El ‘waqf’ y su administración

“No alcanzaréis la virtud hasta que no deis de lo que amáis”.

 

Esta aleya de la Sura de La Familia de Imrán es el fundamento de la institución del waqf. Fue el Profeta (s. a. w. s.) quien lo instituyó. La distribución de la riqueza según el método waqf era desconocida antes de la proclamación del Islam. En todas las colecciones de hadices se narra la circunstancia en que se instituyó de forma más o menos detallada. El reportaje resumido de este acontecimiento es este: Umar Ibn Al Jattab poseía una tierra en Jaibar y estaba muy apegado a ella. Cuando descendió esta aleya se le saltaron las lágrimas y preguntó a Muhammad (s. a. w. s.) cómo desprenderse de su huerto de Jaibar de una manera que complaciese a Allah. La respuesta inspirada en aquel momento fue: “Inmovilízalo (waqfih) a fin de que su propiedad no pueda ser vendida, ni prestada, ni dada, ni recibida en herencia, y asigna sus rentas para quienes las necesiten”. La aleya siguiente a la citada completa el significado de la institución del waqf:

“Y cualquier cosa que deis, Allah la reconoce”.

A esta institución se le dio el nombre de waqf porque quien lo instituye inmoviliza para siempre la propiedad de la cosa habusada.


El diccionario del uso del español de María Moliner define el término “habiz” de la siguiente manera: ‘Donación hecha a las mezquitas y otras instituciones religiosas de los musulmanes (en Marruecos “habús”)”. Considerando lo importantes que son los habices dentro de la forma de organización social musulmana, esta definición peca por exceso de religiosidad y falta de civismo.

Una definición hecha con mejor perspectiva es la de los diccionarios ingleses, que toman en cuenta, a la hora de definir el waqf, las leyes por las que se regían los awqaf en la India británica. Según la Mussalman Wakf Validating Act, de 1913, waqf significa: ´La dedicación perdurable de una propiedad, hecha por una persona de fe musulmana, en beneficio de cualquier fin reconocido por la ley musulmana como religioso, piadoso o caritativo’. Esta escueta definición contempla el waqf desde el punto de vista utilitario, puesto que, de no existir los habices de la India, la administración colonial británica hubiera tenido que hacerse cargo de muchos servicios sociales de los que se ocupaba el waqf, y esto es contrario a la tradición liberal inglesa.


Para hacernos cargo de la importancia de los habices dentro de la forma de organización social musulmana es preciso conocer la definición clásica del Qadi Abu Yususf, admitida por las cuatro escuelas de Fiqh: ‘Poner el cuerpo de una propiedad fuera de nuestro dominio para traspasarlo hasta el Día del Juicio a la Propiedad de Allah, dedicando su usufructo en beneficio de otros’. Esta transferencia constituye la esencia del waqf.

La forma en que se poseen las cosas marca la diferencia entre unas y otras culturas. En la cultura musulmana –aparte de las formas conocidas de propiedad− tenemos la Propiedad de Allah. Los musulmanes y las musulmanas debemos ser conscientes de que la Propiedad de Allah de los bienes habices es una “verdad de shariat” y no confundirla con la “verdad de haqiqa”, que se expresa de diversas maneras en el Corán. La que mejor se ajusta al tema que estamos tratando está expresada en forma interrogativa en la Sura de Yunus (X, 55):

“¿Acaso no es de Allah cuanto hay en los cielos y en la Tierra?

¿No es la promesa de Allah verdadera? Sin embargo, la mayor parte de los hombres no saben”.

Es necesario que en los grandes cambios que asoman por el horizonte del complejo mundo árabe musulmán, la minoría que sabe recuerde que la mejor forma de distribuir la riqueza ha sido –según confirman los estudiosos de la cultura musulmana− el método del awqf. Desde el punto de vista de la organización social y de la naturaleza humana y a la altura de los tiempos que vivimos, los musulmanes modernistas que planean una nueva sociedad musulmana sin tener en cuenta el método del awqaf están reinventando el socialismo islámico, cuyo fracaso histórico se está haciendo patente en nuestros días. Y esto no es lo peor. Más grave es la quimera de instalar un capitalismo sin usura: una sinrazón como lo fue, y sigue siéndolo, el cristianismo paulino, una fantasía judía como lo fue en su tiempo el marxismo-comunismo.


Los kufar han probado todas las formas de distribución de la riqueza excepto la del Islam. Y al decir esto no quiero decir que seamos la mejor comunidad surgida en bien de los hombres (Corán: III, 110), como lo fue la comunidad de Medina Al Munawara. Lo que quiero decir es que, a pesar de que la forma despótica se instaló más de una vez en la cúspide del poder musulmán, los luchadores por la libertad podían resistir gracias a los habices privados establecidos para edificar rábitas, escuelas coránicas, zawiyas sufís, madrazas y mezquitas en las que la enseñanza era libre, puesto que no dependían del erario público. Como esto molestaba a los tiranos, los habices privados fueron pasando de forma gradual a la administración burocrática del Estado.

Podríamos decir que esta decadencia se debió a su éxito. Sólo Allah conoce lo manifiesto y lo oculto (Corán: LIX, 23), pero es lógico pensar que la complejidad de la administración de un patrimonio tan inmenso diera lugar a que sus gestores (mutawaliyyun) fueran a veces incompetentes o deshonestos, y que su incompetencia o su corrupción impidiera el desarrollo económico. Pero más inepto para la crítica de la conducta ajena es el que es incapaz de entender que la perfección no es exigible más que en las bellas artes. A propósito de esto dice el gran Qadi Ibn Jaldún: “Con efecto, la existencia de un gran bien no puede tener lugar sin haber un poco de mal, lo cual obedece a la “materia” de la cual el bien es la “forma”. El bien no se pierde a causa del pequeño mal que contiene. Cuando esto se ignora, se introduce la injusticia entre los hombres. Que el lector entienda bien esto”. Y esto es lo que pasó en el caso de los habices: la forma de repartir según el método del awqaf es el gran bien que se perdió por no entender que la torpeza y la perversión de algunos gerentes era el poco mal que contiene la naturaleza humana.

Pero esto es sólo la cara manifiesta del caso, detrás anda la política. En los primeros tiempos de la historia musulmana, los cadis intervenían en asuntos relativos a los habices sólo en los casos de torpeza o perversión de los que hablamos en el párrafo anterior. Cuando la administración burocrática del Estado se hizo tan fuerte que más parecía una confiscación, el interés por fundar nuevos habices desapareció, puesto que establecer un habiz era como hacer una donación gratuita al Estado. En este proceso, por ejemplo, los habices familiares (waqf a lal walad, ‘habiz para los hijos’) han desaparecido, los donaciones para fines piadosos o caritativos escasean y la administración burocrática de los habices marcha tan mal como las empresas socialistas.

Un caso aparte es el del estamento militar. El ejemplo egipcio es elocuente. Dessde que en 1808 el gobernador Mehmed Ali acabó con el cuerpo de los genízaros, nacionalizó el habús e instituyó un nuevo ejército de corte europeo. Esta milicia ha ido acumulando paulatinamente desde entonces poder político y económico. EL golpe militar de Gamal Abdel Nasser y la caída de la monarquía abrieron para los militares el paso a importantes sectores de la economía egipcia y a pingües privilegios fiscales. Al mismo tiempo les dio ocasión de organizarse como un holding que funciona como un imperio comercial gracias a la disciplina militar de su burocracia. Podríamos decir que los coroneles que perpetraron el golpe de 1954 establecieron un habús para ellos mismos. Hoy, los uniformados dirigen cafeterías, agencias de servicio doméstico o de alquiler de pisos, gasolineras, fábricas de refrescos o agua embotellada, fábricas de conservas…, pero su habús laico no tiene la protección de Allah. Sólo tenían, y ya no la tienen, la protección de los gobiernos occidentales, que, a pesar de llamarse democráticos y defensores de los derechos humanos, han estado protegiendo sin empacho a los dictadores árabes.

Las flores de la primavera árabe darán sus frutos a su tiempo; los jóvenes que acuden cuando los almuédanos llaman al salat para formar las filas rectas de la oración que vemos en las fotos de prensa también tienen que madurar.

Una de las causas de la crisis del método del awqaf fue la complejidad de su administración. Como los habices forman parte de la shariat, admiten modificaciones adaptadas a los “signos los tiempos”. La complejidad de la administración del waqf puede simplificarse gracias a la informática. Esto ya se está haciendo, por ejemplo, en Marruecos. El registro informático debe empezar a traspasar fronteras haciendo públicos todos los datos sobre las Propiedades de Allah repartidas por todo el mundo. EL resultado de este movimiento podría poner a disposición de los musulmanes y las musulmanas la más asombrosa red de servicios sociales del planeta. Si Allah lo permite, esta acción colectiva puede ser el “ábrete sésamo” del zulo en donde los cuarenta ladrones encerraron los dinares de oro, y las ciencias y las artes de la cultura musulmana.

Y el vencedor es Allah, Él es nuestro Amigo Protector.

“Estos sois vosotros: estáis llamados a gastar en el camino de Allah. De entre vosotros los hay que se resisten, pero el que es avaro no lo es sino para sí mismo. Allah es el Rico y vosotros sois los necesitados; si os apartáis, os remplazará por otra gente y no serán como vosotros”.

Corán: XLVII, 38

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