El Síndrome de París

O el desafortunado encuentro con la realidad

El profesor Hiroki Ota, psiquiatra japonés que trabajaba en Francia en 1986, descubrió y catalogó un curioso síndrome que sufrían sus compatriotas al visitar la ciudad de París, lo llamó el Síndrome de París. El síndrome produce una aguda perturbación psíquica consistente en alucinaciones, desrealización, despersonalización, angustia y síntomas psicosomáticos como mareo, sudor o sobresalto cardíaco. La embajada japonesa incluso tiene una línea de teléfono abierta las veinticuatro horas para ayudar a los afectados.

La razón de esto la expone Byung-Chul Han en su libro En el enjambre: “Lo que dispara todo esto es la fuerte diferencia entre la imagen ideal de Paris, que los japoneses tienen antes del viaje, y la realidad de la ciudad, que se desvía completamente de la imagen ideal”.

En el enjambre es un lúcido estudio sobre el efecto de la tecnología digital en nuestra sociedad y nuestro comportamiento, tanto individual como colectivo. El uso que hace Byung-Chul Han del Síndrome de París para ilustrar el efecto del aluvión de imágenes al que estamos sometidos, nos hace preguntarnos si, de igual manera, no padecemos todos, en mayor o menor medida, este síndrome.

Estamos expuestos constantemente a una idealización de lo que nuestra vida ha de ser, desde nuestra soledad más intrínseca a nuestras relaciones sociales. El mismo autor propone en un ensayo anterior, La sociedad del cansancio, que vivimos en una sociedad híper positivada. Una sociedad donde lo negativo no tiene cabida (hemos de entender la relación negativo-positivo como energías creativas y complementarias, no como lo moralmente bueno o malo). Es por esta obligatoriedad de la optimización de todos los aspectos humanos que nos esclavizamos a nosotros mismos en pos de una perfección inalcanzable.

Esta perfección está dictada por la imagen colectiva de lo que es el éxito y vivir una vida plena. Esta imagen colectiva está compuesta de la idea generalizada en nuestra sociedad por la cual una vida plena es aquella en la que tenemos suficientes recursos, tanto económicos como de otra índole, para consumir aquello que deseamos.

Cuando somos incapaces de consumir aquello que deseamos dado que no disponemos de esos recursos, o cuando aquellos que sí disponen de ellos se dan cuenta de que esto no les satisface, caemos presa del Síndrome de París. Es decir, tenemos un desafortunado encuentro con la realidad que irrumpe en nuestras idealizadas vidas.

Este desafortunado encuentro es lo que describe Hitchcock en su película La ventana indiscreta. Tomaremos prestada la síntesis que Byung-Chul Han hace de esta película, en el libro ya mencionado, En el enjambre, aunque nos sirva para ilustrar algo ligeramente diferente a lo que el autor propone:

“Jeff (James Stewart), el fotógrafo atado a la silla de ruedas, está sentado detrás de la ventana y se recrea en la vida burlesca que el vecino ofrece a través de ella. Un día cree ser testigo de un asesinato. El sospechoso nota como Jeff, que habita frente a él, lo observa en secreto. En ese momento él mira a Jeff. Esa terrible mirada del otro, la mirada desde lo real, destruye la mirada de atrás como encanto de los ojos. Finalmente el sospechoso, lo terrible real, irrumpe en la vivienda de Jeff. Jeff, el fotógrafo, intenta cegarlo con el fogonazo de la cámara, es decir, intenta desterrarlo de nuevo a la imagen, e incluso refrenarlo, pero no lo consigue. Jeff es arrojado por la ventana por el sospechoso, que de hecho, se desenmascara como el asesino”.

Ese encuentro con el sospechoso es el encuentro con la realidad al que todos estamos destinados.

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