantosa de este crimen y en este clima de furia vindicativa, ¿no sería justo preguntarse por qué el asesinato, así mismo aborrecible, ocurrido en plena calle de un anciano musulmán de 75 años que volvía en paz de la mezquita una tarde a principios de este mes, apenas recibió la atención de los medios de comunicación y, por supuesto, no fue condenado como un acto terrorista?
Otra cosa absolutamente necesaria a destacar es que, muy a pesar de esos elementos de los medios de comunicación y el mundo de la política que quieren que aparezca como justo lo contrario, Islam ya no puede ser considerado como algo extraño al Reino Unido. Ese tipo de individuos siempre hablan del Islam o los musulmanes, de forma explícita o implícita, como algo que “procede de por ahí”, de otro lugar. Con ello demuestran ser incapaces de reconocer que en las últimas décadas más de 100.000 hombres y mujeres indígenas de la Gran Bretaña se han hecho musulmanes. Y una cantidad mucho mayor de musulmanes que proceden de otros lugares del mundo son hombres y mujeres británicos como cualquier otro que respetan las leyes del país.
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A partir de este acontecimiento terrible ha habido declaraciones que afirman que este tipo de ataques están conectados de alguna manera con los nuevos conversos, como si la conversión al Islam propiciara que la gente actúe de esta manera. Hablando como musulmán converso y como uno de los miembros más antiguos de la primera comunidad de este país formada casi exclusivamente por personas que abrazaron el Islam, puedo declarar con rotundidad que esta afirmación carece de fundamento. Se ha estimado que en Inglaterra se convierten al Islam unas 5.000 personas al año y, tal y como dijo Leon Moosavi en otro esclarecedor artículo del periódico The Guardian publicado este viernes: “La mayoría abraza el Islam al verse inspirados por su claridad monoteísta, sus pautas morales y su metodología holística”. El número de individuos conectados con estos actos criminales pueden contarse con los dedos de una mano y sugerir que, dado el enorme número de británicos conversos, tiene algún tipo de relevancia estadística, es totalmente absurdo. En todo grupo numeroso de individuos es segura la existencia de una minúscula minoría de delincuentes violentos, y yo estoy seguro de que su porcentaje en la población como un todo es muy superior al que se pueda encontrar en el grupo de musulmanes conversos.
El radicalismo extremo presente en este caso no tiene nada que ver con el Islam. Es más bien un problema psicológico e incluso podría calificarse de trastorno de la personalidad. Existe un cierto tipo de individuo que es propenso a esta clase de radicalismo. No importa que la causa sea los derechos de los animales, la extrema derecha, la extrema izquierda o incluso el Islam. Lo que buscan es cualquier cosa donde puedan expresar sus tendencias extremistas. Y sólo depende a lo que se vean expuestos. En tiempos pasados era Baader-Meinhof o las Brigadas Rojas las que atraían este tipo de personalidad y servían de medio de escape para esta conducta extrema y violenta.
La verdad es que ─nos guste o no─ el Islam y los musulmanes son parte ineludible del tejido social y religioso de estas islas. La gente que ataca las mezquitas y otras instituciones islámicas está atacando a sus propios compatriotas. Esto es algo que debe ser comprendido. Todo el que tenga un conocimiento real del Islam o una experiencia genuina de la compañía de los musulmanes, sabe que la realidad benigna del Islam es totalmente diferente a la falsa imagen que proyectan con luz tan negativa los medios de comunicación y otros interesados cuya agenda política se beneficia de ese tipo de percepción.
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Shayj Abdalhaqq Bewley es un Shayj de la Tariqa Darqawi-Shadhili-Qadiri.
Es el autor de “Islam, Creencias y Prácticas Básicas”[1] y “El Zakat: cómo levantar un pilar caído” además de otros textos.
En colaboración con su esposa, la reputada traductora Aisa Bewley, es responsable de la traducción al inglés del Noble Corán y de otros textos entre los que se incluyen “Al-Muwatta”[2] del Imam Malik y “Muhammad el Mensajero de Allah (Ash-Shifa’)” del Qadi ‘Iyad.
[1] Publicado por Madrasa Editorial.
[2] Publicado por Madrasa Editorial.