El suicidio de Occidente

Occidente

Occidente

Dice Allah en Su Libro:

“La riqueza y los hijos son el adorno de la vida de este mundo, pero las palabras y acciones rectas que perduran son mejor ante tu Señor en recompensas y esperanza”.

Corán, Sura de la Caverna, 46.

No es, pues, que los musulmanes tengan con frecuencia abundantes hijos porque estén haciendo cuentas para un futuro predominio demográfico del Islam ni nada parecido. Es algo tan sencillo como que sienten el placer de tener hijos y gozan jugando con ellos y viéndolos crecer. Viven en fitra, en estado natural no degenerado, como es el caso de los que sienten el “tener hijos” más como una carga y un problema que como una báraka y un disfrute. En una ocasión una amiga mía no musulmana, profesora de universidad, que alguna vez me acompañó a pasear por el jardín de la mezquita de Granada, me dijo que le resultaba entrañable y le gustaba ver cuánta gente joven musulmana estaba por allí con sus hijos atendiéndolos con cariño y gozando con su compañía y su inocencia. ¿Puede haber una degeneración mayor del ser humano que la de disfrutar más con placeres espurios y hueros, que dejan un vacío en el alma cuando acaban (y acaban pronto) que amando y viendo crecer a niños que crecen, ríen, lloran, miran con esa luz única de un corazón abierto y limpio? ¿Es preferible viajar siempre a los mismos hoteles vayas a donde vayas, divertirte siempre en lugares ruidosos e impersonales, aturdirte para “olvidar” la tristeza y el vacío interior de una vida hueca? Y sin embargo, eso es lo que está ocurriendo en Occidente. La tasa de natalidad ha bajado a niveles tan ínfimos que cada vez más analistas hablan de “suicidio demográfico” al estudiar nuestra sociedad y ver que no les cuadran las cuentas: la población desciende y envejece, el sistema de pensiones no aguanta, etc., etc. Uno de los últimos que aportan datos concretos y estudian el problema es Alfredo Macarrón en su libro El suicidio demográfico de España. Y, a poco que rascan en las causas del problema, las razones de tipo económico y de seguridad en el futuro se les van cayendo y terminan por sonar más a justificación vergonzante que a análisis serio. ¿Quién puede creerse de veras que sean razones de tipo económico las que están en la raíz del problema? ¿Acaso lo tenían más fácil en lo económico las parejas de los años 30, 40 ó 50 del pasado siglo XX? Y sin embargo tenían muchos más hijos que ahora y, sobre todo, más jóvenes.

El problema, sin género de duda, está en el sistema de valores que se ha hecho dueño de los corazones occidentales: un individualismo y un hedonismo tan feroces que hasta los propios hijos llegan a sentirse como un estorbo para el tiempo libre y los posibles placeres a disfrutar en él. Y digo posibles porque, al final, los viajes no dejan más que unas cuantas postales desvaídas, las fiestas y borracheras, frustración, resaca y profunda soledad; los trabajos que se supone que “liberan” terminan provocando ansiedad, hastío y nuevas frustraciones, y entre unas y otras cosas el desaguisado llega a ser tal que en muchas ocasiones (por desgracia, cada vez más) ni de suicidio demográfico hay que hablar, sino de suicidio a secas.

Todavía más curioso es que los analistas que se atreven con el problema vean una posible solución en la inmigración, en la que abundan parejas jóvenes que sí que tienen bastantes hijos. Pero, ¡ay!, esa solución para muchos de esos intelectuales es origen de otro problema: la inmigración con hijos es, en gran parte, musulmana, y eso puede hacer perder a Occidente su “identidad cristiana”.

¿Y quién ha dicho que la identidad de Occidente tenga que ser cristiana? El cristianismo, a remolque del judaísmo, hace tiempo que acabó siendo en su mayor parte ateo, convertido a esa nueva religión que reniega de Dios (lo mató) y pone en su lugar a la materia, el ego elevado a la máxima potencia y, al final, puesto que todo son accidentes del azar, al nihil: la Nada. Ya Nietzsche, en el siglo XIX, hizo exclamar al loco de su Gaya ciencia: ¿No erramos como a través de una Nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío?

Es esa misma Nada que, como en aquella novela de La historia interminable se va comiendo todo, hasta la propia civilización que NO QUIERE TENER HIJOS porque le estorban.

Si alguna vez esos sesudos analistas se olvidan de sus miedos y miran la realidad con un mínimo de objetividad, tendrán que reconocer que esta civilización occidental sólo podrá evitar su suicidio con una solución: Islam.

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