El tiempo en que vivimos

Ibn Jaldún y Maquiavelo dijeron lo mismo y de idéntica manera: «Tenéis que conocer el momento en que vivís».

Hay que conocer el tiempo en que se vive. Y lo más seguro es que casi todo el mundo está convencido de que sabe perfectamente en qué tiempo está viviendo y de que sabe lo que está pasando.

En esta época en la que nos ha tocado vivir, en la cual estamos completamente saturados de información, ya que podemos comunicarnos con cualquier parte del mundo de forma directa e inmediata gracias al desarrollo imparable de la tecnología, teniendo acceso a todos los medios de comunicación de cualquier parte del mundo, con Internet, redes sociales y una incesante sucesión de noticias de todo el mundo, todas muy transcendentales, pero que no duran más de tres días en los medios de comunicación, estamos completamente informados de la política nacional e internacional, de forma que podemos opinar de cualquier cosa y ya sabemos qué es lo conveniente y políticamente correcto acerca del feminismo, políticas de igualdad de género, movimientos LGTBI, la diversidad, el cambio climático, la crisis, etc.

Todo esto nos tiene completamente entretenidos e informados, aunque haya algunas cuestiones de las que no se habla mucho o, si se habla, se hace como si de fenómenos meteorológicos se tratara, o sea, como de algo inevitable, y me estoy refiriendo al asunto fundamental de quién manda y tiene el poder en estos momentos en el mundo, o, lo que en definitiva es lo mismo, de en manos de quién está la riqueza.

Si repasamos la historia de lo acontecido en los últimos doscientos treinta años, justo desde la Revolución Francesa, podemos ver como ha cambiado por completo la realidad social del mundo. Desde esa fecha empezaron a cambiar los poderes que gobernaban el mundo, las monarquías absolutistas de Europa fueron cayendo una a una, hubo revoluciones, guerras -dos de ellas mundiales- y se instauraron dos modelos de gobierno en la mayor parte del planeta los llamados capitalismo y comunismo. Todos conocemos esa historia, en la que se nos explica como cayó el imperio chino, el califato otomano, el imperio ruso, y todas y cada una de las monarquías europeas, instaurándose las llamadas democracias en Occidente y los regímenes comunistas en oriente. Esta historia es perfectamente conocida y hay cientos de películas y miles de libros que nos lo explican.

Pero lo que no se cuenta, excepto como si hubiera sido algo anecdótico, que haya sucedido como por azar, es que al mismo tiempo que cambiaban los gobiernos la riqueza del mundo también cambiaba de mano, pero además lo que cambiaba en la riqueza era su propia naturaleza.

Lo sucedido en este periodo de tiempo, es que la riqueza que anteriormente consistía fundamentalmente en posesiones materiales, tierras, casas, mercancías, industria y oro o plata, ahora mismo consiste o está representada en papeles sin valor alguno y fundamentalmente en dígitos electrónicos que se mueven vertiginosamente de ordenador a ordenador de las grandes corporaciones bancarias internacionales.

Lo que no se cuenta es que la mayor parte de la riqueza del planeta ha cambiado de manos y ha ido a parar a las manos de una pequeña élite privilegiada, el banco suizo Credit Suisse, elabora anualmente un informe mundial de la riqueza la cual estaba distribuida a finales de 2017 de la forma siguiente:

El 1 % de la población mundial tiene el 50 % de la riqueza

El 7 % de la población tiene el 35 % de la riqueza

El 21 % de la población tiene el 12 % de la riqueza

Y el 71 % de la población tiene el 3 % de la riqueza.

Pero no queda ahí la cosa, lo más grave y sobre lo que tampoco se habla mucho, es que existe una élite desconocida, que no solo han conseguido poseer la riqueza, sino que además se ha convertido en acreedora del resto de la humanidad, ya que todos los demás tenemos una deuda con ellos absolutamente impagable, y nosotros y nuestros descendientes, por generaciones y generaciones, deberemos estar pagando año tras año los intereses crecientes de esa deuda.

Esto que está sucediendo, y sobre lo que casi nadie tiene duda, ¿no es algo importante y crucial sobre lo que deberíamos hablar?

¿Acaso todos los temas sobre los que hay un constante debate no son una cortina de humo que nos tiene entretenidos mientras alguien nos está metiendo mano en la cartera y nosotros no nos enteramos?

En la época que estamos viviendo, sobre la que nadie parece dudar del progreso y avance de la humanidad hacia un mundo mejor, lo que se puede ver es que, mientras un tercio de la población ha alcanzado un cierto grado de bienestar, lo que llamamos Occidente, eso ha sido en base al expolio de la riqueza de las otras dos terceras partes de la población mundial, a la que, en algunas regiones del planeta, se la ha sumido en una pobreza extrema que no se había conocido nunca antes en la historia; zonas en las que, en pleno siglo XXI, la gente sigue muriendo de hambre, donde la mortandad infantil se mantiene en las últimas décadas en más de 3 millones de niños que mueren al año por desnutrición, que son entre 8500 y 10000 muertes diarias.

Este periodo de tiempo también se ha caracterizado por el deterioro creciente del medio ambiente, debido a los desastres ecológicos que se han ocasionado, con la consecuencia del cambio climático, y por una degradación de los valores humanos. Así que, si reconsideramos la opinión sobre esta época, quizá no la veamos como la de la consecución de las libertades y el desarrollo, sino como una de las épocas más oscuras y trágicas de la historia de la humanidad.

Volviendo al asunto de la deuda, lo que ha sucedido y sigue sucediendo ‒aunque parece que nadie quiera enterarse y hablar de ello‒ es que de una forma casi mágica, sin saber cómo ni por qué, resulta que ahora mismo todos somos deudores desde el momento en que nacemos, y no porque hayamos heredado de nuestros padres esa deuda, sino por los mecanismos establecidos desde esa fecha mencionada a través de los cuales los Estados modernos han ido endeudándose cada vez más y más hasta llegar a este momento (la deuda pública mundial ‒solo la de los Estados, aquí no se cuenta la deuda de empresas o particulares‒ alcanzó en 2018 la no despreciable suma de 60 billones de dólares), lo cual quiere decir que, estadísticamente hablando, cada habitante del planeta debe unos 10 000 dólares. Nosotros los españoles debemos unos 25 000 dólares por cabeza; peor lo tienen los americanos de EE UU, que deben unos 55 000, o los japoneses, que llegan a los 83 000. Pero en Mauritania, un país devastado por la pobreza, un niño musulmán nace debiendo unos 1500 dólares a las grandes casas banqueras franco-judías, que les han prestado dinero con los avales de los sucesivos presidentes elegidos (personajes de dudosa reputación). El niño jamás verá 1500 dólares en toda su vida. Será rico si logra ver 100. Y será muy afortunado si no muere de desnutrición a los dos años de edad.

Y ahora algunos dirán: «¡Pero bueno, eso es lo que debe el Estado, no tiene nada que ver conmigo!». ¿Pero a quién va a recurrir el Estado para ir pagando, no el principal, que no hay forma de pagarlo, sino los intereses de esa deuda? Pues a ti, a mí y a todos los demás, que en forma de impuestos vamos a tener que ir pagando cada día de nuestra vida esos intereses crecientes.

Y digo cada día porque con el invento del IVA ‒el mejor invento del sistema para conseguir que todo el mundo page sin rechistar‒, cada vez que compras algo, lo que sea, estás pagando impuestos, parte de los cuales van destinados a pagar intereses. En el caso de España, los intereses pagados en 2018 fueron 32 000 millones de euros, unos 700 euros por españolito.

Esto quiere decir que, si el consumo medio por español fue de unos 11 000 euros en 2018, lo que pagamos solamente de IVA fueron unos 1500 euros de media, de los cuales, como hemos dicho, 700 fueron para pagar intereses a nuestros acreedores, a los que nadie parece conocer, que no se sabe quiénes son ni dónde están, pero que son intocables y los llamamos eufemísticamente «mercados financieros».

Esta es la realidad en la que estamos viviendo y que, como he dicho antes, es considerada como algo inevitable, como si fuera una tormenta contra la que no se puede hacer nada. Podemos hablar de ello, pero no hay nada que hacer.

Esto es lo que ha estado pasando en los dos últimos siglos: que nos están metiendo mano en la cartera un día sí y otro también; pero nadie, ni políticos, ni periodistas, intelectuales, artistas o colectivos de lo que sea ‒ahora los hay a puñados‒, nadie, excepto unos pocos, dice nada de nada.

Este es el escenario en el que estamos, y debemos ser conocedores de ello. Este es nuestro tiempo, y debemos comprenderlo a la perfección. Es la época en la que estamos viviendo. Y no creo que haya nadie en el mundo que pueda rebatirlo o decir que esto no es así, pues no se puede negar la evidencia.

Podemos preguntarnos: ¿cómo ha sucedido y ha sido posible?, ¿qué es lo que ha pasado? Y para contestar tenemos que volver a mirar la historia de estos últimos doscientos treinta años, cuando las cosas no eran de esta manera‒, pero no la historia oficial que nos cuentan y que se enseña en las escuelas, sino la historia real, que no es que nadie la niegue, solamente que está oculta o desconectada de los acontecimientos‒ y podremos ver que, en cada acontecimiento relevante y de transcendencia, siempre ha habido ‒muchas veces, como digo, ocultos y no mencionados‒ agentes y representantes del mundo financiero y de las grandes casas banqueras, europeas primero y después americanas, y eso porque desde la Revolución francesa, en 1789, pasando por todas las guerras y revoluciones en cualquier parte del mundo hasta ahora mismo, en los conflictos todavía existentes, siempre de forma subyacente, ha habido motivaciones fundamentalmente económicas.

La respuesta a la pregunta es bastante sencilla: el modelo económico y financiero establecido poco a poco a partir del siglo XIX ha permitido que una pequeña élite de banqueros, a través de la práctica de la usura, ha conseguido cambiar la estructura de poder en la tierra, primero en Europa, cambiando los gobiernos personales de reyes por sistemas democráticos o monarquías parlamentarias, y después con la redacción de constituciones prácticamente idénticas en todo el mundo y, en lo referente a los temas económicos, con una legislación que no solo ha permitido todo tipo de prácticas usureras, sino que además ha blindado y protegido a las entidades bancarias por encima de cualquier otra institución.

Y ahora debemos comprender y entender cómo esa práctica de la usura también ha evolucionado desde el simple y sencillo préstamo con interés, algo que todo el mundo conoce, hasta los sofisticados sistemas de transferencias internacionales, de enormes sumas de «dinero virtual», con los llamados «productos financieros», las «bolsas de valores» y los últimamente tan famosos «mercados financieros», a los que los Gobiernos de medio mundo acuden puntualmente a pagar los intereses de las deudas, a renovar los préstamos antiguos, aumentando constantemente el principal de la deuda, y por supuesto a recibir instrucciones acerca de las políticas económicas que se han de llevar a cabo para que todo siga igual.

La explicación sucinta y breve de cómo funciona y en qué está basada la práctica bancaria que ha perpetrado el mayor robo de guante blanco de la historia es la siguiente: lo primero que empezaron a hacer los banqueros fue traicionar el contrato de depósito y prestar el dinero que no era suyo, por supuesto, con usura, algo que estaba prohibido, hasta que consiguieron cambiar las leyes. Ahora no solo prestan lo que la gente deposita, sino que la ley les permite prestar hasta casi cien veces más de lo que tienen. Es lo que se llama el efecto multiplicador monetario, de forma que, si alguien ingresa en un banco 1000 euros, por ese efecto multiplicador, los bancos lo convierten en 90 000, lo cual quiere decir que han creado dinero de la nada; eso es perfectamente legal y conocido por todos los que saben algo de economía, y nadie se queja.

Todo empezó con la emisión de los recibos que los primeros banqueros daban a sus depositantes como garantía del depósito. Con dichos recibos, los poseedores de ellos podían hacer transacciones y pagos, pues eran reconocidos como garantía de que el emisor tenía en su poder el oro o la plata que aparecía en el recibo; de forma que rápidamente empezaron a usarse, pues era más fácil llevar un papel que 50 o 100 monedas de oro o plata. Los que emitían esos billetes, que en principio decían: «Se pagará al portador tanto oro o plata», pronto se dieron cuenta de que solo un pequeño porcentaje de los poseedores de recibos acudían a retirar el oro o la plata a cambio de los billetes, ya que la mayor parte de la gente aceptaba esos billetes como medio de intercambio, dando por sentado que con un billete podían retirar el equivalente en oro o plata cuando quisieran; así que no lo hacían y compraban y vendían con esos billetes, de forma que los emisores vieron que podían emitir muchos más billetes que el oro o la plata que en realidad tenían en sus cajas.

Así, empezaron a crear dinero de la nada y a acumular riqueza. Después de eso, rápidamente comprendieron que el mayor negocio estaba en los préstamos a los Estados y Gobiernos; fundamentalmente, para financiar guerras y conflictos, en los que, básicamente, con la práctica de prestar a los dos bandos, se aseguraban el cobro con muy buenos intereses de la totalidad de lo prestado. Así que, si no había conflictos, ellos procuraron que los hubiera.

Rápidamente, comenzaron a financiar el desarrollo industrial y el comercio, con un aumento exponencial de su riqueza, lo cual les ha permitido, a base de corrupción y de todo tipo de maniobras, manejar la política, controlar por completo todos los medios de información, manipular y dirigir los sistemas educativos del mundo occidental desde la guardería hasta la universidad, y así, poco a poco, han cambiado por completo el sistema de valores humanos. Han controlado, financiado e intervenido en casi todas las actividades y manifestaciones artísticas, teniendo gran parte de la industria cinematográfica a su disposición para difundir por todo el mundo los nuevos modelos humanos, completamente alejados de los anteriores ideales de la civilización europea, provenientes de la cultura griega, y sin ninguna crítica consistente a los nuevos modelos económicos que han permitido la expropiación y el expolio de la riqueza de prácticamente todo el planeta.

Es esta élite financiera la que mantiene y financia la prácticamente totalidad de los medios de comunicación, investigaciones científicas y académicas, industria de entretenimiento, industria sanitaria, etc. Han conseguido que cualquier actividad, de cualquier tipo, necesite financiación para su emprendimiento y desarrollo, de forma que ahí están ellos con todo su poder para asegurarse de que todo lo que se haga no vaya en contra de sus intereses, dejando por supuesto que se critique al sistema, pero asegurándose de que nada vaya a cambiar.

La realidad actual es que el dominio económico de esa élite financiera sobre el resto de la gente, por encima de Estados y naciones, es la que en realidad está gobernando el mundo, y este es el asunto fundamental que a todos nos afecta y, que lo sepamos o no, está condicionando todas las facetas de la existencia.

Lo que se ha puesto de manifiesto de forma evidente en la famosa crisis reciente es que los sistemas políticos y democráticos, que dicen gobernar en beneficio del pueblo, en realidad carecen de ningún poder, ya que el Estado democrático moderno y sus instituciones, tanto ejecutivas como legislativas, e incluso los colectivos supraestatales como la CEE, etc., no tienen acceso ni control sobre dicho sistema financiero ‒que es quien realmente gobierna el mundo‒, sin que se pueda elegir a su personal ni se pueda dirigir su política‒.

Y no solamente eso, sino que la clase política, que pretende representar a la gente, no solo es impotente a la hora de aliviar la pobreza, sino que al mismo tiempo sabe que su misión consiste en asegurar que seguirán pagando ‒por medio de los impuestos‒ la interminable e impagable deuda, que como ya se ha dicho, hoy en día es el hecho existencial de todo ser humano. Como muestra de esta afirmación solo tenemos que mirar aquí en España, como se reformó el artículo 135 de la Constitución de forma exprés en unos pocos días y sin apenas enterarnos, donde entre algunos cambios, mas o menos relevantes sobre la financiación estatal o autonómica se introducía el párrafo decisivo que literalmente dice:

Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta”.  

Lo que quiere decir que el pago de la deuda pública será lo primero a pagar frente a cualquier otro gasto del Estado en los presupuestos generales

Por otra parte, y, para terminar, lo que también ha sucedido en estos últimos dos siglos ha sido una completa redefinición y subversión de la escala de valores humanos. Los valores tradicionales de virtud, generosidad, honor, honradez, valor, sinceridad y otros, heredados durante siglos por generaciones y exaltados permanentemente hasta el siglo XIX, poco a poco han ido relegándose, aunque sin negarlos, fundamentalmente a través de la poderosa maquinaria de la industria cinematográfica y, en el siglo pasado, de la televisión.

En la mayor parte de las producciones de dicha industria, se ha ido imponiendo la visión del ser humano triunfador, aquel que consigue lo mejor (siempre en términos materiales) para él y su familia en primer lugar ‒aunque últimamente la familia cada vez importa menos‒; además de haber conseguido que el hombre y la mujer de hoy en día en la parte privilegiada del mundo, en Occidente, hayan olvidado la existencia de Dios por completo y hayan relegado la religión al ámbito privado, como algo que no tiene ninguna transcendencia en la vida social.

El desarrollo imparable del individualismo y el mito de la libertad personal ‒ahora todos tenemos derecho a pensar y hacer lo que queramos‒ nos ha ido convirtiendo poco a poco en niños grandes, sin ningún control sobre nuestras pasiones, sin ninguna responsabilidad por los demás y, lo que es más importante para aquellos que manejan los hilos, sin capacidad de reacción colectiva.

La realidad actual es que el ser humano se siente impotente ante los aparentemente inmensos poderes del sistema financiero mundial, así que se conforma con las migajas que le dejan disfrutar. Ahora tenemos libertad sexual absoluta, puedes hacer con tu cuerpo lo que quieras; puedes pensar y decir lo que quieras, votar a izquierdas o derechas, ir a la moda o, si lo prefieres, andar desnudo por la calle; pero, eso sí, no se te ocurra dejar de pagar los impuestos.

Salir de la versión móvil